
Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 7 de abril, en la Casa Misericordia de Pamplona con motivo de la Misa Jubilar
En este año del Jubileo de la Esperanza, el Papa Francisco anima a toda la Iglesia a ser signos tangibles de esperanza. Es decir, a ser apoyo, consuelo, y fortaleza “para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria” (Spes non confundit, 10). Este año jubilar no debe de quedarse solo en la contemplación, ni tan siquiera solo en la oración, sino en gestos de compromiso entre las personas más vulnerables y necesitadas.
Entre estas personas que necesitan signos de esperanza están los ancianos “que a menudo experimentan soledad y sentimientos de abandono. Valorar el tesoro que son sus experiencias de vida, la sabiduría que tienen y el aporte que son capaces de ofrecer, es un compromiso para la comunidad cristiana y para la sociedad civil, llamadas a trabajar juntas por la alianza entre las generaciones” (Spes non confundit, 14).
Queridos residentes de la casa de la Misericordia, nuestra presencia en esta mañana es la presencia de la Iglesia de Navarra que quiere compartir con vosotros un momento de vuestra vida. Visitar la casa de la Misericordia es visitar a la sabiduría de años de entrega. Es reconocer vuestra experiencia de la vida y todo el recorrido que habéis hecho. Visitaros en la casa de la Misericordia es reconocer vidas generosas, vidas desgastadas para hacer una Pamplona y una Navarra mejor y más solidaria. Queremos reconocer lo mucho y bueno que habéis hecho por nuestra sociedad. Y damos gracia a Dios por vuestra vida.
Residentes, sois un ejemplo de perseverancia en los momentos de incertidumbre, de problemas y dificultades. Cada uno de vosotros lleva en su corazón historias de lucha, sacrificio, gozo y sufrimiento, pero sobre todo lleva en su corazón mucha esperanza, esa que nos regala Dios, que no defrauda. Quiero compartir con vosotros unas palabras del papa Francisco “Dios nunca abandona a sus hijos. Ni siquiera cuando la edad avanza y las fuerzas flaquean, cuando aparecen las canas y el estatus social decae, cuando la vida se vuelve menos productiva y corre el peligro de parecernos inútil”. (Papa Francisco. Jornada mundial de los abuelos y los mayores. Roma 26 julio 2024)
En la primera lectura San Pablo nos asegura que “la esperanza no defrauda” (Rom. 5, 5. Es bueno leer esta lectura de vez en cuando porque en nuestra vida hemos experimentado muchas veces desilusiones, frustraciones, promesas rotas. Inclusive decepciones con nuestra familia, pero la esperanza que nos ofrece Dios no defrauda, es fiel y segura. No se trata de una esperanza humana, a veces estamos cansados de decepciones humanas, sino de una esperanza en Dios. Seguramente cuando todo nos ha fallado, recurrimos a Dios a través de la oración, de la confianza en Dios y nos anima y nos ayuda a seguir adelante.
En el evangelio hemos escuchado cómo Jesús se presenta como la esperanza de los que no tienen esperanza, como la esperanza de los que no cuentan en la vida, como la esperanza de los que no tienen ilusión. También se presenta como la esperanza de los ancianos, de aquellos que han vivido muchos años de vida, y que en ocasiones pueden sentirse solos. Hoy el evangelio nos recuerda que su esperanza va dirigida a todos, sin importar edad ni procedencia, sí, también va dirigida a todos nosotros que vivimos en la casa de la Misericordia.
Me gustaría hacer mías las mismas palabras de Jesús en evangelio que nos ha dicho “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír” (Lc. 4, 21). Eso significaría que hemos conseguido transmitir esperanza en los ancianos de la casa Misericordia, que les hemos transmitido ilusión, alegría, ganas de vivir. Cumplir la Escritura es reconocer el valor de los ancianos en nuestra vida, reconocer toda una vida de entrega y sacrificio. Es reconocer que todavía siguen siendo necesarios, es transmitirles que Dios los necesita aquí y ahora.
En este Jubileo, os invito a renovar esa esperanza, a vivir con la certeza de que su vida no está concluida, que cada día es una oportunidad para compartir más plenamente con los demás la alegría de la fe. La Iglesia os necesita, más que nunca, como luz para todos los que necesitan consuelo y guía. Su vida sigue siendo ejemplo para los que venimos detrás. Su vida es esperanza para mucha gente que no sabe qué hacer con su vida.
Quisiera también que los trabajadores, hermanas, voluntarios la Junta de la Casa de la Misericordia vivieseis el jubileo de la esperanza. Que, con los residentes de esta casa, construyamos un ambiente de esperanza, de ilusión y alegría. Que también vosotros vivieseis el Jubileo como una renovación interior y personal. Aprovecho también para agradecer vuestro trabajo y dedicación, a las hermanas su presencia y a la Junta su gestión, que con cariño y trabajo hacen de la Casa de la Misericordia un referente en nuestra ciudad de Pamplona.
Quiero terminar, queridos ancianos, agradeciéndoles de corazón todo lo que han dado a la Iglesia y al mundo. Que este tiempo de Jubileo les permita renovar su esperanza, fortalecer su fe y sentir el amor de una Iglesia que los valora, que los honra y que los necesita.
+ Florencio Roselló Avellanas O de M
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela