
Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 28 de enero, en la capilla del Seminario de Pamplona, con motivo de la fiesta de Santo Tomás de Aquino
Querido Vicario General, Sr. Director del Centro de Estudios Teológicos “San Miguel Arcángel”, formadores, profesores, sacerdotes concelebrantes, trabajadores, alumnos del CESET, hermanos todos.
Celebramos la fiesta de Santo Tomás, del que podemos destacar muchos aspectos, inteligencia, sabiduría, pero no celebraríamos esta fiesta sino fuese un santo. Por eso Santo Tomás nos recuerda que el estudio, la investigación y la enseñanza también conducen a la santidad, porque todo es para mayor gloria de Dios, y no, como denuncia el evangelio para dejarnos llamar “rabí”, para que nos consideren como maestros, éste no es el camino de la santidad.
La vida de Santo Tomás fue una constante búsqueda de la Verdad y la Sabiduría, tal y como hemos leído en la primera lectura. Donde escuchamos cómo ante la disyuntiva de elegir, el protagonista se cree que fue el rey Salomón, eligió la sabiduría y la prudencia por encima de cetros, tronos y riquezas, porque estas llevan a la perdición y la Sabiduría me lleva a Dios. Y Salomón siempre quiso confiar en Dios, en contra de lo que muchas veces pensamos, que todo lo podemos con nuestras fuerzas, con nuestras cualidades y talentos, dejando a Dios en segundo plano.
Salomón hace una afirmación poderosa: prefiere la sabiduría a la riqueza material y el poder. La sabiduría no solo ilumina nuestras mentes, sino que transforma nuestros corazones y nuestras acciones. Esta es una invitación a examinar nuestras prioridades en la vida. ¿Qué valor le damos al conocimiento de Dios? ¿Cuánto deseamos vivir conforme a su voluntad, por encima de los logros materiales o el reconocimiento social tal y como se ha denunciado en el evangelio? La sabiduría que viene de Dios no se mide en términos mundanos; su valor es eterno, y nos lleva a la paz y la justicia verdadera.
El evangelio de Mateo que hemos leído nos avisa del riesgo que hay en la búsqueda de la Verdad y de la Sabiduría. Cuando nos desviamos de esta búsqueda vienen los personalismos, porque nos gusta que nos llamen “maestros”, que nos llamen “padre”, “rabí”, que son signos de reconocimiento humano, de prestigio social. Pues el verdadero Maestro y Padre es Dios, porque Él es la Verdad, Él es la auténtica Sabiduría. El verdadero liderazgo no está en mi sabiduría, ni en mis logros personales o materiales, mi reconocimiento está en el servicio, en la entrega por los hermanos, “El primero entre vosotros será vuestro servidor” (Mt. 23, 11). La autoridad verdadera en la vida cristiana no radica en el poder o en la dominación, sino en la capacidad de servir y de amar a los demás. El líder cristiano es aquel que está dispuesto a sacrificarse por el bien de los demás, que se pone al servicio de la comunidad y no busca su propio beneficio.
Nos formamos para servir, nos formamos para acompañar a las comunidades cristianas. El fin último no es la suma de conocimientos, sino formarse para anunciar mejor la palabra de Dios, formarse para acompañar mejor. No para ser más importantes, no para tener reconocimiento social. El Papa Francisco denuncia el carrerismo que hay en algunos sectores de la Iglesia, lo hizo al principio de su pontificado en el discurso a los diplomáticos del Vaticano. Manifestaba su contrariedad ante los eclesiásticos obsesionados por “hacer carrera”, los animaba a pasar del espíritu de egoísmo y vanidad al espíritu de servicio. En las palabras de Jesús: “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mt 23, 12), se revela la inversión del orden del mundo: en el Reino de Dios, la verdadera grandeza se encuentra en la humildad y el servicio, no en la realidad humana, en el prestigio o el poder.
Así lo expresa Benedicto XVI en su catequesis sobre Santo Tomás de Aquino, “además del estudio y la enseñanza, Tomás se dedicó también a la predicación al pueblo. Y también el pueblo iba de buen grado a escucharle. Diría que es verdaderamente una gracia grande cuando los teólogos saben hablar con sencillez y fervor a los fieles. El ministerio de la predicación ayuda a los mismos expertos en teología a un sano realismo pastoral, y enriquece de estímulos vivaces su investigación” (Benedicto XVI. Catequesis audiencia general, 2 junio 2010)
Santo Tomás nos recuerda que el conocimiento es un don que debemos recibir con gratitud y que debe ser utilizado para servir a los demás y a la Iglesia. No busquéis el conocimiento solo para acumular información, ni para engordar vuestro currículum, sino para vivir con mayor profundidad el misterio del amor de Dios, para transformarse y transformar a los demás. Nuestro santo, de gran Inteligencia y sabiduría, sabía que el conocimiento no es un medio para la gloria personal, sino un don que nos permite conocer más a Dios para servir mejor a los demás.
Queridos alumnos de nuestro Centro de Estudios Teológicos “San Miguel Arcángel”. Estamos en el lugar más importante de este centro de estudios, la capilla. Aquí está la razón de nuestro estudio, de nuestra investigación. Visitar la capilla, estar ante el Santísimo nos recuerda que Él es el centro, que sobre Él se centra nuestro estudio y debemos aprender, para evangelizar mejor. Nada tendría sentido si nuestro trabajo, nuestra reflexión no nos lleva a la Verdad, a la Sabiduría, que es Dios, este encuentro con el Señor, nos debe de llevar a la vida. No podemos enseñar lo que no vivimos. La Teología no puede ser solo una serie de conceptos abstractos. Debe transformar nuestra vida concreta. Como futuros sacerdotes, diáconos, catequistas o teólogos laicos, el estudio de la fe debe llevarlos a una mayor comunión con Cristo y a un testimonio auténtico de su vida. La vida espiritual debe nutrirse con oración constante, con la participación en los sacramentos, especialmente la Eucaristía, y con el servicio a los más necesitados.
Y ahora me dirijo a los queridos profesores del CESET. Gracias por vuestro servicio, por vuestra docencia y vuestra investigación. Ser un profesor de Teología no es solo transmitir conocimientos filosóficos o teológicos, sino ayudar a los estudiantes a encontrar a Dios en las escrituras, en la tradición y en la vida cotidiana. Es necesario reconocer que el enseñar Teología no es solo una profesión, sino una vocación. Vosotros, como educadores, no solo sois portadores de la tradición, sino también facilitadores de un encuentro personal con Dios. Como dice el apóstol Pablo en la Carta a los Corintios, “Nosotros predicamos a Cristo crucificado” (1 Cor 1, 23). ¿Qué predicáis vosotros profesores? De manera similar, vosotros no solo transmitís conocimientos sobre la fe, sino que invitáis a sus estudiantes a entrar en el misterio de esa fe, a vivirla y a compartirla con los demás.
Al participar en la Eucaristía pidamos al Señor con Santo Tomás: “Concédeme, te ruego, una voluntad que te busque, una sabiduría que te encuentre, una vida que te agrade, una perseverancia que te espere con confianza y una confianza que al final llegue a poseerte”.