Hay realidades que no se pueden cambiar por más vueltas que se den y a pesar de las insistentes ideologías que nos quieren convencer del cambio de la ley natural a la “ley antinatural”. Por mucho que quieran no convencen a las mentes claras y razonables. Hay realidades naturales y planetarias que, por mucho que se les quiera cambiar, no se logra puesto que se produce un desgaste ecológico y sideral de horribles consecuencias. A pesar de ello se sigue pensando que el ser humano tiene poder de cambiar lo que es imposible cambiar puesto que es esencial y ante esto sólo se puede decir: Ha existido siempre una ley natural y existirá para siempre, es decir for ever, como se diría en lengua anglosajona. Pensemos en la biología humana que tantos golpes la hacen sufrir y por mucho que se quiera dar un giro, “aparentemente científico”, se cae en la ingenua y grotesca situación que la misma naturaleza rechaza. Lo que es de siempre y esencialmente por siempre, quedará para siempre.

Dios no ha cambiado la naturaleza. Bien sabemos el principio de que “Dios perdona siempre, el hombre a veces pero la naturaleza nunca”. La naturaleza tiene una esencia inmisericorde, es decir, que cualquiera que atente contra ella ha de saber que saldrá “mal parado”. Pensemos en los experimentos que producen un efecto nocivo a causa de su mal uso. Basta mirar cómo se encuentran las aguas marinas o los glaciares a causa del deterioro ecológico y si nos adentramos más en el deterioro moral o ético que degrada a la misma naturaleza humana y a la antropología que es lo más sagrado. Las consecuencias son deplorables. El mismo ser humano se deprecia y se degenera. No hay vuelta de hoja; lo que ha existido siempre ha de existir para siempre (for ever). A la naturaleza se la cuida y se la respeta y si se la castiga se enfurece y ella misma condena al que obra con prepotencia de manera irresponsable, aunque crea que es libre para hacerlo.

Es significativo que se quiera determinar la ley natural o que los deterministas se apropien de la misma naturaleza. Ella por si misma tiene sus propias leyes y mucho cuidado ha de tener quien quiera cambiarlas. La ley misma se volverá contra él. La manipulación de la misma lleva consigo el fracaso mayor que pueda existir. A la naturaleza la maltratarás pero no la cambiarás. “Lo que fue es lo que será. Lo que se hizo es lo que se hará. Nada hay nuevo bajo el sol. Cuando de algo se dice: ‘Mira, esto es nuevo’, ya existía en los siglos que nos precedieron. Nadie se acuerda de los antepasados, ni de los que vengan después se acordará ninguno de sus sucesores” (Eclesiastés 1, 9-10). En efecto, la tierra, el sol, el viento y las aguas siempre están de la misma forma a pesar de su movimiento.

Sobre este tema podríamos encontrar muchos pensadores que se lamentan del desvarío y confusión que están influyendo, en la sociedad civil y secular, factores de orden cultural e ideológico. “Se ha perdido la evidencia originaria de los fundamentos del ser humano y de su obrar ético, y la doctrina de la ley moral natural se enfrenta con otras concepciones que constituyen su negación directa… Cuando están en juego las exigencias fundamentales de la dignidad de la persona humana, de su vida, de la institución familiar, de la equidad del ordenamiento social, es decir, los derechos fundamentales del ser humano, ninguna ley hecha por los hombres puede trastocar la norma escrita por el Creador en el corazón del hombre, sin que la sociedad misma quede herida dramáticamente en lo que constituye su fundamento irrenunciable. Así, la ley natural se convierte en la verdadera garantía ofrecida a cada persona para vivir libre, respetada en su dignidad y protegida de toda manipulación ideológica y de todo arbitrio o abuso del más fuerte” (Benedicto XVI, Ley natural, Universidad de Piura (Perú), 1 de noviembre 2007). Ante la circunstancias actuales tenemos la impresión de que triunfa demasiado a menudo la “ley antinatural” por los modos de pensar y de actuar. No obstante estamos convencidos que la ley natural es la única que restablece el equilibrio y hace posible que el ser humano viva su propia dignidad.

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