Privilegio de la Unión

Palabras del Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 8 de septiembre, en la Catedral de Pamplona, con motivo del Privilegio de la Unión


Sr. Alcalde de Pamplona, Sra. Presidenta de la Comunidad Foral, Presidente del Parlamento de Navarra, , autoridades, cabildo de la catedral, hermanos y hermanas.

Estamos de celebración, nuestra ciudad de Pamplona -la vieja Iruña- celebra los 2.100 años desde que los ejércitos romanos de Pompeyo se establecieran en esta colina donde ahora nos hallamos. Curiosamente los cristianos celebramos el nacimiento de la Virgen María y en este mismo día se cumplen 602 años del Privilegio de la Unión promulgado por el rey Carlos III, del cual celebramos los 600 años de su fallecimiento.

En la ciudad existían hasta entonces tres jurisdicciones, que provocaban conflictos y estallidos de violencia. El rey Carlos III convocó a los procuradores de las tres comunidades -San Saturnino, San Nicolás y la Navarrería- Deliberaron y negociaron durante el mes de agosto de 1423. Hubo mucha escucha y diálogo, y al final, una gran decisión del Rey. Se arrancaron las mugas internas que separaban a los tres vecindarios y se dejaron las mugas exteriores, pero ahora marcadas con las nuevas armas de la ciudad unificada de Pamplona. Se creó un gobierno único de la ciudad. Esta decisión dio paso a la constitución de Pamplona, que rigió la vida de la ciudad hasta bien entrado el siglo XIX, concretamente hasta el año 1836.

Se llamó “Privilegio” a esta norma de convivencia. Era, sobre todo, una ley, un estatuto que trajo la paz, el diálogo y la convivencia a nuestra ciudad. Cada año, cuando renovamos el Privilegio de la Unión hacemos una apuesta por la reconciliación, el diálogo, el respeto, el entendimiento y la paz. Hacemos una apuesta por legislar no desde las ideologías, los intereses personales o partidistas. El Privilegio de la Unión buscaba legislar observando las necesidades de las personas y las comunidades. Buscaba legislar escuchando a los afectados, desde el respeto a la verdad y a la dignidad del ser humano.

El segundo término de nuestra celebración es “Unión”. El rey Carlos III, que quiso que sus restos, junto con los de su esposa Leonor, reposaran en esta Catedral, a los pies de Santa María, y beneficiarse, de este modo, de las oraciones y sufragios ofrecidos por su Cabildo, hizo un inmenso servicio. Puso todas sus energías al servicio de la unión y de la concordia. Había que superar violencias, rencillas y derribar muros y murallas, tender puentes y abrir puertas, para dar luz a la nueva Pamplona.

Pero el rey Carlos III, que además de noble era sabio y cristiano, fue consciente de que esa labor de transformar los corazones de los ciudadanos de Pamplona le superaba. Se acogió a una fuerza superior, que es Dios. Por eso dejó escrito en el mismo texto del Privilegio de la Unión: “Habemos procedido en nombre de la Santa Trinidat, en que son tres personas y un Dios”. A imagen de la Santísima Trinidad buscó la unión en la diferencia, igual que las tres personas son distintas, la ciudad de Pamplona tenía diferencias, pero Carlos III soñaba en que podían entenderse como lo hacía la Trinidad.

Ese es mi deseo también: que el Privilegio de la Unión no sea simplemente un acto protocolario más. Que profundicemos en su significado, que es buscar la unión entre todos los ciudadanos de Pamplona. Estamos en la catedral, lugar sagrado, ante la tumba de nuestros reyes, pero también ante los ojos de la Virgen Santa María la Real, que es Madre de todos. Que las diferencias no nos alejen, sino que nos enriquezcan. Que los distintos criterios no nos enfrenten, sino que nos complementen. Corremos el riesgo de retroceder 602 años, y volver a levantar muros, y regresar a los burgos de entonces. Vivimos en una sociedad polarizada, pero deseamos una sociedad democrática, plural y diversa, y hace seis siglos se derribaron las murallas de los burgos para vivir y crecer en libertad.

Creo en el Privilegio de la Unión, quiero el Privilegio de la Unión, lucho por el Privilegio de la Unión para nuestra querida Pamplona. Como arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela, con los presentes, puedo coincidir en algunos temas, discrepar en otros, y mantener puntos de vista diferentes en algunos, pero a mí no me encontrarán levantando muros, ni creando nuevos burgos que nos separen. En mí encontrarán diálogo, escucha, rectificación si es necesario y compromiso, con todos ustedes, por una Pamplona más justa y solidaria. Quiero vivir en primera persona el espíritu del Privilegio de la Unión, que es la comunión con todos los actores de la política, de la sociedad y con todos los ciudadanos de Pamplona.

Quiero concluir con esa famosa sentencia atribuida a San Agustín, cuya regla se observó durante siglos en la vida canonical del cabildo de esta Catedral: “Unidad en las cosas necesarias, libertad en las dudosas, en todas caridad”. Esta frase ha sido utilizada también por políticos actuales, ¡recuperémosla!

 

+ Florencio Roselló Avellanas O de M

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

 

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