Cada 24 de septiembre, en las cárceles de todo el mundo, los privados de libertad celebran su patrona, la Virgen de la Merced. Puede parecer una paradoja, pero no hay lugar en el mundo donde más se hable de libertad, que en la “no libertad”, en las prisiones. Aunque la libertad esté lejos de conseguir, aunque falten años, la libertad está en los labios, en la mente y en el corazón de cada preso. Una palabra que se gasta y desgasta hasta generar ansiedad:
La devoción a la Virgen de la Merced nace en la Barcelona del siglo XIII, cuando la Orden Mercedaria dedicó sus esfuerzos a liberar a los cautivos. San Pedro Nolasco funda la Merced, en el año 1218, para enarbolar la bandera de la libertad. Su misión no era meramente espiritual, sino mucho más amplia: negociar, rescatar y devolver a casa a quienes vivían en condición de esclavitud. Desde entonces, la Merced siempre ha actuado “en nombre de la libertad” para rescatar a la persona en su globalidad: humana y espiritualmente.
La Virgen de la Merced fue proclamada Patrona de las prisiones por ser esperanza para los presos. La imagen de la Madre de la Merced preside muchas capillas y rincones de muchas cárceles. Pero también he visto que muchas celdas de presos están presididas por una estampa o dibujo de la Merced. Esta figura es la imagen de la libertad. Tener a la Virgen cerca es tener la esperanza de la libertad. En todas las prisiones que he visitado, también en la cárcel de Pamplona, después de las eucaristías, he visto cómo los privados de libertad miran a la Virgen, la tocan, le rezan, la acarician, la besan, pasan por ella una carta de la familia, una foto de sus hijos, un papel oficial que le han entregado en la cárcel. He visto lágrimas desesperadas ante la Virgen, era su último recurso.
“La Merced, en nombre de la libertad” no es una frase hueca. Es un desafío al discurso de la “mano dura” que suele dominar el debate político y desgraciadamente también en la calle. La prisión, con esta mentalidad, se concibe como un depósito de personas donde el castigo es más importante que la reinserción. Pero la advocación de la Virgen de la Merced, que actúa en nombre de la libertad, nos interpela: ¿qué significa realmente libertad? ¿Es suficiente con abrir los barrotes después de cumplir condena, o debemos garantizar que al otro lado exista una sociedad dispuesta a aceptar y ofrecer segundas oportunidades? La libertad de la que habla la Merced, a cuya familia religiosa pertenezco, no es impunidad, sino transformación. La Merced apuesta por la reconciliación con Dios, con la víctima y con uno mismo. La justicia restaurativa ayuda al preso a reconocer el delito, arrepentirse y a reconciliarse con la víctima y reparar el daño causado. No es abrir las puertas sin más. Pero también esta libertad llama a la puerta de nuestra sociedad. Llama a las segundas oportunidades, a tender la mano. Porque como decía el papa Francisco cuando visitaba una prisión (y visitó 23 en diferentes lugares del mundo), “¿por qué ellos y no yo?” “no soy mejor que ellos” . Y yo también lo repito con frecuencia “tampoco yo soy mejor que ellos”. “Quién esté sin pecado que le tire la primera piedra” (Jn. 8, 7).
Cada año, al celebrar a la Virgen de la Merced, se recuerda que la justicia sin misericordia se convierte en venganza, y que la prisión sin reinserción es solo encierro. Quiero traer a esta reflexión unas palabras las palabras de Dostoievski “Sin profundidad, sin amor, la humanidad se asfixia, no tenéis ternura, solo tenéis justicia, por eso sois injustos”. Si a los gobernantes, si a la cárcel, si a los que tienen que aplicar la justicia le quitamos corazón, la humanidad se asfixia. Se deshumaniza, pierde sentido su razón de ser. Aunque la justicia se pueda equivocar no se la puede despojar de sentimientos ni de humanidad. Como Iglesia nuestra mirada va más allá de la sociedad, va al corazón de cada preso, que quiere volver a empezar, que quiere levantarse en la vida. Y para eso está la Merced que actúa en nombre de la libertad y con corazón.
Quiero tener un recuerdo especial para la Pastoral Penitenciaria de Pamplona, por su entrega, y compromiso, por hacer realidad el deseo de Jesús “estuve en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt. 25, 31). Gracias por seguir creyendo en la persona, por seguir tendiendo la mano a las segundas oportunidades. No quiero olvidarme de los trabajadores penitenciarios, que también es su fiesta, felicitarles y animarlos a seguir siendo para los presos esperanza de vida. El próximo 24 de septiembre celebraré en la cárcel de Pamplona la fiesta de la Virgen de la Merced, y les diré a los privados de libertad que también son Iglesia, que pertenecen a la diócesis de Pamplona y Tudela, y que los esperamos con los brazos abiertos en nombre de la Merced que quiere ser su libertad.
+ Florencio Roselló Avellanas O de M
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela