Homilía de Mons. Francisco Pérez González, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela, en la Catedral de Pamplona. 3 de diciembre 2016.


1.- San Francisco Javier nos ha congregado un año más para celebrar su fiesta en el Templo de todos los cristianos navarros, que es la Catedral, para juntos honrar su memoria y participar activamente en la Eucaristía. Seguramente nunca pensó Javier que iba a ser elevado a los altares y menos que llegaría a ser Patrón de su tierra y que incluso los que no sienten la fe cristiana como propia, harían un paréntesis en sus quehaceres ordinarios y organizarían actividades festivas, dando así testimonio de que, sin pretenderlo directamente, están tributando el máximo honor a su persona y a su memoria. Nosotros lo hacemos muy conscientes y también gozosos porque San Francisco, que siempre siguió el querer de Dios, nos enseña con su palabra, nos estimula con su ejemplo y nos protege con su intercesión.

Que nos enseña con su palabra lo comprobamos leyendo los escritos que nos ha dejado que, aun siendo muy escasos, reflejan el sentido de su ministerio tal como se resume en el texto de Isaías: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: “Tu Dios es Rey”! (Is 52, 7). Javier, en efecto, no hizo otra cosa que proclamar la buena noticia, enseñar a Jesucristo. Cuando llegó a Goa en 1545 encontró el ambiente muy deteriorado, los portugueses se habían relajado quizás por falta de sacerdotes y por las costumbres permisivas de los habitantes de aquella zona. Cuentan los biógrafos que centró su preocupación en los más pequeños y recorría las calles de la ciudad con una campanilla proclamando: “Cristianos, amigos de Jesucristo, por amor de Dios, enviad a vuestros hijos a la doctrina”.

Durante el tiempo que estuvo en Goa no hizo otra cosa que enseñar la doctrina cristiana, y así fue capaz de revitalizar el rescoldo que había en el corazón de aquellos cristianos dedicados más al comercio que a la atención de los indígenas. Confesó en una carta a San Ignacio de Loyola que “los cristianos de estos lugares, por no haber quien les enseñe nuestra fe, no saben más de ella que decir que son cristianos”. Seguramente es excesivo aplicar estas palabras a nuestra sociedad de hoy, pero es cierto que necesitan confirmar su fe con una enseñanza clara en palabras y convincente en sus obras. No podemos permanecer de brazos cruzados pensando que esto no va con nosotros, que bastante hacemos con portarnos bien en estos momentos de convulsiones diversas y profundas.

2.- Es tiempo de hacer un hondo examen de conciencia que nos ayude a reencontrar la belleza de la vida cristiana. Es tiempo de romper el posible desánimo ante la indiferencia religiosa que se palpa, muchas veces, en el ambiente social. Si llegáramos a dejarnos arrollar por la vorágine que se desata a nuestro alrededor, no podríamos reconocer que hay algo muy importante, que es el encuentro con el Señor. El Papa Francisco comentaba en la fiesta de S. Pedro y S. Pablo que “hoy no se necesitan tanto maestros, sino testigos valientes, convencidos y convincentes, testigos que no se avergüencen del Nombre de Cristo y de su Cruz” (Homilía 29-VI-2015). Este despertar de nuestro conformismo y de nuestro pesimismo es lo que pretende el Plan de Pastoral de nuestra Diócesis que está en el prólogo e inicio durante este tiempo del Adviento y que será un camino de esperanza para recrear entre nosotros la nueva evangelización durante estos años.

San Francisco Javier nos estimula con su ejemplo. Con razón se le define como misionero, porque en muy poco tiempo –recordemos que murió a los 46 años- recorrió amplias zonas de la India, llegó misionando hasta Japón y estuvo a punto de embarcar hacia China. Después de unos años en las islas Malucas, se instaló en Yamaguchi, una ciudad de cien mil casas en la isla de Hondo, a tres leguas de la costa. Sus casitas estaban construidas en la ladera de la montaña, entre pintorescos jardines, y albergaba más de cien monasterios budistas. El sonido del gong avisaba a la gente el momento de postrarse en adoración ante los ídolos, que estaban en sus altares iluminados por farolillos de vistosos colores y envueltos en el humo de los pebeteros.

Allí pasó bastante tiempo dando a conocer el Evangelio únicamente con unas pocas palabras en japonés escritas en un cuaderno que decían: “Hay un solo Dios verdadero, creador de todo; este Dios se hizo hombre y murió para salvarnos; tenemos una sola alma, y hay un cielo y un infierno. Dios nos quiere a todos en el cielo”. Con este sencillo resumen convirtió a tantas personas que llegó a escribir a S. Ignacio que se le cansaban los brazos de bautizar. Con razón se aplican a S. Francisco las palabras de Jesús momentos antes de ser elevado al cielo y que hemos leído en el Evangelio: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 20).

Ahora mismo damos gracias a Dios por tantos misioneros, también de Navarra, que están dando su vida anunciando a Jesucristo y procurando un mayor nivel de vida, unos en Haití, como la Hna. Pilar Pascual (Hija de la Caridad) que escribía hace pocos días y me decía: “Estoy en la zona del ciclón y la verdad que es terrible una miseria extrema, no hay nada. Tratamos de ayudarles todo lo que podemos pero lo han perdido todo, menos la fe y la esperanza; la verdad que una siempre aprende de los sencillos”. Otros en Siria, o en distintos países de África, de América y de la India. Esta mañana han recibido el crucifijo, en Javier, un buen grupo de hombres y mujeres dispuestos a seguir los pasos de San Francisco allá donde el Señor tenga a bien enviarles. Misioneros somos todos, porque como le gusta decir al Papa Francisco, la misión no es un adorno, sino que está en el corazón mismo de la fe, por lo que cada cristiano es enviado al mundo como profeta de su palabra y testigo de su amor.

3.- San Francisco de Javier nos protege con su intercesión. Siendo nuestro patrón es también nuestro valedor, nuestro intercesor ante el Señor y tiene la misión de llevar ante el Padre nuestras peticiones, nuestras ilusiones, nuestras preocupaciones. A mí, como Pastor de esta querida Diócesis de Pamplona y Tudela me vienen a la cabeza y al corazón muchísimos proyectos, planes y desvelos. En primer lugar, me preocupan todos los diocesanos, en particular los que tienen dificultades de trabajo, de salud, de familia; los enfermos, los ancianos…, todos los que sufren. Luego sueño con tantas cosas buenas que podríamos impulsar entre todos: Me gustaría que el problema de la educación estuviera bien resuelto, que los padres pudieran elegir la educación y el centro que quieren para sus hijos, que pudieran conseguir sin dificultad la clase de religión los que la pidieran.

Me imagino una Diócesis en la que se respetara la vida desde el comienzo hasta el final y como dice el Papa Francisco “quiero enfatizar con todas mis fuerzas que el aborto es un pecado muy grave, porque pone fin a una vida humana inocente” (Misericordia et mísera, 12) y que todos hemos de salvar a aquellos que son los más indefensos. La Diócesis ha acogido a muchas madres que han sido valientes y han dado a luz y también ha acogido a las que cayendo en ésta horrible decisión frustrante, les ha ofrecido la misericordia del Señor. “Con la misma fuerza -sigue diciendo el Papa Francisco- puedo y debo afirmar que no existe ningún pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir, allí donde encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse con el Padre” (Ibd, 12). Ruego a Dios para que las instituciones sociales y todos podamos apoyar a las madres a fin de que, tendiéndoles las manos, acepten y dejen vivir al bebé que llevan en su seno.

Sueño, y esto se lo pido de modo constante a San Francisco Javier, con muchas vocaciones para los Seminarios y para la Vida Religiosa. También me imagino una Navarra en la que las familias sean un lugar privilegiado donde se aprenda a amar, a rezar, a comprender y a ser generosos. La belleza de la familia permanece inmutable, a pesar de las numerosas sombras y propuestas alternativas que tanto daño hacen. En estos días se ha publicado un libro que se ha escrito con mucha ilusión para clarificar las dudas que pueden surgir y, sobre todo, para confirmar en el camino de la fe a los matrimonios que pueden sentir dificultades. Se titula “100 preguntas sobre el Matrimonio”.

Y, como final, quisiera hacerme eco de la Carta Apostólica que nos ha dirigido el Santo Padre (“Misericordia et mísera”) al terminar el Año de la Misericordia. Leedla, que os hará mucho bien. Nos invita sobre todo a implantar en nuestro ambiente una cultura de la misericordia, que “se va plasmando con la oración asidua, con la dócil apertura a la acción del Espíritu Santo, la familiaridad con la vida de los santos y la cercanía concreta a los pobres”. Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón.

A la Virgen de Javier y a Ntra. Sra. del Sagrario Santa María la Real queremos invocar con fervor renovado para que presente ante Dios nuestro Señor estas peticiones y las que cada uno lleva en su corazón. Y que San Francisco de Javier nos haga misioneros valientes del evangelio.

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