La Misa Crismal, una de las expresiones más hermosas de la vida diocesana

Homilía pronunciada pro el Arzobispo don Florencio Roselló, los pasados días 15 y 16 de abril, en las catedrales de Tudela y Pamplona, respectivamente, con motivo de la celebración de la Misa Crismal.


Queridos hermanos sacerdotes, diáconos, seminaristas, vida consagrada y laicos. Gracias por venir, gracias por acudir a esta celebración que quiere expresar la unidad de la diócesis. Vuestra presencia hace visible el rostro de la Iglesia diocesana: ministros ordenados, consagrados, laicos, cada uno desde su vocación bautismal, reunidos en torno al obispo y pastor de la diócesis. Esta celebración es una de las expresiones más hermosas de la vida diocesana. Hoy, como obispo, tengo la alegría de consagrar el santo Crisma y bendecir los óleos que serán signos de gracias y vida nueva en los sacramentos que celebramos a lo largo del año.

La primera lectura de Isaías y el evangelio nos presentan la misión de Jesús “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido” (Lc. 4, 18).  Hermanos sacerdotes, ¡cuántas veces hemos escuchado estas lecturas!, seguramente en muchas de nuestras ordenaciones se ha leído esta palabra, porque todos hemos recibido un Espíritu, todos hemos sido ungidos. Pero hay que recordar que la unción no es un premio, ni una condecoración. La unción es una misión. Dios nos ha ungido para enviarnos, nos ha ungido para servir, nos ha ungido para comprometernos. Como ungidos somos enviados, no para algo, sino para alguien, especialmente para los que sufren, para los heridos, para los que no cuentan. El Papa Francisco, en su homilía del 4 de abril de 2013, durante la Misa Crismal dijo, «La unción que ha recibido el sacerdote no es para perfumarse él mismo, sino para derramarla sobre su pueblo, especialmente sobre quienes sufren».. Me gustaría que la unción nos trajese una Iglesia que transforma, acompaña, que fortalece, que sana y consuela, no una Iglesia que impone, aplasta o condena. Una Iglesia que se muestra cercana a los pobres.

La unción, es consagración, que nos prepara para la misión. Significa ser apartados de Dios, porque el ungido es enviado. No hay consagración, no hay unción que no lleve al envío. Cristo fue ungido «para anunciar la buena noticia a los pobres, vendar los corazones heridos, proclamar la liberación…» (Is. 61, 1). Una misión que tiene unos destinatarios muy concretos los pobres, los necesitados. Una misión, unos destinatarios, que hacen que seamos sacerdotes “con olor a oveja” que nos dice el Papa Francisco, quien se entrega en la misión huele a oveja, a pobre, huele a entrega. Así, la unción no se encierra en sí misma; es dinámica, expansiva, salvífica. No es para algo sino para alguien.

Pero esta misión nace del altar, de la eucaristía. Con frecuencia ponemos el acento en la misión, inclusive en el compromiso social, pero nuestra misión debe pasar primero por el altar, por celebración de la eucaristía, para luego ser imitadores de Jesús en nuestra vida de cada día, que es la entrega sin límites, cuando nos dice Jesús “haced esto en memoria mía”(Lc. 22, 19). La Eucaristía nos envía a la misión. Hemos sido consagrados, ordenados sacerdotes para celebrar la eucaristía que es el mayor acto de entrega y sacrificio por el mundo. La eucaristía acompañada de la oración. Rezad la liturgia de las horas, ella es la fuente que nos da vida, la que nos permite hablar diariamente con Dios. Sed hombres de oración es ser hombres de misión segura.

Una misión que tanto Isaías en la primera lectura, como Jesús en el evangelio, nos envía a los pobres, a los vulnerables, a los ciegos, a los cautivos, a los oprimidos, a los inmigrantes, a las víctimas de la trata, a las víctimas de la guerra. En esta semana de pasión Jesús nos envía a llevar las cruces pesadas que muchas situaciones de la vida han generado. El sacerdote es especialista en llevar cruces, en ayudar a llevarlas, como el buen cirineo.

Queridos sacerdotes, hoy, juntos, ante mí, y ante toda la diócesis vais a renovar vuestras promesas sacerdotales. No viváis este momento como un simple rito, ni como un formalismo. Os invito a recordar vuestra ordenación sacerdotal, os dejo unos segundos para pensar ese momento. ¿Qué recordáis de aquel momento? ¿Quién asistió, qué os dijo el obispo que os ordenó? Renovar las promesas sacerdotales no es repetir fórmulas. Es una ocasión para volver al primer amor, volver al momento en que llenos de gozo y alegría dijimos sí a Cristo y a su Iglesia. Es una ocasión para volver a mirar a Jesús a los ojos, como Pedro a orillas del lago, y decirle de nuevo, “Señor, tú sabes que te quiero” (Jn. 21, 17). Volver a renovar nuestras promesas en medio de nuestra humanidad, no perfecta, pero sí decidida. Renovar, aunque a veces lo hayamos negado como Pedro, o hayamos caído, o quizás nos sintamos cansados. Renovar las promesas sacerdotales esta mañana es volver a decir sí, y repetir interiormente, “una y mil veces diría que sí”.

Queridos sacerdotes de nuestras diócesis de Pamplona y Tudela. Gracias por vuestro sí, gracias por vuestro testimonio y entrega. Gracias por vuestra generosidad. Ha pasado un año y casi tres meses de mi llegada a esta diócesis, he podido hablar con bastantes de vosotros sacerdotes, acompañaros en celebraciones, en momentos alegres y también en momentos tristes. Conozco un poco más vuestras motivaciones, vuestros sueños e ilusiones, también vuestros cansancios y caídas, y os digo que valen la penaVuestra lucha es mi lucha, vuestro sueño es mi sueño. Ser sacerdote hoy en día no es fácil. Voy conociendo fatigas e incomprensiones, pero también alegrías y proyectos ilusionantes. Os veo fieles y serviciales. Os veo entregados, en la pastoral rural, una entrega ejemplar, ¡cuántos kilómetros hacéis! La Iglesia no necesita sacerdotes perfectos, sino entregados. No espera de nosotros grandes discursos, sino presencias que sanan, manos que bendicen y corazones que perdonan.

En esta Misa Crismal, como obispo, tengo la alegría de consagrar el santo Crisma y de bendecir los oleos que serán signo de gracia y vida nueva en los sacramentos que celebramos a lo largo del año: el nacimiento espiritual en el Bautismo, la fortaleza en la Confirmación, el envío en el orden sagrado y el consuelo en la enfermedad. Es una ceremonia bonita y la fuente para toda la diócesis. Es en esta Misa Crismal donde se derrama toda la unción para nuestra diócesis.

En esta celebración que es la fiesta sacerdotal por excelencia me gustaría hacer una referencia a nuestros seminarios, donde se forman los futuros sacerdotes de nuestra diócesis. Los seminaristas son el corazón de nuestra iglesia de Navarra, que merece un cuidado y una oración constante por parte de toda la diócesis. Cada seminarista es un regalo de Dios, un tesoro escondido que hay que cuidar y acompañar. El edificio de nuestro seminario es grande, todos los conocemos, caben muchos seminaristas, sé que Dios sigue llamando, os pido que estemos atentos, que abramos los ojos y ayudar a jóvenes a decir sí a Dios. Oremos por los seminaristas, por sus formadores, acompañantes silenciosos y entregados en la formación de los futuros sacerdotes. Sacerdotes, laicos, no tengáis miedo en proponer la vocación, no tengáis miedo en preguntar a un joven “¿Has pensado que Dios podría llamarte al sacerdocio?”

Queridos laicos, os pido que recéis por nuestros sacerdotes. Ellos lo necesitan. Acompañadlos con cariño, animadlos, y cuando sea necesario, también ayudadlos a volver al Evangelio con ternura y verdad. Ayudadme también a mí a acompañarlos, a cuidarlos. El pasado domingo una señora me hablaba con cariño de un sacerdote que había que cuidar, que había que acompañar. Cuando el comentario sale del cariño, es amor. Yo no veo todo, no llego a todo, entre todos cuidemos a los sacerdotes, son de una categoría humana y religiosa digna de admiración. El sacerdote no es un superhombre, sino un hermano que ha sido llamado para servir en medio de su fragilidad, y entre todos debemos cuidar esa pequeñez y esa fragilidad para que sigan sirviendo con entrega a esta querida iglesia que peregrina en Navarra.

Me gustaría terminar esta reflexión de la misma forma que lo hizo Jesús en la sinagoga “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”. Significarían que mis palabras han calado en vuestros corazones, significaría que hemos renovado nuestras promesas sacerdotales y que hemos vuelto al primer amor. Significaría que hemos vuelto a ser ungidos para la misión. Significaría que todos nos sentimos iglesia diocesana de Pamplona y Tudela. Significaría que yo también renuevo mi servicio y que estoy a vuestra entera y total disposición.

+ Florencio Roselló Avellanas O de M

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

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