Cuando el ser humano se coloca de espaldas a la más absoluta realidad de Dios y del orden divino de la creación se puede convertir en huérfano al estilo del «hijo pródigo». Como escribía el gran Dostoievski al constatar a su alrededor el ateísmo: «Y digo más, no poseen belleza moral, es más, no la quieren; todos se han perdido, cada uno alaba su propia posición, pero nadie piensa en volver su rostro a la única Verdad, cuando más cierto es que vivir sin Dios es un tormento. Y de ello se deriva que maldecimos precisamente lo que nos ilumina… Si el hombre reniega de Dios, se inclinará ante un ídolo de madera o de oro, en todo caso imaginario. Son todos ellos idólatras y no ateos; ese es el nombre que hay que darles».

Conviene recuperar lo más característico de la experiencia humana y es la fuerza del auténtico amor. De lo contrario seguiremos oyendo el lamento de Jesucristo: «Le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a ensañarles con calma» (Jn 6, 34).

La enseñanza de Cristo nos lleva a considerar a la vida como el paso de Dios, es más, como la imagen más hermosa de Dios. No se entiende la vida desde otras instancias y menos desde ideologías que contagian pero no iluminan. La vida es respetable porque es sagrada en cada ser humano.

Si falta el sentido de Dios la vida se convierte en un objeto o en un deshecho. No podemos callarnos puesto que sería una cobardía imperdonable. Por eso la moral cristiana es una moral de respuesta ante la enseñanza de Cristo. Es una respuesta al amor de Dios.

El Dios de la vida es el mismo del Dios del amor. Dios existe porque existe el amor. Es la mejor definición que de Dios se ha dado: «Dios es Amor».

Hay circunstancias en la vida que al ser preguntado cuál es la razón de mi fe siempre respondo que es el amor porque es la esencia de Dios. El auténtico amor procede de Dios y a él vuelve. Si negamos a Dios, negamos el amor. Y todos tenemos deseos de vivir porque amamos. La mayor de la frustraciones que siente el ser humano es cuando no nos consideran o no nos sentimos amados.
Si Dios es quien nos regala la vida, nos anida en su corazón porque nos ama inmensamente y lo ha demostrado generosamente en la Cruz. Bien podemos decir que esta es la Belleza por excelencia. De ahí que Dios es Belleza porque hace brillar su Luz de tal forma que transforma el pecado en gracia y la muerte en vida. No hay belleza tan excelsa como esta.

Con la alegría de ser bien acompañados podemos exclamar como lo hace el salmista: «El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo… y aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tu vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan» (Sal 22, 1-4).
Que en este tiempo de vacaciones nos ayude a mirar la vida con el sentido que ella misma tiene en lo más profundo de su ser: Dios existe porque existe el amor y el amor existe porque existe Dios. Os invito a restaurar vuestra vida acercándonos a la Palabra de Dios y a los Sacramentos. La vacación es tiempo también de reparar y restaurar la vida espiritual.

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