Todo empezó el pasado sábado 8 de junio, en la estación de autobuses de Pamplona. Mucho antes de las 10:00 horas ya estaban los andenes llenos. Mucho barullo, y ruido agradable. Caras sonrientes y de color esperanza. Todo el mundo estaba haciendo algo: unas enfermeras, vestidas con trajes para la ocasión, daban acreditaciones, otros, cargaban maletas, otras, revisaban medicaciones, otros, empujaban alguna silla de enfermos. Y en todos expectación e ilusión. Íbamos a encontrarnos con la Virgen en Lourdes.
Para mí, era la primera vez, mi primera peregrinación diocesana como Arzobispo. Parecía que todo el mundo sabía lo que tenía que hacer. El nivel de organización era muy alto. En cambio, yo todo lo tenía que preguntar. A la vez que un poco perdido por la novedad, estaba impresionado porque todo parecía una maquinaria bien engrasada. La seriedad y claridad en la organización me daba tranquilidad.
Llegamos a Lourdes con más ilusión que cansancio. Nos alojamos en el mismo hospital de todos los años, que tiene un aroma de santidad, pues en él se alojó San Juan Pablo II, el 15 de agosto de 2004. Todas las paredes estaban adornadas con fotos del Papa peregrino cuando visitó Lourdes para celebrar el 150 aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción por el papa Pío IX en 1854. San Juan Pablo II quedó impresionado en su viaje cuando dijo «Arrodillándome de nuevo en la Gruta de Massabielle siento con emoción que he alcanzado la meta de mi peregrinación».
Esta misma emoción la sentimos nosotros cuando el domingo 9 de junio celebramos en la misma ruta donde la Virgen se apareció Bernadette. Llovía, había que cubrirse y abrigarse, casi hacía frío. Pero todos estábamos mirando a la gruta, mirando la roca, mirando a la Virgen. Ella nos miraba, nos hablaba, y en varios peregrinos se adivinó más de una lágrima, ¡es la Madre! decían algunos. Detrás de un carro siempre un voluntario, otro voluntario sosteniendo un paraguas, otro voluntario cubriendo al enfermo. Todos con cara de compartir, con cara de fraternidad, con cara de servir.
Leyendo el fragmento del centurión pidiendo a Jesús que cure a su siervo, me doy cuenta que en nuestra peregrinación hay mucha fe, mucha confianza en Jesús. Una fe que mueve montañas y que enternece corazones. Tuve el privilegio de administrar la unción de enfermos, en la última misa de la peregrinación, a muchos pacientes o enfermos. ¡Cuánta fe vi en sus caras! Me mostraban la frente para que les marcase con el óleo consagrado, me presentaban las palmas de sus manos para que les ungiese. ¡Estaban convencidos que Dios les iba a tocar! ¡Convencidos que Dios no pasaba de largo! En sus ojos, un poco llorosos, vi la presencia de Dios en sus vidas. La unción les había tocado. Era casi un milagro.
El milagro de Lourdes es ver a los enfermos, a los pacientes, alegres y contentos. Vuelven renovados, la enfermedad, limitación o dependencia, la asumen como una forma de vida, como algo suyo, pero dentro y fuera se nota alegría, sonrisa. Dan gracias a Dios por el milagro de la vida. El milagro es ver el rostro de los voluntarios, que han dormido poco, que han comido tarde y no siempre bien, pendientes de los pacientes. Enfermeras controlando y administrando la medicación, sirviendo comidas, cambiando pañales. Voluntarios llevando y tirando de los carros. Eran rostros de satisfacción, de orgullo por haber podido servir a enfermos y pacientes y poder encontrarse con la Virgen en Lourdes. Lo vivido junto a Nuestra Madre es un milagro. Sí, creo en el milagro de la solidaridad, de la gratuidad, de la generosidad, del servicio. Creo en el milagro de la sonrisa, del canto, de la palmada. En una sociedad individualista como la nuestra, lo vivido en Lourdes es un milagro y yo he sido testigo de ello.
El último milagro fue al llegar a Pamplona. Los voluntarios, cansados, mal comidos, mal dormidos, mal descansados, y ya bajando del autobús y despidiéndonos la mayoría decía, “yo el año que viene vuelvo”, porque Lourdes engancha. Yo sí creo en estos milagros, y por estos vale la pena nuestra peregrinación diocesana a Lourdes.
Gracias por todo lo vivido con enfermos, pacientes y voluntarios. Gracias por lo que me habéis enseñado, por lo que habéis rezado y por lo que habéis luchado. Vosotros hacéis posibles los milagros. ❏

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