Ante tanta información que invade por todas partes hay un gran peligro y es el de creer que todo lo que se dice es verdadero y que se atiene a las reglas del juego de la veracidad. Cuando es todo lo contrario. Tal es así que hay una gran preocupación, a nivel mundial, ante las noticias que se falsean o mejor dicho que como noticias falsas (fake news) se lanzan a los distintos medios de comunicación y se airean por doquier. Por eso es importante cerciorarse bien si tales noticias son realmente falsas o verdaderas. El papa Francisco se ha expresado de este modo: “Esta expresión –de noticias falsas- se refiere a informaciones infundadas, basadas en datos inexistentes o distorsionados, que tienen como finalidad engañar o incluso manipular al lector para alcanzar determinados objetivos, influenciar las decisiones políticas u obtener ganancias económicas” (LII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 1-13 de mayo de 2018). Siempre se ha dado un nombre que todos conocemos y es la difamación o la manipulación de la fama de la persona.

En estos momentos históricos que se habla de democracia, de libertad y de respeto hay un hecho que nos deja perplejos y hasta enojados. Es el tema del descrédito, la deshonra, la calumnia o la injuria que se utiliza como si fuera un cotilleo de café o de tertulias diversas o de páginas virtuales. Esto hace mucho daño y perjudica no sólo al que lo proclama sino de modo especial y con gran dolor a la víctima que se está ofendiendo. Pero –ante los medios sofisticados y virtuales de hoy- que airean los acontecimientos con tanta facilidad, se está dimensionando la maledicencia y la ignominia como si de algo normal se tratara. Y este es el problema fundamental que se acusa, en muchos momentos, en nuestra sociedad. ¿Qué hacer ante tanta depreciación y oprobio? Ante todo pensar que la ofensa que se realiza a la persona ofendida es de una transcendencia negativa inimaginable. De ahí que se ha de educar para ser veraces y anunciadores de la verdad.

La Palabra de Dios nos pone en aviso ante lo que es falso y aquello que se proclama, ufanamente y con refinado orgullo, a sabiendas de que siendo mentira se anuncia como verdad. “Si vosotros permanecéis en mi palabra, sois en verdad discípulos míos, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31). Si deseamos el bien de los demás una condición imprescindible es estar en la Verdad y realizar la Verdad. “Estas palabras encierran una exigencia fundamental y al mismo tiempo una advertencia: la exigencia de una relación honesta con respecto a la verdad, como una condición de auténtica libertad; y la advertencia, además, de que se evite cualquier libertad aparente, cualquier libertad superficial y unilateral, cualquier libertad que no profundiza en toda la verdad sobre el hombre y sobre el mundo. Cristo aparece a nosotros como Aquel que trae al hombre la libertad basada sobre la verdad, como Aquel que libera al hombre de lo que limita, disminuye y casi destruye esta libertad en sus mismas raíces, en el alma de hombre, en su corazón y en su conciencia” (Juan Pablo II, Redemptor hominis, n. 12). La libertad o se basa en la verdad o se convierte en una esclavitud apresada por la mentira.

Creo que la educación tiene una repercusión importante y desde niños se ha de aprender el camino de la verdad y la honestidad. La vieja escuela de nuestros padres nos lo enseñaban con mucha naturalidad: “Hijo nunca mientas y menos calumnies. La calumnia es como aquel que despluma una gallina en lo alto de la torre de la iglesia; el viento se lleva las plumas y se esparcen por doquier. Después será imposible recuperar pluma a pluma. Así es la calumnia”. Los mayores fracasos que, a veces se han dado en la historia, han sido por la falta de veracidad o de verdad. Pero se ha de tener en cuenta que la verdad siempre impera aunque aparentemente tarde, puesto que la mentira tiene “patitas muy cortas”.

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