Despedida a las religiosas de la Sagrada Familia de Burdeos

Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 18 de septiembre, en la capilla del Monasterio de la Sagrada Familia de Burdeos de Oteiza de Berrioplano, con motivo de la despedida de las religiosas.


Cuando un Monasterio de vida contemplativa se va o cierra, siento un vacío en mi interior. Desde mi llegada a esta diócesis, hace un año y ocho meses, y después de visitar a todos los Monasterios de Vida Contemplativa, siempre dije que me sentía sostenido por la oración de la Vida Monástica. Notaba la fuerza de su oración sobre mi ministerio episcopal. Me sentía reforzado. Con la marcha de las religiosas de la Sagrada Familia de Burdeos, mi vacío se hace más grande, pues algún monasterio más ha cerrado. Porque vuestra oración sostiene la diócesis, vuestra oración ilumina el camino de nuestra iglesia diocesana, y fortalece mi vida y ministerio.

Esta tarde, hermanas de la Sagrada Familia de Burdeos, nos reunimos en esta Eucaristía con un sentimiento que mezcla la gratitud y la emoción. Despedimos a las Hermanas de la Sagrada Familia de Burdeos, que durante tantos años han sido presencia viva del Evangelio en nuestra ciudad de Pamplona. Su paso entre nosotros ha sido discreto pero fecundo. En la sencillez de la vida diaria, en la oración compartida, habéis tejido una historia de amor que quedará grabada en la memoria de nuestra diócesis.

Vuestra partida nos duele, esa es la parte triste de nuestra celebración, porque sentimos que se marcha una parte de nuestra historia, de nuestra iglesia diocesana de Navarra. Soy religioso, de la Orden de la Merced, y comprendo vuestra decisión, pero como humano y obispo de esta diócesis, me duele vuestra marcha. Pero al mismo tiempo reconocemos que la misión no se agota en un lugar. El carisma de la Sagrada Familia de Burdeos, inspirado en la vida de Nazaret, sigue vivo en vosotras y allí donde vayáis seguirá dando fruto.

La primera lectura de San Pablo a la comunidad de Corinto comenzaba su carta con acción de gracias, «Doy gracias a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os ha sido dada en Cristo Jesús» (1Cor. 1, 4). Estas palabras parecen escritas para este día. También yo como Arzobispo y la diócesis, queremos dar gracias a Dios por el don que habéis sido, en medio de nosotros. Esta lectura nos ayuda a entender este momento y esta decisión de las religiosas de la Sagrada Familia de Burdeos.

El apóstol continúa diciendo: «En Cristo habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en todo conocimiento» (1Cor. 1, 5). Vuestra misión ha enriquecido a esta Iglesia particular con el carisma de la Sagrada Familia: vivir como María, José y Jesús en sencillez, unidad y apertura al designio del Padre. Habéis mostrado que la verdadera riqueza no se mide en obras grandiosas, sino en la fidelidad silenciosa de cada día. Quiero también agradecer vuestra apertura a la diócesis, vuestra oración y espiritualidad a todos los que se han acercado a vuestra comunidad. De manera especial quiero agradecer que durante un tiempo largo los seminaristas de Pamplona venían a vuestra casa a hacer retiros y a rezar. Vuestra casa ha contribuido y ayudado a la vocación de sacerdotes de nuestra diócesis, por ello, muchas gracias.

El evangelio sigue con el deseo de dar gracias a Dios «Te doy gracias, Padre, porque has revelado estas cosas a los pequeños» (Mt. 11, 25). Esta es la clave de vuestro carisma: vivir la sencillez de Nazaret. En lo pequeño, en lo humilde habéis reconocido la presencia de Dios. Nos habéis enseñado que la fe no se demuestra con grandes discursos, sino con una vida entregada, silenciosa y constante. Doy gracias a Dios por vosotras, porque desde lo pequeño habéis ayudado a gente a encontrarse con Dios. Habéis sido testigos de que Dios se encarna en lo humilde, que no es apreciado ni valorado por el mundo.

Con vuestra marcha perdemos ese lugar tranquilo para descansar, es una realidad y quiero ponerlo en valor. El evangelio nos habla de «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt. 11, 28). Estas palabras describen lo que tantas veces habéis hecho vosotras, queridas hermanas: ser brazos abiertos para quienes estaban cansados, ser consuelo para los que sufrían, ser alivio para los agobiados por la vida. Como ya he dicho antes, durante un tiempo fuisteis puerta abierta para descansar en el Señor a los seminaristas de nuestra diócesis. En cada gesto de cercanía, en cada oración compartida, habéis hecho visible el corazón manso y humilde de Cristo.

Pidamos a la Sagrada Familia de Nazaret que bendiga a nuestras hermanas en esta nueva etapa. Que san José les inspire, fortaleza, que la Virgen María les guíe con ternura y que el Niño Jesús les mantenga siempre jóvenes en la esperanza. Empezáis una nueva vida, nuevo monasterio, nuevo destino, pero sabed que en la Iglesia de Navarra tenéis un sitio, es vuestra casa. San Fermín y San Francisco Javier siguen siendo vuestros patronos, porque parte de vuestro corazón y de vuestra consagración religiosa la habéis vivido en Navarra, y esta tierra ni se olvida ni os olvida.

Con un corazón lleno de gratitud, y como Iglesia de Navarra decimos: ¡gracias, hermanas, por vuestro testimonio, por vuestra entrega y por vuestra vida compartida con nosotros! Y confiamos en que, aunque nuestros caminos se separen, permaneceremos unidos en la fidelidad de Dios, que nunca falla. Siempre unidos en oración.

 

+ Florencio Roselló Avellanas O de M

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

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