La Iglesia, por el derecho a un trabajo decente

El próximo 7 de octubre se celebra el “Día Mundial del Trabajo Decente”. Una fecha a la que la Iglesia quiere unirse a millones de trabajadores de todo el mundo para alzar nuestra voz por un trabajo decente, por un trabajo digno en el que se respeten los derechos de los trabajadores. No es una reflexión ideologizada, sino un reclamo de que tener un trabajo decente y justo es un derecho, nunca un privilegio.

Hablar hoy de trabajo decente es hablar de humanidad, de justicia y de fe. En un tiempo marcado por la precariedad, la exclusión y la desigualdad, la voz de la Iglesia se une al clamor de tantos hombres y mujeres que, con el sudor de su frente, sostienen la vida de sus familias y el futuro de la sociedad. La Conferencia Episcopal Española, en sus mensajes con motivo de la Jornada Mundial por el Trabajo Decente, recuerda que el trabajo no es un simple contrato ni un número en las estadísticas: es un derecho fundamental y un camino por el que cada persona puede vivir con dignidad, realizarse y contribuir al bien común.

En nuestra diócesis de Pamplona y Tudela, a finales del curso pasado, se constituyó la Delegación Diocesana de la Pastoral del Trabajo, con el objetivo de crear conciencia y solidaridad, en nuestra Iglesia de Navarra, con aquellos trabajadores que sufren desigualdad, injusticia, trabajos precarios y a veces inhumanos, recordando “todo aquello que hicisteis por uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt. 25, 40). La lucha por el trabajo decente es algo más que una reflexión social, es una exigencia evangélica. También la Delegación de Pastoral del Trabajo de la Conferencia Episcopal insiste en que la realidad laboral es un lugar privilegiado para el anuncio del Evangelio, porque allí se juegan la dignidad, la justicia y la fraternidad. La Organización Internacional del Trabajo coincide en lo esencial: no puede haber desarrollo sostenible sin trabajo decente, entendido como un empleo productivo, libremente elegido, con seguridad, igualdad de oportunidades y respeto a los derechos. Y la Doctrina Social de la Iglesia ha mantenido siempre que el trabajo es mucho más que producción: es participación en la creación de Dios y camino de santificación.

Todos hemos sido trabajadores y hemos formado parte de la cadena de producción de nuestra sociedad con nuestro trabajo. En algún momento, hemos tenido que pedir mejoras en nuestras condiciones laborales, ya sea económicas, de seguridad… Todos hemos tenido experiencia laboral, pero seguramente estas experiencias no habrán sido iguales. Como Iglesia queremos acercarnos al mundo del trabajo para dignificarlo y humanizarlo. El derecho al trabajo no se limita a la posibilidad de acceder a cualquier empleo, sino a un empleo que permita vivir con dignidad, sostener a la familia y participar en la vida social. La calidad del empleo no es un lujo ni un añadido opcional, es el núcleo de la justicia social. El trabajo decente, más que una categoría técnica, es un grito ético que dice: ninguna persona debe ser tratada como mercancía ni como pieza prescindible del engranaje económico.

La Doctrina Social de la Iglesia ha insistido en que el capital debe estar al servicio del trabajo, y no al revés. El Papa Francisco, en Fratelli Tutti, lo formula de manera contundente: “El gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular —porque promueve el bien del pueblo— es asegurar a todos la posibilidad de hacer germinar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas”. El trabajo precario no permite germinar esas semillas, sino que las asfixia bajo la losa de la incertidumbre. Por eso la lucha por el trabajo decente es también una lucha por la esperanza.

La Iglesia, además, recuerda que el trabajo tiene una dimensión espiritual y vocacional. No se trata solo de producir bienes o generar ingresos, sino de participar en la obra creadora de Dios. Juan Pablo II, en Laborem Exercens, lo expresaba con claridad: el ser humano “se realiza a sí mismo en la medida en que se convierte en ‘más hombre’ a través del trabajo”. En otras palabras, trabajar no significa únicamente transformar la naturaleza, sino también transformarse a sí mismo, crecer en humanidad, colaborar con el plan de Dios sobre la creación.

Las instituciones políticas y económicas deben legislar y organizarse en favor de un empleo digno; los sindicatos y movimientos sociales deben seguir luchando por situaciones laborables justas; las comunidades cristianas están llamadas a acompañar, visibilizar y proponer alternativas. Hablar del trabajo decente no es hacer política, es luchar por la dignidad del trabajador y por sus derechos. Y cada persona, en la medida de sus posibilidades, puede contribuir a construir una cultura del trabajo que no se mida solo en beneficios, sino en dignidad compartida. Como recuerda el Papa Francisco, “sin trabajo no hay dignidad, y sin dignidad no hay libertad”. El trabajo decente, por tanto, no es un lujo ni una utopía: es el fundamento realista de una sociedad justa, fraterna y humana.

 

+ Florencio Roselló Avellanas O de M

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

Scroll al inicio
Navarra
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.