Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 5 de marzo, en la Catedral de Pamplona, con motivo de la Misa del Miércoles de ceniza.
Hoy comenzamos la cuaresma con la imposición de la ceniza. Un gesto de humildad que nos obliga a “agachar” la cabeza, literalmente, y veo que es un ejercicio muy sano, inclinar la cabeza, agacharse, que otros estén encima de nosotros. Me gustaría hacer una reflexión previa y es que cuando se nos anima e invita a hacer penitencia, a intensificar la oración o a la conversión no es porque estamos en pecado, o porque nos hemos alejado de Dios. El profeta Joel en la primera lectura nos invita a hacer penitencia, pero no alude ni habla de ningún pecado ni de ninguna culpabilidad. Jesús también se retiró al desierto antes de comenzar su predicación y no había cometido pecado (Cf. Mt. 4, 3-11). Este retiro al desierto de Jesús, este tiempo de cuaresma, de cuarenta días, es un tiempo de un mayor acercamiento a Dios. Por eso hemos de desterrar de nuestro pensamiento que la cuaresma es un tiempo triste, y que parece que queremos que pase rápidamente, teniendo los ojos fijos en la Pascua. La cuaresma es un tiempo que hay que aprovechar, es la oportunidad de acercarnos más a Dios. Y en este año jubilar, la Cuaresma debe de ir de la mano de la esperanza, que todo lo ilumina, todo lo renueva y que no defrauda (cf. Rom. 5, 5), por lo tanto, no debe de ser un tiempo triste, sino de esperanza.
El profeta Joel nos habla de conversión, de rasgad los corazones. Es una forma de decirnos que este tiempo hemos de poner el corazón, de manera más intensa en Dios, para que en esta cuaresma nuestro corazón esté lleno de la presencia del Señor y nos encamine a la pascua donde Cristo sale vencedor de la muerte Esta imagen del rasgar las vestiduras era una práctica común de lamento en la antigüedad, pero Dios nos llama a algo más profundo, a rasgar el corazón, no las vestiduras. El pasado domingo leíamos “De lo que abunda en el corazón habla la boca” (Lc. 6, 45). Nuestras palabras, nuestros actos salen del corazón, por eso Joel quiere purificar los corazones para que salga lo bueno que llevamos dentro. No basta con apariencias externas; Dios quiere un corazón puro, arrepentido, dispuesto a cambiar. Rasgar las vestiduras se ve, rasgar el corazón no, pero es lo que nos pide Dios. El ayuno, la oración y la limosna, signos de la Cuaresma, no son solo actos externos, sino que deben ser expresión de un corazón sincero, deseoso de encontrarse con Dios en lo más profundo de su ser.
La cuaresma es un camino de peregrinación a la Pascua. Este año, el Papa Francisco, todavía convaleciente en el hospital nos ha regalado un mensaje de cuaresma titulado “Caminemos juntos en la esperanza”. El Papa nos invita a ponernos en movimiento en la cuaresma, pero cuando habla de “juntos” ¿a quién se refiere?. Creo que es un camino a dos niveles. El primero es caminar en comunidad, con mi parroquia, con mi grupo, con mi movimiento. Este camino, que es una experiencia de fe, hemos de hacerlo en comunión con la gente que vive su fe conmigo. No hay resurrección sin comunidad, no hay pascua sin iglesia. En segundo lugar, caminar juntos también con la gente que camina sola, con los pobres, con los que nadie quiere, con los que no ven un camino claro, con los que caminan en busca de un futuro mejor “porque huyen de situaciones de miseria y violencia, buscando una vida mejor para ellos y sus seres queridos” (Mensaje Papa Francisco. Cuaresma 2025). En esta cuaresma el “juntos” somos todos, pues en la Iglesia, como nos dijo el Papa en la JMJ de Lisboa, cabemos todos. Porque todos estamos necesitados de esperanza, como nos dice el Papa en la bula “La esperanza no defrauda” (Rom. 5, 5).
La cuaresma nos lleva a mirar la cruz, pero no como un lugar de fracaso y derrota, sino como un camino hacia la victoria, hacia la resurrección. La cruz, que es consecuencia de la violencia del pueblo judío para con Jesús, es el lugar de la no violencia, de la reconciliación, del amor, hasta los enemigos. “La cruz manifiesta a un Dios, que en lugar de responder con violencia, absorbe el mal y ofrece perdón. Esta revelación llama a la Iglesia a encarnar las mismas actitudes: abrazar la vulnerabilidad y confiar en el poder reconciliador del perdón” (Carta obispos vascos y navarra. 95 -5 marzo 2025-). La cruz es amor, perdón, reconciliación, no violencia. La cruz es una renovación de las relaciones humanas. Jesús, en vez de responder con violencia, con venganza termina diciendo “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34). La cruz es iniciar un tiempo nuevo.
La iglesia nos propone tres caminos para acercarnos más a Dios, para que nuestra conversión sea más sincera y profunda. Nos permiten reconciliarnos con Dios, con nosotros mismos y con los demás. La reconciliación y acercamiento a Dios lo haré a través de la oración. La cuaresma es un tiempo para intensificar mi relación con Dios, mi diálogo con el Padre a través de la oración, y a través de una vivencia profunda de la eucaristía y de la penitencia. No hay compromiso sin eucaristía, penitencia y oración.
La reconciliación con los demás a través de la limosna, especialmente con aquellos que más lo necesitan, con los pobres. Vivimos en una sociedad de desigualdades, a nuestro alrededor hay pobres, necesitados, y eso nos muestra una sociedad desigual. Nuestra diócesis en este año jubilar quiere acercarse a unos pobres concretos, a las víctimas de trata, que son mujeres explotadas, engañadas y abusadas. Este proyecto es el objetivo de esta iglesia diocesana, un hogar para estas mujeres. Ayudando a este proyecto realizamos la limosna que nos pide el evangelio, nos reconciliamos con los pobres.
Y un tercer momento es el ayuno, que ya es una exigencia personal. Vivimos en una sociedad cómoda y burguesa, no nos falta de nada, miramos a la cruz y vemos a un Cristo que sufre. Desechamos la cruz. El ayuno refleja también algún sacrificio o compromiso en mi vida en esta cuaresma. Que llevemos alguna cruz de nuestra vida en forma de sacrificio, de renuncia, de entrega. Sabiendo que al final Cristo vence y nuestro esfuerzo ha tenido sentido.
Que revistamos nuestra cuaresma de esperanza, que caminemos juntos hacia la Pascua, atendiendo a todos, especialmente a los pobres y vulnerables de nuestras comunidades eclesiales, entonces podremos decir que en esta cuaresma he rasgado el corazón.
+ Florencio Roselló Avellanas
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela