Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 23 de junio, en la Catedral de Pamplona, con motivo de la ordenación sacerdotal y diaconal de Juan María Terrés, Ken Beleña y José Humberto Chamalé.

 

Estamos de fiesta, la Iglesia, la Diócesis se viste de fiesta.
La semana pasada envié una carta a La Verdad en la que decía, con un lenguaje muy de la calle, algo así como que hoy en día todo son peros, dudas y justificaciones cuando hay que comprometerse. Siempre se mira hacia otro lado y se buscan excusas. En el Evangelio hay un texto muy gráfico en el que, cuando Jesús llama, le ponen excusas. «He comprado un campo y necesito ir a verlo. Dispénsame». Otro dice «He comprado cinco yuntas de bueyes y tengo que ir a probarlas». Y otro dice «Me acabo de casar y no puedo ir». Todo son excusas. Cuando uno se compromete parece que necesita seguridades y garantías. El cheque en blanco no existe y hoy me encuentro con tres jóvenes que sí se comprometen. Para Juan, para Ken y para José Humberto sí existe el cheque en blanco para Dios. Han dicho sí y hoy todos los aquí presentes vamos a ser testigos. En una sociedad como la nuestra, es un privilegio asistir a esta celebración. Y quieren hacerlo para toda la vida, como nos dice el Evangelio: «Y dejándolo todo le siguieron». Sin excusas, sin bueyes, ni campos que probar. Su mirada en el horizonte se ha cruzado con la de Jesús y le han dicho sí.

Muchos de los aquí presentes conocemos a Ken, a Juan y a José Humberto. Llevan tiempo en la formación, han tenido experiencia pastoral, pero sabemos a lo que se comprometen, sabemos para qué han sido elegidos. Ellos estaban como otra gente, como otros jóvenes, pero han sido ellos los que han dicho sí. El Bautismo nos hace a todos sacerdotes, pero sin embargo, el gran sacerdotes, Jesús, eligió a algunos de manera especial. Y hoy elige a Juan y a Ken. En la Iglesia van a desempeñar el oficio de sacerdotes para el bien de todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Jesucristo, enviado por el Padre, envió a sus discípulos, y hoy envía a Juan y a Ken a una misión. Hace un mes, más o menos, estuvimos hablando y me dijeron que sí. Van a ser colaboradores del Obispo, pero sobre todo servidores del pueblo de Dios.

Tú, José Humberto, estás llamado a ayudar al Obispo y sus presbiterios en el anuncio de la palabra de Dios, en el servicio del altar, y, sobre todo, en el ministerio de la caridad con los pobres. Algunos diáconos viven este tiempo contando los días que les quedan para ordenarse sacerdote. Eso es triste porque esperan y dejan pasar el tiempo. No hagas nunca eso. Vive tu diaconado como el mejor tiempo de tu vida. Comprométete. Es un tiempo precioso si se vive desde el servicio. Sirve con amor y alegría, tanto a Dios como a los hombres.

Queridos Ken y Juan, vais a ser ordenados sacerdotes y os corresponden varias funciones. Una, la de enseñar en nombre de Cristo, el maestro. Sobre todo meditar la palabra que vais a enseñar. Procurad creer lo que leéis, enseñar lo que creéis y, sobre todo, practicar lo que enseñáis. Que nunca os puedan decir lo que a los fariseos. Haced y cumplid lo que ellos dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen. Y a veces nos lo dicen, porque somos humanos y en ocasiones no actuamos bien. Intentad vivid lo que enseñáis, intentad practicar lo que creéis. Decía Benedicto XVI que la Iglesia no crece por proselitismo, crece por testimonio, por atracción de la vida. Como sacerdotes, también os corresponderá la misión de santificar. Con vuestras manos será ofrecido el sacrificio de Cristo. Vuestras manos están llamadas a tener lo mejor que podemos tener, el cuerpo y la sangre de Cristo. Os invito a vivir vuestro sacerdocio desde el sacrificio de Cristo. Estad atentos a la celebración de la Eucaristía, a vuestras manos. No hagáis nunca nada porque toca, porque es la hora, o por rutina. Es el sacrificio de Cristo. Alguien muere por mí y morir es por amor. Daos cuenta de lo que hacéis e imitar lo que conmemoráis. Que la celebración de la Eucaristía haga morir en vosotros el mal y os ayude, después de cada Misa, a empezar una nueva vida, porque en cada Eucaristía Jesús muere y resucita por mí. Cada Eucaristía es una vida nueva. Estáis llamados a ser pastores, a ser mediadores entre Dios y los hombres. Ser pastores, id junto al rebaño. Unas veces delante, guiando, otras veces en medio, acompañando, y otras veces detrás, recogiendo y curando heridas, pero siempre con el rebaño y con el pueblo a su mismo paso. Sed pastores, no funcionarios. Que la línea entre ser pastor y ser funcionario es muy fina. Sed mediadores, no mensajeros.

En una ordenación sacerdotal escuche al Papa Francisco cuatro cercanías. Yo las he recogido y lo he adaptado a nuestra realidad.

1. Cercanía con Dios. Y esta empieza a construirse, sobre todo, a través de la oración. En ocasiones al sacerdotes le cuesta encontrar tiempo para rezar. Haced un horario y que la oración sea un tiempo preferencial. Nuestro ministerio sacerdotal es como una planta que hay que regar y cuidar, sino, se estropea y se desvanece y vienen las crisis.

2. Cercanía con el Obispo. Vivir la cercanía con el Obispo es vivir la cercanía con la Diócesis. El Obispo es humano y se puede equivocar, pero el Obispo es signo de comunión y unión. Me tenéis a vuestra disposición. El primer día que llegué a esta Diócesis dije que venía a servir, por eso me tenéis a vuestra disposición.

3. Cercanía con los sacerdotes. Para mí, vivir la comunión y fraternidad sacerdotal es fundamental. Buscad al hermano sacerdote para compartir, para rezar, para hablar, para animaros, para contaros vuestros problemas y alegrías, para disfrutad de un viaje, de tiempo de ocio.

4. Cercanía con el pueblo de Dios. Hoy seréis ordenados sacerdotes para servir al pueblo de Dios que camina en nuestra Diócesis, en al Iglesia en Navarra. La gente tiene hambre de Dios, tiene sed de Dios y hoy sois ordenados sacerdotes y diáconos para dar de comer a tanta gente que tiene hambre de Dios. Y no os olvidéis de los pobres. Sed acogedores de todos. Sois para todos, para los ricos y los pobres, para los hombres y para las mujeres, para todos. Sed apertura para todos, porque la Iglesia es la casa de todos, también la de los pobres. No olvidemos que nuestra iglesia es creíble cuando la abrimos también a los pobres. El Papa Francisco, en la fiesta del Corpus de 2015, decía: «La Eucaristía no es un premio para los buenos, sino para los débiles y pescadores, es perdón para los que caen y tienen que levantarse».

El Evangelio que hemos escuchado nos presenta la escena de los discípulos en la barca con Jesús. Jesús está dormido. Los discípulos serían como los sacerdotes y tienen miedo, tienen dudas porque la barca se tambalea. La barca es como la Iglesia. Y a veces se tambalea, pero como decía el Cardenal Omeya, siempre llega a la orilla. Viene la tempestad y todos se asustan y le echan en cara a Jesús que hay una tormenta y que no hace nada. En el fondo los discípulos son unos cobardes que no asumen su responsabilidad. Esta situación no puede ocurrir en al vida. Vendrán problemas y dificultades. Por eso es importante que tengamos a Dios en el centro de nuestra vida.

Queridos Juan, Ken y José Humberto, os voy a pedir que miréis la cara de los sacerdotes. Seguramente la cara y la vida de los sacerdotes que están aquí hoy tiene mucho más valor que todo lo que yo os estoy contando. Tiene más valor porque aquí hay vida, hay consagración, hay entrega. Os hace más bien una vida de estos sacerdotes que todas las palabras mías. La vida de estos sacerdotes es un ejemplo. Fijaros en ellos para que vuestra vida tenga un referente, un modelo. Estos sacerdotes tienen mucha entrega, mucho olor a oveja, mucha celebración y muchos kilómetros para servir al pueblo de Dios. Este grupo numerosos de sacerdotes está aquí hoy porque les importáis.

Hoy llegan Juan y Ken al presbiterado y José Humberto al diaconado ligeros de equipaje y vacíos de pretensiones. No me han pedido nada a cambio. Me dijeron sí a todo lo que la Iglesia en Navarra les pueda pedir. Cuando hablé con ellos les veía ilusionados, emocionados, les escuchaba generosos, se mostraban disponibles, abiertos a la voluntad de Dios. Como María, me dijeron que sí. Cada vez que hablo con un seminarista, con un sacerdote de esta Diócesis, mi vocación se fortalece. Todos me transmitís algo nuevo y diferentes que me ayuda en mi vida de Obispo.

Me dirijo ahora a los sacerdotes que hoy estáis aquí. Os toca a vosotros mirar las caras de estos tres jóvenes, aprenderos sus nombres. Os suplico que los cuidéis, que recéis por ellos, que si los veis por la calle los saludéis. Necesito que todos me ayudéis y recéis por Juan, por Ken y por José Humberto. Yo solo no puedo. Recemos y pidamos por ellos. La vocación es cosa de Dios que llama, pero es cosa de todos mantenerla.

Y termino recordando que necesitamos más jóvenes como Ken, Juan y José Humberto. Necesitamos jóvenes que digan sí a Dios. Hay gente que, en los cinco meses que llevo aquí, ya me ha dicho: «Don Florencio, tendría que enviar un sacerdote más aquí». Y yo les digo: «¿Y dónde está? Yo no lo tengo». La vocación es una llamada de Dios, pero hace falta un empujón por parte de la comunidad cristiana. Hacen falta sacerdotes, porque hay algunos que llevan, 8, 10, 15 pueblos, muchos kilómetros, mucha celebración. Esto es cosa de todos, de Dios, pero también de nosotros. Los sacerdotes no caen del cielo, salen de las familias, por lo tanto, felicito a los padres e Juan, de Ken y de José Humberto por el regalo que han hecho a la Iglesia y a la Diócesis, entregando a sus hijos a Dios para el servicio del pueblo. Ojalá haya muchos más.

 

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