Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 6 de septiembre, en la Catedral de Pamplona, con motivo del Jubileo de la Esperanza de los arquitectos, arquitectos técnicos y estudiantes de Arquitectura.
Queridos arquitectos, estudiantes de arquitectura, familiares y amigos. La Iglesia de Navarra abre las puertas de la catedral de Pamplona para vosotros. Un lugar que es una joya de la construcción y del arte, donde han pasado cientos de años desde su construcción, y aquí está en su bello esplendor, pero también donde cada año pasan miles y miles de personas pasan para ver las maravillas de la construcción de este templo. Este Jubileo que estamos celebrando es un tiempo de gracia, una invitación a redescubrir que vuestra vocación no es solo técnica, sino profundamente humana y espiritual, porque participáis de una manera activa en la obra creadora de Dios. En esta catedral, signo visible de la fe de generaciones pasadas, celebramos vuestro Jubileo. Lo hacemos reconociendo vuestra vocación de arquitectos, llamados a imaginar, proyectar y levantar espacios donde la vida humana pueda crecer, donde la comunidad pueda encontrarse, donde la belleza pueda abrirnos a Dios. Aquí, cultura y fe se encuentran, se dan la mano, pero además, Dios y el hombre hacen una gran alianza.
Celebramos esta eucaristía en la Catedral de Santa María la Real de Pamplona, obra cumbre de la arquitectura navarra. Aquí, durante siglos, los arquitectos y artesanos dejaron lo mejor de su talento. No lo hicieron en un día, invirtieron mucho tiempo, los arquitectos no lo hicieron para su gloria, sino para la gloria de Dios. Esta Catedral nos enseña que el arte y la técnica pueden convertirse en oración, que la piedra puede hablar de fe, que la belleza puede ser un camino hacia Dios. También hoy se os confía esa misión: levantar obras que no solo sirvan, sino que también inspiren, que no solo protejan, sino que eleven, que no solo sean funcionales, sino también bellas y humanas. El arquitecto creyente, en toda su obra, también quiere plasmar la obra de Dios.
Esta catedral de Pamplona, es un testimonio de cómo la belleza de la arquitectura puede elevar el alma a Dios. Sus muros, sus bóvedas y su luz, nos hablan de fe, de trascendencia, de comunidad. Cada piedra colocada aquí hace siglos fue un acto de confianza en que la belleza puede ser un camino hacia la eternidad. Cada arco, cada bóveda, cada capilla es una oportunidad para ensalzar la grandeza de Dios en esta construcción.
Queridos arquitectos, cuando diseñáis un hospital, una escuela, una vivienda, una iglesia, un edificio o un espacio público, también estáis colaborando en engrandecer la obra de Dios, porque trabajáis por la humanidad, a la vez que creáis belleza. El papa Francisco nos recuerda en Laudato Si’ que “la belleza no es un lujo”, sino “una necesidad del espíritu”, contribuyendo al cuidado de la casa común.
San Pablo nos recuerda en la primera lectura que: “Somos colaboradores de Dios.” El arquitecto, en su arte y en su técnica, se hace colaborador del gran Arquitecto del universo. Dios es el gran constructor, el que diseñó y construyó el mundo, la creación, y en ella puso en el centro al hombre, a la mujer, para que colaborase en la construcción de un mundo humano, generoso y acogedor. Puso a los arquitectos, para que le ayudasen en completar la creación. Cada plano, cada piedra, cada arco que imagináis, cada cimiento que hacéis, y pared que levantáis, hacéis realidad el eco de aquel primer acto creador de Dios. El mundo no sería igual sin los arquitectos.
La Palabra de Dios que hemos leído nos anima a que vuestros edificios no son solo estructuras de piedra o de hormigón, sin alma ni sentimiento; son lugares donde hombres y mujeres buscan vivir con dignidad, educar a sus hijos, cuidar a los enfermos, vivir cada momento importante con sus familias, celebrar la fe o descansar en paz. Si en el corazón de vuestra tarea está Cristo, vuestras obras serán más que útiles: serán humanas, solidarias, abiertas a la esperanza y apoyadas en la roca que no falla que es Cristo. No busquéis solo la rentabilidad económica, que también hay que tenerla en cuenta, buscad la dignidad y humanidad de vuestros edificios. Que ayuden a las personas a ser más humanas, cercanas y solidarias.
El Evangelio nos presenta una imagen muy cercana a vuestra vocación. Jesús habla de dos hombres que edifican una casa: uno sobre roca, otro sobre arena. Llegan las lluvias, soplan los vientos, crecen los ríos… (desgraciadamente estas imágenes de catástrofes están muy presentes en nuestra sociedad: incendios, danas…), y solo la casa cimentada sobre roca permanece. Esta parábola es sencilla, pero profundamente sabia. Nos dice que lo esencial no es solo la belleza de la casa, ni la rapidez de la obra, sino el cimiento. Si el fundamento es sólido, todo lo demás se sostiene. Si es débil, el esfuerzo se viene abajo. Vosotros conocéis bien la importancia de los cimientos. Ninguna construcción aguanta sin un cálculo cuidadoso de apoyos, cargas y materiales. La técnica, la ciencia y la experiencia os recuerdan cada día que lo que no se ve —los cimientos— es lo más decisivo. Y para el cristiano, también para los arquitectos creyentes, el cimiento más sólido es Dios.
Este año Jubilar es una oportunidad para renovar vuestra vocación, y preguntaros ¿por quién y para qué me hice arquitecto, arquitecta? ¿Por qué y para qué construyo? ¿Cuál es el cimiento de vuestra vocación? Vivimos en un mundo, donde se privilegia la rapidez sobre la solidez, la rentabilidad sobre la humanidad, os invito a reflexionar tres aspectos importantes para vuestra vida como arquitectos:
- Al diseñar, pensad en los más pobres y vulnerables, que necesitan un espacio digno donde vivir.
- Al proyectar, buscad la sostenibilidad, porque la casa común, el planeta, también necesita cimientos sólidos.
- Al levantar obras, buscad la dignidad de quienes lo habitan.
En esta Catedral dedicada a Santa María la Real ponemos nuestra mirada en la Virgen. Ella construyó su vida sobre la roca firme, que es Dios. Ella es la casa viva donde Dios quiso habitar. Ella nos enseña a poner nuestra confianza en el Señor y a edificar nuestra vida desde la humildad, la apertura y la fe. Que Dios bendiga vuestro trabajo, vuestras obras y vuestras familias.
Que así sea.
+ Florencio Roselló Avellanas O de M
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela