Como buen aragonés, siempre que paso Zaragoza voy a visitar a la Virgen del Pilar. Parece como si formase parte ya de una rutina interiorizada. Lo he normalizado, y si no lo hago me siento mal, como si hubiese fallado a la Madre. Entrar en la Basílica del Pilar es como entrar en casa de la Madre, donde tienes un sitio y un plato en la mesa. Esta casa nunca está vacía, siempre encuentras gente, unos de visita, muchos otros rezando ante la imagen de Nuestra Madre en la Santa Capilla o escuchando Misa. A otros me los cruzo en la fila para besar el pilar o esperando para la confesión. Me siento en un banco de la Santa Capilla y tengo el sentimiento de que la Virgen del Pilar, la Madre, me estaba esperando. Percibo que se alegra de mi llegada. Miro a la Virgen, veo que ella me mira, no aparta la mirada de mí, como solo lo hace una madre. Estoy convencido de que me espera y se alegra de mi llegada… creo que me sonríe. Besar el pilar de la Virgen, es besar a la Madre. Un pilar gastado en el tiempo de tanto besarlo, de tanto tocarlo, de acariciarlo, pero ¡Cuánto amor y cariño contenido hay en ese pilar! ¡Cuántas oraciones y lágrimas de petición recogen ese pilar desgastado! Es un pilar vivo, que, a pesar de su dureza, es humano. A pesar de los años, es joven todavía, porque recoge los sueños, peticiones y anhelos de sus hijos.
Cada vez que visitamos la Basílica de Zaragoza o rezamos a la Virgen del Pilar, ella nos recibe y abraza como lo hizo al apóstol Santiago, en la madrugada del 2 de enero del año 40. Pues según una venerada y antigua tradición nos dice que María reconforta y fortalece a orillas del Ebro en Zaragoza al Apóstol Santiago, cansado y desalentado en la difícil tarea de anunciar el Evangelio. El primer contacto de la Virgen del Pilar con Zaragoza es para animar y levantar el ánimo del apóstol Santiago. María, en su pilar, anima y reconforta al predicador hundido. María no abandona y se hizo presente a Santiago en el momento de mayor debilidad, y en el momento en que Santiago la necesitaba. Pero además de consolar al apóstol triste, la Virgen del Pilar se quedó entre nosotros. Bendita la hora y bendito Santiago que nos han traído a la Virgen para quedarse en Zaragoza con las puertas abiertas y los brazos extendidos para acogernos.
Como mercedario la Virgen de la Merced, me inspira y me ilumina, pero como aragonés, la Virgen del Pilar sostiene mi fe y mi ministerio sacerdotal y episcopal. Muchas veces me digo ¡qué suerte tengo! Mucha gente nos identificamos con el apóstol Santiago, que, cansados de las situaciones difíciles que afrontamos, de los problemas de la vida, venimos a visitar a la Madre. También hoy, la Virgen del Pilar viene a nuestro encuentro, para alentarnos, para animarnos. María nos recibe y abraza como lo hizo con el apóstol Santiago. Ella es la mujer creyente, mujer una fe ciega en el Señor, manifestada en la aceptación de la voluntad de Dios en su vida “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. La mujer que se fía de Dios. Su pilar, aparentemente pequeño, sostiene la fe de todo un pueblo, que pone en este pilar su fe, su esperanza y su amor.
Un pilar visitado y venerado por un Papa, Juan Pablo II. Su visita, su presencia y oración hizo de la Virgen del Pilar una devoción que saltará fronteras, por eso no solo pertenece a Zaragoza o Aragón, sino a todo el mundo entero, a la Iglesia universal. La imagen del Pilar une océanos, lenguas y culturas, acorta distancias y supera barreras. Las banderas de la mayoría de países latinoamericanos que penden de la pared de su Basílica, son banderas de países hermanos a los que la Virgen del Pilar ha acogido bajo su manto. Son países, que, en su momento, la Virgen del Pilar, se convirtió en su madre, su protectora. En muchos casos se acercaron a Dios a través de la Virgen del Pilar, ella fue la primera palabra de la iglesia que escucharon, ella fue la puerta de abrazar la fe, la puerta de entrada a la Iglesia. La Virgen del Pilar mira con especial cariño a todos estos hombres y mujeres que han tenido que dejar su tierra, su vida. Ella no distingue de razas, ni lenguas, abre las puertas de su Basílica para acoger a inmigrantes, que por necesidades económicas, sociales, consecuencias de situaciones políticas o de guerras, han tenido que abandonar su tierra. La Virgen del Pilar es modelo de acogida, de apertura al inmigrante, al diferente, “fui extranjero y me acogisteis” (Mt. 25, 35).
Hace unos días recibí un video sencillo, bonito y muy revelador sobre la Virgen del Pilar, que cargado de razón decía “Pilar no es solo un nombre, es una forma de estar, firme cuando arrecia el viento, cercana cuando duele la vida, abierta a todo lo que nos hace humanos”. Besar el pilar de Zaragoza es apostar por un estilo nuevo de vida, el de nuestra madre la Virgen del Pilar.
+ Florencio Roselló Avellanas O de M
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela