Jubileo de las Fuerzas Armadas

Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 18 de septiembre, en la Catedral de Santa María la Real de Pamplona, con motivo del Jubileo de las Fuerzas Armadas


Hoy la catedral de Pamplona abre sus puertas para acoger y celebrar el Jubileo de las Fuerzas Armadas. Lo hacemos para dar gracias a Dios por el servicio de quienes, con disciplina, entrega y sacrificio, velan por el bien común de nuestra sociedad navarra y española. Un jubileo es siempre una invitación a renovar nuestra fe, a reconciliarnos con Dios y con los hermanos, y a redescubrir el sentido profundo de nuestra vocación. Para vosotros, miembros de las Fuerzas Armadas, este día tiene un matiz muy especial: reconocer que la misión de defender la paz, proteger la vida y servir a la patria sólo alcanza su plenitud cuando se realiza desde la luz del Evangelio y la fuerza del amor cristiano.

En el evangelio hemos leído «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Estas palabras se iluminan en vuestra vocación. La disciplina militar no es únicamente obediencia a una orden, no es una obediencia a ciegas; es también un acto de confianza, un compromiso con la verdad, la justicia y la defensa de los más vulnerables. En época de paz siempre aparecéis al lado de los más débiles, de los más vulnerables, en actuaciones en misiones de paz o en labores humanitarias ante desastres naturales. Vuestra presencia es sanadora y salvadora. Vuestro compromiso genera esperanza y futuro.

En otro pasaje evangélico Jesús nos recuerda que “el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,28). En Jesús encontramos el modelo perfecto de servicio: cercano, compasivo, humilde, disponible hasta dar la vida. Ser militar, ser miembro de las Fuerzas Armadas, no es solo una profesión: es una vocación. Donde hay vocación hay servicio, hay entrega sin límites. Significa poner el propio tiempo, las propias capacidades e incluso la propia vida al servicio, primero de las personas, y luego de la seguridad, la paz, la justicia y la defensa de los pobres. No se trata de poder, ni de prestigio, ni de imposición, sino de entrega generosa por el bien común. He viajado por algunos países de África y Latinoamérica, y desgraciadamente hay militares que viven este servicio como poder, como prestigio e imposición. En el pueblo generan más miedo que seguridad, más temor que confianza. Que vuestro servicio y entrega sea generoso, altruista, siempre en favor del pueblo, de la ciudadanía.

Quisiera traer a esta reflexión unas palabras del papa Francisco el pasado 9 de febrero, con motivo del Jubileo de las Fuerzas Armadas en Roma. Ante más de 40.000 militares, hombres y mujeres, de 120 países el Papa, en una plaza San Pedro abarrotada de militares, familias y peregrinos, alentaba a los militares a la paz, y les decía “Juntos caminemos para construir una nueva era de paz, justicia y fraternidad”, siguió diciendo el pontífice, “A vosotros se os ha confiado una gran misión, que abarca múltiples dimensiones de la vida social y política: la defensa de nuestros países, el compromiso por la seguridad, la tutela de la legalidad y de la justicia”. Terminó diciendo, “Quienes, al servicio de la patria, ejercen su profesión en el ejército, considérense también los servidores de la seguridad y de la libertad de los pueblos, y no os dejéis seducir por las armas, defended siempre la vida”.

Originariamente las Fuerzas Armadas se asociaban a guerra, a lucha. Pero no es así. Vosotros, más que nadie, habéis transformado ese concepto en compromiso concreto en favor de la paz y la humanidad. Se hace realidad en la ayuda a poblaciones golpeadas por catástrofes, en las misiones internacionales de paz, en el apoyo logístico durante emergencias, en la cercanía a familias que sufren. Habéis estado presentes en momentos de gran dificultad para nuestra tierra y nuestra sociedad. Me emociona cuando en catástrofes como la Dana de Valencia, o los incendios de este verano, la gente afectada os aplaudía, o en su defecto reclamaba la presencia del ejército, como un compromiso por la seguridad y la estabilidad de la catástrofe. Hoy sois seguridad, serenidad, apoyo y fortaleza en muchas situaciones donde nuestros ciudadanos se ven desbordados, se ven superados. Hoy vuestras armas están al servicio de la vida, de la dignidad de las personas, del progreso y de la sostenibilidad.

En el evangelio Jesús nos ha dicho “Como el Padre me amó, así os he amado yo; permaneced en mi amor” (Jn 15,9). Toda vocación, también la militar, se entiende desde ese amor primero de Dios. Un amor que se transforma en lucha en favor de las personas necesitadas. No olvidemos que antes que soldados somos personas, somos hijos amados de Dios, llamados para servir en las Fuerzas Armadas. Ese amor es el que da sentido a cada sacrificio, a cada guardia, a cada misión. Sin el amor, el servicio se convierte en rutina o imposición; con el amor, el servicio se transforma en entrega gozosa.

En esta Catedral de Pamplona, ponemos a las Fuerzas Armadas bajo la protección de Santa María la Real. Ella, que cuidó del Hijo de Dios y estuvo al pie de la cruz, sabe lo que significa velar, proteger y acompañar en silencio. Que María os enseñe a vivir vuestro servicio con humildad, con ternura y con fortaleza. Que Ella os sostenga en las misiones dentro y fuera de nuestra tierra, y acompañe siempre a vuestras familias. Felicidades, que Dios os bendiga y bendiga nuestras Fuerzas Armadas.

 

+ Florencio Roselló Avellanas O de M

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

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