Reflexión del Arzobispo don Florencio, en la iglesia del Gesú, a los más de 1.000 jóvenes navarros que han acudido a Roma para participar en el Jubileo de los Jóvenes
Estamos en el corazón de Roma, en esta iglesia del Gesù, donde reposa el cuerpo de San Ignacio de Loyola y también una reliquia de nuestro querido y paisano San Francisco Javier, traída desde Goa. Hemos venido como peregrinos, a un lugar especial que nos hermana con nuestra Navarra, con el castillo de Javier a vivir un encuentro más profundo con Dios. A ganar el Jubileo, pero sobre todo a dejarnos ganar por Cristo. Él nos gana a nosotros y su esperanza nos transforma.
La peregrinación: un símbolo de la vida cristiana Peregrinar es dejar la comodidad, dejar lo conocido, y salir. Es símbolo de una vida que no se conforma con lo superficial, sino que camina hacia lo profundo, hacia lo eterno. En Navarra, sabemos de peregrinación, la tenemos cerca. Javier es nuestra meta diocesana. Todos años las Javieradas nos convierten en peregrinos, y nosotros acudimos a Javier para transformarnos, para dejarnos tocar por Jesús, a través de la imagen y vida de San Francisco Javier. Hoy hemos llegado más lejos, pero también nos sabe a Javier, porque aquí está nuestro copatrono. Nosotros, jóvenes navarros, hemos peregrinado hasta Roma y hoy hasta esta iglesia del Gesú. No lo hemos hecho a pie desde Navarra, pero sí con un corazón que busca. Y eso ya es comenzar a peregrinar: cuando el corazón se mueve, ya empieza el viaje.
Aquí encontramos a San Ignacio, fue literalmente un peregrino. Después de ser herido en Pamplona —sí, en nuestra tierra navarra—, su vida cambió para siempre. Lo que empezó como una recuperación física, se convirtió en una conversión profunda. Y lo primero que hizo fue ponerse en camino, hacia Montserrat, hacia Manresa, hacia Tierra Santa… buscando la voluntad de Dios.
Ignacio descubrió que no hay mayor libertad que dejarse conquistar por Cristo. Aprendió a «buscar y hallar a Dios en todas las cosas». Y desde ese encuentro, formó un ejército nuevo: no con espadas, sino con amor, con entrega. La Compañía de Jesús nació de un corazón peregrino, y allí estuvo Javier.
Y si hablamos de corazones peregrinos, ¿cómo no pensar en Francisco Javier, nuestro santo navarro? Desde el castillo de Javier, pasando por París, Roma, hasta llegar a la India, Japón y las costas de China, donde murió sin poder entrar… su vida fue una peregrinación misionera. Pero antes de viajar, Francisco tuvo que convertirse. Fue al lado de Ignacio, en París, cuando dejó de buscarse a sí mismo para dejarse encontrar por Dios. “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?”
Y así, Javier se convirtió en uno de los mayores evangelizadores de la historia. Porque un joven convertido puede cambiar el mundo.
En el interior de la Iglesia del Gesù hay una capilla dedicada a San Francisco Javier, ubicada en el lado opuesto a la Capilla de San Ignacio de Loyola. Esta simetría es intencional: simboliza el equilibrio entre los dos grandes fundadores misioneros de la orden. La Iglesia del Gesù coloca a San Ignacio y a San Francisco Javier en una posición simbólica de “dos columnas” de la Compañía:
- San Ignacio representa la estructura, la espiritualidad, la organización interna.
- San Francisco Javier representa la acción exterior, el espíritu misionero, la expansión del Evangelio.
La relación entre San Francisco Javier y la Iglesia del Gesù no es simplemente conmemorativa: es parte del corazón espiritual e identitario de la orden jesuita. Su figura dentro del templo madre recuerda que la Compañía de Jesús nació con una vocación misionera universal, y que el ejemplo de Javier continúa siendo fuente de inspiración para jesuitas y fieles de todo el mundo.
¿Y nosotros, qué? Hoy, aquí, ante el altar de San Ignacio, de San Francisco Javier, Dios también nos llama. No para quedarnos mirando el pasado, sino para escribir el presente con la misma pasión, con el mismo amor. Roma no es la meta: Cristo lo es. Debemos hacernos la pregunta ¿para quién soy? ¿qué quieres de mí? Y este Jubileo es una oportunidad para empezar de nuevo. De la mano de San Ignacio de Loyola, que encarna la espiritualidad y de San Francisco Javier, el ardor misionero, renovamos nuestro amor a la Iglesia y nuestra comunión con el Papa León XIV. ¿Estamos dispuestos a ser peregrinos del alma con Ignacio? ¿Estamos dispuestos a salir al mundo, como Javier?
Hoy podemos decir como los primeros jesuitas: “Toma, Señor y recibe” mi juventud, mis sueños, mis dudas, mis heridas, mi tiempo…Y como San Francisco Javier poder decir “Envíame donde tú quieras”, Señor, que yo solo no sé, pero contigo lo puedo todo.
Queridos jóvenes navarros, no tengáis miedo de poner vuestra vida en manos de Dios. El mundo necesita cristianos alegres, valientes, peregrinos, misioneros. Y si Dios pudo hacer maravillas con Ignacio y Javier también las puede hacer contigo. Que el Jubileo no se quede en Roma, que nos transforme como lo hizo con los dos santos a los que hemos recordado hoy (Ignacio y Francisco Javier). Que volvamos a Navarra con un corazón transformado y lleno de vida.
+ Florencio Roselló Avellanas O de M
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela