Nuevos mártires beatos navarros en el Año de la Fe (III)

claretianosEn esta publicación hablamos de las vidas de los mártires navarros que serán beatificados el próximo 13 de octubre, pertenecientes a la orden de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María (Claretianos).

Claretianos

Los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, popularmente conocidos como Claretianos, fue la congregación masculina con mayor número de mártires, un total de 271, de los que 25 eran navarros. En 1992 fueron beatificados los 51 mártires de Barbastro, entre ellos nueve navarros. El próximo 13 de octubre serán beatificaos otros 15 claretianos, casi todos jóvenes seminaristas martirizados en la estación de Fernán Caballero (Ciudad Real), dos de ellos nacidos en Navarra.

ANTONIO LASA VIDAURRETA

Nació en Loizu (valle de Erro) el 28 de junio de 1913, en casa Garicoa, hijo de Miguel Lasa y Josefa Vidaurreta, católicos a machamartillo. Fue bautizado el día 30, recibiendo el sacramento de la confirmación el 6 de agosto del mismo año. En 1924, con 11 años, ingresó en el Postulantado de los Claretianos en Santo Domingo de la Calzada. Cursó los tres años de Filosofía en Beire. Al terminar el tercer año de Teología en Santo Domingo, tras una crisis de entendimiento con el Prefecto de teólogos, obtuvo de los superiores el paso a la provincia Bética, continuando sus estudios en Zafra (Badajoz) a partir de 1935.

Antonio poseía un conjunto envidiable de cualidades: inteligencia, prodigiosa memoria y tesón para el estudio, acompañada de una piedad serena, que se traducía en una armonía de cabeza y corazón. Estas son las virtudes que quedarían arrancadas en su temprano martirio, a los 23 años, al año escaso de su llegada a Zafra.

CÁNDIDO CATALÁN LASALA

Nació en Corella, hijo de Feliciano y Jacinta, el 16 de febrero de 1916, y fue bautizado al día siguiente con el nombre de Cándido Isaías. Recibió el sacramento de la Confirmación el 26 de septiembre de 1918. A los 11 años, siguiendo las huellas de su tío, el P. Cándido Catalán Monreal, entonces Provincial de la Provincia Bética de los Claretianos, ingresó en el Postulantado de Plasencia en 1927. Quienes le trataron dicen que fue muy infantil hasta los 17 años. Maduró mucho a partir del Noviciado en Salvatierra de Álava, donde profesó en 1932. En 1935, al comenzar su primer año de Teología la transformación era ya total: “Estudiante religiosamente completo, piadoso, caritativo, obediente, humilde, aplicado, optimista”, relata el informe de su Prefecto. Fue el más joven de este grupo de mártires. Sólo tenía 20 años.

Ambos jóvenes religiosos nacidos en Navarra fueron martirizados el 28 de julio de 1936 en la estación de Fernán Caballero, junto con otros catorce estudiantes, cuando se encaminaban hacia Madrid, tal como se relata a continuación.

Toda la comunidad había sido expulsada brutalmente y perseguida a muerte del convento de Zafra (Badajoz), donde los estudiantes realizaban sus estudios de Teología. Estos hechos acontecieron en los últimos días de abril y primero de mayo de 1936, al poco tiempo de la llegada del Frente Popular al poder. Los 47 miembros de la comunidad (9 padres, 30 estudiantes y 8 hermanos coadjutores) se refugiaron en la casa de ejercicios adosada a la Casa-Misión de Ciudad Real. La casa estaba desprovista de todo, por haber sido previamente desvalijada por los asaltantes. No salieron de ella en los cerca de tres meses que estuvieron allí. El 10 de mayo se reanudaron las clases y el 10 de junio tuvieron los exámenes. Conscientes de la situación, vivieron este tiempo con alto fervor religioso. El hermano de Antonio, Félix Lasa, médico, los visitó poco antes de su muerte, con ánimo de que marchase con él a Madrid. Sin embargo, Antonio continuó con su comunidad.

El día 24 de julio comienza la angustia de todos, al quedar la casa en poder de los milicianos. Esa primera noche fue relativamente tranquila, pues el jefe de guardia de los milicianos, un tal Camisón, parecía hombre comprensivo. Al día siguiente, fiesta de Santiago, el tal Camisón les permitió decir una misa al Padre superior, comulgando toda la comunidad, si bien con guardia armada. El día 28 llegaron los salvoconductos del Gobierno civil, que no eran otra cosa que salvoconductos de la muerte. Se organizó la primera expedición en la que iban dos Padres y 14 estudiantes, entre ellos los dos navarros. Los llevaron a la estación de Ciudad Real. Al llegar se armó un griterío y voces de: ¡A matarlos! Los hicieron montar y cuando el tren llegó a la primera estación ya no esperaron más: acabarían con los catorce jóvenes. A las cinco de la tarde se detuvo el tren en la estación de Fernán Caballero. Un grupo de milicianos acabó con ellos a balazos y con armas blancas.

Entre el montón sangrante de los trece cadáveres de sus compañeros, Cándido Catalán quedó con vida, aunque gravísimamente herido. Unas cuatro horas estuvo desangrándose. Le atendió el médico de Fernán Caballero, D. Pascual Crespo Campesino. Las autoridades ordenaron que Cándido Catalán fuera trasladado al hospital de Ciudad Real. A mitad de camino, cerca del río Guadiana, falleció. Las dos fotografías que se le hicieron muestran la serenidad impresionante de su rostro, aún después de muerto.

Santiago Cañardo Ramírez

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