Homilía pronunciada con motivo de la fiesta de San Fermín, el 7 de julio, a las 11:00 horas, en la capilla de San Fermín, en la parroquia de San Lorenzo de Pamplona

 

Estamos celebrando la fiesta de San Fermín y sabemos que no se puede celebrar la procesión que tanto ayuda para la devoción popular. Las circunstancias, que nos toca vivir, disminuyen las aglomeraciones y nos limitan en lo que se ha venido en llamar: la normalidad. Tal vez cueste y lo vemos en tantos momentos, pero no hemos de sentirnos enfadados, angustiados y menos acongojados. Nos sentimos contrariados por la pandemia, pero la vida tiene sus momentos fáciles y otros difíciles, momentos de gozo y momentos de sufrimiento, circunstancias
favorables y tiempos de dureza.

La Palabra de Dios que hemos escuchado nos habla con claridad y firmeza: “Bienaventurado el hombre que soporta con paciencia la adversidad, porque, una vez probado, recibirá como corona la vida que Dios prometió a los que le aman” (St 1, 12). Esta es la experiencia de San Fermín que supo soportar el sufrimiento con paciencia y sabiendo sobrellevar los momentos de dolor con la mirada puesta en Dios. Si algo ha provocado la pandemia, además de los sufrimientos que el virus proporciona, es la angustia existencial. No es raro escuchar los lamentos que se convierten en desilusiones y en traumas vitales. Los mismos sicólogos así lo afirman. De ahí que las indicaciones del apóstol Santiago vienen a darnos un hilo de luz y de esperanza.

La madurez humana y espiritual se forja sabiendo soportar la prueba para no dejarse dominar por ella. Es curioso observar que en esta época de grandes avances tecnológicos e informáticos la sociedad se resiente de falta de fortaleza (resiliencia para otros). Hay una especie de enfermedad que se vislumbra como “el síndrome de la huida”, es decir, el huir de todo aquello que incomoda o tiene atisbos de sufrimiento. Los efectos son nocivos puesto que nadie puede excluirse de la adversidad o sufrimiento. Es conveniente afrontarlos con la nobleza de un corazón que se fía del Maestro, el mejor Maestro: “Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 28-30). Sobreponerse a circunstancias de adversidad se hacen más llevaderas, cuando hay un apoyo que nos regala la fe, como es por ejemplo ante el duelo por la muerte de un ser querido, el desamor, un periodo de soledad, una enfermedad inesperada… Se sale fortalecido y se aprende a mirar la realidad por lo que es y no por lo que nos imaginamos. “Cualquier otra carga te oprime y abruma, mas la carga de Cristo te alivia el peso. Cualquier otra carga tiene peso, pero la de Cristo tiene alas. Si a un pájaro le quitas las alas, parece que le alivias del peso, pero cuanto más le quites este peso, tanto más le atas a la tierra. Ves en el suelo al que quisiste aliviar de un peso; restitúyele el peso de sus alas y verás como vuela” (San Agustín, Sermones 126, 12).

Si San Fermín supo afrontar la adversidad –con nobleza y gallardía- fue por la fe que tenía en Dios. Y tanto se fió que aceptó morir martirizado antes que ofender a Dios y a sus leyes; murió perdonando a sus ejecutores porque fraguó en su corazón lo que hoy, de nuevo, nos recuerda el evangelio: “Si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí” (Jn 15, 18). Ante el aparente triunfo del pecado, Jesús enseña que entre Él y el mundo, en cuanto reino del pecado, no hay posibilidad de acuerdo puesto que quien vive en pecado aborrece la luz. Por eso han perseguido a Cristo y perseguirán también a sus discípulos. Hoy también quien vive y desea ser un fiel discípulo de Jesucristo, muchas veces, no sólo no se le entiende sino que incluso se le considera un freno hacia el falso progresismo basado en alentar y promocionar ideologías que contrastan y van en contra del evangelio de la vida y a un falso humanismo que rompe con las leyes propias de la misma naturaleza.

San Fermín fue perseguido porque anunciaba el mensaje evangélico y en él resonaba la voz de Cristo: “Acordaos de las palabras que os he dicho: no es el siervo más que su señor. Si me han perseguido a mí, también a vosotros os
perseguirán. Si han guardado mi doctrina, también guardarán la vuestra” (Jn 15, 20-21). La persecución alardea de reivindicar lo justo ante quien se posiciona con la fuerza de la fe en Dios. El ejemplo sumo lo tenemos en Cristo que nos educó para saber afrontar los momentos difíciles y él mismo nos indica que en su ejemplo encontraremos la pedagogía de cómo vivir la fe y amar; será el mejor testimonio que como el grano de trigo, que muere en tierra, producirá frutos.

En este día que proclamamos -con alegría- a San Fermín, ruego a Dios nos impulse a mirar al Santo Patrón y depositar nuestros anhelos, nuestra esperanza y nuestros proyectos en su regazo para que su ejemplo y su vida de gracia cale en nosotros sabiendo que la existencia sólo tiene un recorrido y un final que es la bienaventuranza de la Eternidad, y esto se concederá si hemos sido responsables. Si correspondemos y ansiamos ser felices para siempre, San Fermín, nos invita a ser coherentes y a vivir en la gracia santificante, es decir, con un corazón que ama. La santidad será el mejor regalo que Dios recibe y el mejor don para la humanidad sedienta de amor de Dios y amor al prójimo. Que La virgen María nos acompañe como buena Madre y nos enseñe a vivir desde la humildad proclamando la grandeza de Dios.

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