Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló el 18 de agosto en la Residencia Universitaria del Huerto (Pamplona)
(Jue. 2, 11-19 // Sal. 105 // Mt. 19, 16-22)
Queridas adoradoras.
Comenzamos las Jornadas de Formación de ANFE, con nuestra eucaristía, porque queremos que el Señor sea lo primero, y el centro de nuestras jornadas. Deseo que estos días sean un tiempo de gracia, de escucha, de conversión y de compromiso renovado ante el Señor, a quien adoramos noche tras noche en silencio, en vigilia y en amor. Deseo que estas jornadas no sean solo una formación académica, científica o teologal, sino que sobre todo nos dejemos formar por el gran formador de todos que es Cristo. Que le preguntemos ¡Señor!, ¿qué quieres de mí? Que estemos abiertos al soplo del Espíritu
Como mujeres nos miramos en María, la gran adoradora. El pasado 15 de agosto celebrábamos la Asunción de María a los cielos. María fue elevada porque escuchó, sobre todo en la Anunciación, y en esa escucha descubrió la voluntad de Dios en su vida: la de ser madre de Jesús, la de estar cerca de la gente que le necesitaba, como fue el hecho de ir a ayudar a su prima Isabel. María escucha y luego actúa. A María el Señor le habló en el silencio y en la adoración a los pies de la cruz. María no habla, pero está, no comprende, pero se fía de Dios.
El libro de los jueces, en la primera lectura, nos invita a revisar nuestra historia, personal, comunitaria y eclesial. Nos empuja a revisar nuestra fidelidad y también nuestras infidelidades. Hemos escuchado cómo el pueblo de Israel adora a otros dioses, se aparta de Dios “siguieron a otros dioses de los pueblos de alrededor, los adoraron y provocaron la ira del Señor” (Jue. 2, 12). Esto provocó un cambio en la vida del pueblo de Israel, llegaron los problemas, las dificultades. Dios no era el centro, y siguieron a otros dioses, muchos hechos a su medida y a su interés. La fidelidad de un pueblo ha sido reemplazada por la indiferencia, por la idolatría. Y no hablamos solo de estatuas o cultos paganos: el corazón se ha ido tras otras cosas, se ha quedado vacío. Cuando nos alejamos de Dios, cuando construimos otros dioses, para sustituir al Dios verdadero, nos desvanecemos, somo más débiles y surgen los problemas. Nuestro interior está vacío, porque los otros dioses nos ofrecen sucedáneos pasajeros que no nos llenan.
Imagino que cuando nos apartamos de Dios nuestra adoración falla, se vuelve monótona, rutinaria, nuestra mente se va a otro lado, nos descentramos, y nuestra vida también se debilita. Cuando al Santísimo lo sustituimos por otros dioses, percibimos sequedad interior y soledad espiritual. Sentimos a Dios lejano, pero no porque Él se haya ido, sino porque nosotros lo hemos sustituido.
Pero la misericordia de Dios no tiene límites pues, como nos decía la primera lectura, “se conmovía ante los gemidos que proferían bajo el yugo de sus opresores” (Jue. 2, 18). Por varias veces el Señor se conmovió y por varias veces los israelitas abandonaron al Señor. ¡Qué consuelo saber que la misericordia de Dios es más grande que nuestro pecado! ¡Qué esperanza ver que Dios no abandona a su pueblo, sino que lo corrige, lo rescata, lo cuida!, todo porque lo ama.
Esta es la cuarta celebración que tengo, en poco tiempo, con diferentes grupos de adoradores en la diócesis. Y el evangelio de hoy me ha dado una clave. Ser adorador es una vocación. Os voy conociendo, y sois especiales, el ritmo de adoración me dice, o tenéis vocación o este ritmo no se mantiene. Es una respuesta a una llamada de Dios para estar más íntimamente con Él. Las adoradoras, responden a una llamada de Dios de forma radical, es una respuesta, que se convierte en vocación. Ser fiel en la adoración, hacerlo con gozo y alegría, no como una carga, es vocacional. El adorador disfruta, el adorador contagia, el adorador vive una comunión plena con el Señor.
El adorador deja todo por la adoración. Deja la comodidad de la noche en casa, la comodidad del tener, de la riqueza, y lo deja por vivir su vocación, que es orar ante Cristo eucaristía. Hermanas, la adoración nocturna es una vocación preciosa, pero también exigente. No es solo venir a orar. Es ponerse ante el Señor con el corazón abierto. Es dejar que Él nos diga, como al joven del evangelio: “Te falta esto… déjalo y sígueme”. Y cuando lo dejamos, Él nos da cien veces más: en paz, en libertad, en gozo interior, en sentido. Porque no hay nada más grande que seguir a Jesús sin reservas.
Como el joven del evangelio, hubo un momento donde también vosotras os preguntasteis “Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?” (Mt. 19, 16). El adorador está en actitud de búsqueda, quiere estar más cerca de Dios, cumplir su voluntad, y constantemente se hace esta pregunta ¿qué tengo que hacer?. La vida rutinaria de fe no satisface al adorador, está en actitud de búsqueda, y pide algo más, algo más radical, hasta que escucha “Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo— y luego ven y sígueme” (Mt. 19, 21). En esta respuesta Jesús le dice al joven, que no es suficiente cumplir, que debe comprometerse, que está bien que cumpla los mandatos. Está bien que el adorador adore, pero esa adoración hay que hacerla vida. Lo mismo que en nuestra adoración, hemos de transformarla en compromiso. Adoradores de noche, comprometidos con los pobres de día.
Que estas jornadas de formación, sean un espacio para escuchar de nuevo la voz que nos llama, la voz que construye nuestra vocación de adoradores. Que nos vayamos alegres porque realmente hemos cumplido la voluntad de Dios, de dejar lo superfluo en un segundo lugar, para poner en el centro al Señor en nuestra adoración. Que nos vayamos más libres, más decididas, más disponibles y con nuestra vocación de adoradoras renovada.
+ Florencio Roselló Avellanas O de M
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela