Quién más sufre el maltrato al planeta no eres tú

Bajo el lema “QUIEN MÁS SUFRE EL MALTRATO AL PLANETA NO ERES TÚ”, Manos Unidas nos invita, un año más, a reflexionar sobre los derechos humanos como garantes de la dignidad de las personas y, en esta ocasión, recordándonos, además, la estrecha relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, en consonancia con la Encíclica del Papa Francisco “Laudato sí”.

Precisamente, San Francisco de Asís, autor del “Cántico de las criaturas”, es el inspirador de esta correlación. Él es el ejemplo por excelencia del cuidado de quien es más débil y de una ecología integral, de una atención particular hacia la creación y hacia los más empobrecidos.
Como nos recuerda el Papa Francisco, “todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios” (LS 84). Pero también advierte que “cuando no se reconoce el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza”.

El modelo de vida actual, el consumismo imperante, las estructuras de poder y la cultura del derroche en la que estamos insertos, provocan el actual deterioro medioambiental y las crisis humana y social que lo acompañan y refuerzan. En palabras de Benedicto XVI, “la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana”.

El grito de la tierra y el grito de los pobres es uno, y ambos, en gran medida, tienen su origen en los estilos de vida y consumo de las sociedades de nuestro tiempo. La calidad de vida procurada por el modelo de desarrollo de los últimos decenios ha estado basada en la sobreexplotación de los recursos naturales, provocando graves consecuencias, tales como la pérdida de acceso a recursos básicos, el incremento de la pobreza y las migraciones forzadas por inclemencias meteorológicas.
El empobrecimiento de tantos hermanos nuestros y el deterioro de la creación son consecuencia de la desigualdad y de la inequidad. Inequidad que se opone y contradice al destino universal de los bienes inscrito en el proyecto creador de Dios y que pone a tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo en una situación de carencia de condiciones de vida dignas. El Papa Francisco ha alzado la voz en numerosas ocasiones contra la globalización de la indiferencia: «No puede ser que no sea noticia que un anciano en situación de calle muere de frío y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad». Y asegura que “los más graves efectos de todas las agresiones ambientales los sufren las personas más pobres” al mismo tiempo que habla de “una verdadera deuda ecológica entre el Norte y el Sur”.

Es necesario provocar cambios profundos en los estilos de vida, los modelos de producción y consumo y las estructuras de poder para terminar, así, con la relación entre la pobreza y la fragilidad del planeta. Es preciso un estilo de vida que esté en la base del mensaje y la vida de Jesús para acercar el Reino y responder al sueño de Dios sobre la humanidad y la tierra entera.

Se trata, en definitiva, de iniciar una conversión personal y comunitaria con profundas raíces y cuyos frutos visibles sean la acogida, el respeto por los demás y por la naturaleza -con sus ritmos y necesidades-, la construcción de sociedades donde se respire la cordialidad, la inclusión, y la defensa de los derechos humanos.

Agradezco de todo corazón el trabajo que realiza Manos Unidas a favor de los más desfavorecidos y por la implantación de una ecología integral, al mismo tiempo que os animo a participar con generosidad en la “Campaña contra el Hambre” para que toda la humanidad pueda sentarse en la mesa de la casa común.

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