Homilía Pronunciada por el Arzobispo Mons. Roselló, el pasado 13 de abril, en la Catedral de Pamplona, con motivo de la fiesta del Domingo de Ramos
Comenzamos hoy la Semana Santa con el Domingo de Ramos, una fiesta de contrastes. Hemos iniciado la celebración con la procesión de ramos, desde el Arzobispado hasta la catedral. Hemos peregrinado y acompañado a Jesús cantando y aclamándolo con palmas y ramos de olivo. Pero hace un momento hemos terminado la lectura de la Pasión del Señor, y escuchamos cómo ese mismo Jesús es traicionado, abandonado, flagelado y juzgado injustamente, hasta morir en la cruz. Y es la misma gente que le hemos aclamado la que ahora le condenamos. Este es el contraste de nuestra celebración. Y a la vez se pone de manifiesto la incoherencia, en ocasiones de nuestra fe, nuestra debilidad, que ante la exigencia de la vida, nos disolvemos entre el mundo, nos mundanizamos y nos escondemos, cuando nos sentimos atacados.
Las lecturas que hemos escuchado anteriormente nos van preparando a vivir los misterios de la pasión y muerte del Señor, que culminarán con la resurrección de Jesús. En la primera lectura, Isaías nos presenta la figura del Siervo de Yahvé, que ha sido llamado a proclamar la palabra con sabiduría, y se deja enseñar por Dios cuando dice, “El Señor me ha dado una lengua de discípulo, para saber decir al abatido una palabra de aliento.” (Is. 50, 4). Este Siervo es un modelo de fidelidad, alguien que escucha, que no se rebela, que no se echa atrás, incluso cuando es perseguido o humillado. Este texto se cumple todo en la persona de Jesús.
Importante destacar que este Siervo ofrece “una palabra de aliento al abatido” (Is. 50, 4). Ese abatido podemos ser cualquiera de nosotros, y esa es la esperanza que nos queda, que Dios no abandona, que la “esperanza no defrauda” (Rm. 5, 5). Y eso es lo que necesitamos hoy, hermanos: una palabra de aliento. Vivimos en un mundo donde muchos están cansados, agobiados, decepcionados, heridos. Jesús, en su Pasión, nos muestra que el dolor no es el final. Que Dios no abandona a sus fieles, aunque atraviesen el sufrimiento. Que la cruz es el camino, pero no el final,
El relato de la Pasión que hemos escuchado nos refresca una historia, que no es solo del pasado, es un espejo que refleja todo el dolor y sufrimiento humano de hoy, pero que es abrazado por el amor de Dios. Mucha gente de nuestra sociedad está viviendo una pasión, dura, difícil, y que ha perdido toda confianza, que solo se recupera por el gesto amoroso de Jesús. Esta pasión que aparece en el evangelio de Lucas nos presenta la humanidad de Jesús. En Getsemaní lo vemos orando, sufriendo hasta sudar sangre. Lucas nos muestra ese lado humano: un Jesús que tiene miedo, que siente el peso de lo que viene, que duda, pero que dice con firmeza: “Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc. 22, 42). Y aquí empieza la lección más profunda: el amor verdadero no se mide por lo que uno siente, sino por lo que uno elige hacer, incluso cuando duele. Amar es comprometerse, es entregar su vida por el otro.
Impresiona el poder de conversión de la cruz. La cruz no deja indiferente a nadie. El ladrón, que ante la entrega de Jesús no caben excusas, pide ayuda y le dice a Jesús “acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino” (Lc. 23, 42), es una conversión mitad necesidad, mitad convencimiento, pero conversión. Lo mismo ocurre con el centurión, que al pie de la cruz, tras la muerte de Jesús, no encuentra explicación y proclama un acto de fe, “Realmente, este hombre era justo”. (Lc. 23, 47). Él supera a Tomás que no cree sino mete el dedo en el agujero de los clavos, también supera a Pedro que duda caminando por las aguas, estos apóstoles solo creen cuando es evidente, cuando “no queda más remedio”. Aquí seguramente estamos muchos de nosotros, que nos cuesta creer, nos cuesta aceptar la realidad como voluntad de Dios. Nos rebelamos ante la vida que no nos sonríe como queremos nosotros. La cruz, que supone una muerte violenta provoca una respuesta pacífica, Jesús no reacciona con violencia como lo hace Pedro en el huerto de los olivos cortando la oreja a un criado, sino aceptando y acogiendo al ladrón que pide a Jesús a cogida o al centurión que descubre la entrega y generosidad de Jesús en la cruz. La cruz es signo de paz, de no violencia, de acogida y aceptación desde el amor.
En nuestro mundo hay muchas cruces en forma de guerra, Ucrania, Gaza, que a pesar de los intentos de paz no hay una solución justa y pacífica de forma estable. Hay muchos intereses que están por encima de las personas, el dinero, el poder, tiene sometido a poblaciones débiles y con una esperanza quebrada. Vale más un terreno, un edificio, una central nuclear, que miles de personas, entre ellas muchos niños que están muriendo diariamente. La vida de las personas ha perdido mucho, cada día hay más cruces pesadas. Cruces que llevan inmigrantes en los numerosos cayucos que llegan a nuestras costas, o inmigrantes que deambulan por nuestras calles esperando un tiempo de estancia entre nosotros para poder regularizar su situación. Enfermos que viven en soledad su dolor y enfermedad. Las cruces tienen múltiples caras, está allí donde la llaga y el dolor humano se hace presente.
Hoy, en esta catedral de Pamplona, todos tenemos una palma, un ramo de olivo, ¡no los tiremos!, este ramo nos recuerda que hemos acompañado a Jesús en su entrada a Jerusalén. Que creemos en su causa, que vale la pena acompañar a Jesús. Este ramo, esta palma me recuerda, que me he comprometido para acompañar a Jesús en las personas que sufren, en los pobres, enfermos, personas solas. Acompañar a Jesús es abrazar las llagas y los dolores humanos que viven junto a mí. Hemos de pasar de lo estético de nuestra profesión a lo ético, al compromiso. Que nuestra palma y ramo sea un aceptar vivir la Pasión y Resurrección de Jesús.
Comenzamos nuestra semana para caminar con Jesús. Acompañémoslo en su silencio, en su entrega, en su perdón. Aprendamos de Él a no responder al mal con mal, a no escondernos ante la dificultad, a ser fieles al llamado de Dios incluso cuando duela. El Domingo de Ramos nos invita a aclamar al Rey, pero también a seguirlo hasta la cruz, sabiendo que tras la cruz viene la resurrección.
+ Florencio Roselló Avellanas O de M
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela