Apertura de curso del SCET

Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 29 de septiembre, en la capilla mayor del Seminario de Pamplona, con motivo de la apertura de curso del ISCR y del CSET


Queridos profesores, alumnos, personal no docente del CESET y del ISCR.

Me gustaría comenzar esta reflexión con una frase que se atribuye a Ratzinger/Benedicto XVI, “El verdadero teólogo es el que se arrodilla a la hora de estudiar”. Él la utilizó en varias ocasiones para expresar que la teología no es una mera actividad académica o intelectual, sino un acto de fe, en el que la oración y la humildad son esenciales para comprender el misterio de Dios. En sus escritos y discursos insiste en que la teología solo se hace correctamente de rodillas, es decir, desde la actitud de adoración y relación viva con el Señor.

Nuestro Centro de Estudios Teológicos “San Miguel” prepara pastores y teólogos que sepan dar respuesta a los desafíos de hoy: la indiferencia religiosa, la crisis de fe y cultural, la secularización, la justicia social, la ecología y la paz. Corremos el riesgo de hablar otro lenguaje que la sociedad, y eso puede llevar a no conectar ni responder con ella, y por lo tanto no ofrecer la respuesta existencial que la sociedad necesita. También Benedicto XVI, en una crítica al deseo de autonomía de la persona, denunciaba que los hombres estaban construyendo una sociedad al margen de Dios, como si Dios no existiera, y de esta manera Dios no podría condicionarlos.

Por eso la formación académica en este centro tiene una misión muy concreta: preparar servidores de la Iglesia, pastores según el corazón de Cristo. Por eso, todo nuestro esfuerzo intelectual ha de estar siempre orientado al servicio del Pueblo de Dios. San Anselmo definía la teología como fides quaerens intellectum, la fe que busca comprender. No estudiamos para acumular datos, ni para brillar en discusiones, sino para que nuestra mente pueda dar razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 Pe 3,15). Filosofía y teología nos ayudan a dialogar con el mundo, a tender puentes, a anunciar a Cristo de manera comprensible y fiel. Mirar a la sociedad para dar respuestas desde la fe.

Nuestro estudio, nuestro trabajo intelectual no es para encerrarnos en nosotros mismos, todo lo que aquí aprendemos, en primer lugar, responde a nuestras inquietudes e interrogantes, pero en último lugar tiene un destinatario claro: el Pueblo de Dios. Vuestro estudio, investigación, vuestra formación os ayuda a prepararos para acompañar a las personas que se acerquen a vuestra vida con hambre de Dios, que las hay. Cuando profundizáis en la Sagrada Escritura, estáis preparando la homilía que un día dará luz y esperanza a una comunidad. Cuando dialogáis con la filosofía, os estáis preparando para hablar con un mundo que busca razones para seguir creyendo. En varios pasajes del Evangelio Jesús es llamado Maestro. Y lo fue no solo por lo que enseñaba, sino porque vivía lo que enseñaba. Ese es también nuestro reto: que la teología que aprendemos no se quede en la cabeza, sino que llegue al corazón y se traduzca en vida.

La primera lectura del Apocalipsis que hemos leído nos habla de una batalla: la lucha en el cielo entre Miguel y sus ángeles contra el dragón. Es una imagen fuerte, que nos recuerda que la vida cristiana y, por tanto, también el estudio y la formación en la fe, no son nunca un paseo tranquilo, sino un combate. Un combate que no se libra con espadas ni con violencia, sino con la fidelidad a Cristo, con la perseverancia y con el testimonio. El Apocalipsis nos presenta esa gran confrontación entre la luz y las tinieblas, entre la verdad y la mentira. Y si lo pensamos bien, esa misma lucha se refleja también en nuestra vida y en nuestro tiempo: en la indiferencia religiosa, en la confusión cultural, en la superficialidad de un mundo que a veces parece perder el rumbo. Queridos profesores, en esta misión sois como los ángeles de Miguel: lucháis con la espada de la Palabra, iluminando, corrigiendo, enseñando. Gracias por vuestro servicio generoso a la Iglesia.

El Evangelio de hoy nos presenta el encuentro entre Jesús y Natanael. Es un pasaje breve, pero lleno de luz. Jesús ve a Natanael y lo reconoce por dentro. No le hace un examen de conocimientos, no le pregunta por sus títulos ni por su capacidad intelectual. Le dice algo mucho más profundo: “Este es un hombre sincero, sin doblez” (Jn. 1, 47). Aquí tenemos la primera lección para nuestro curso: lo que más necesita la Iglesia no son “sabios orgullosos”, sino discípulos de corazón limpio, hombres y mujeres sinceros, que buscan la verdad con honestidad.

Jesús le promete a Natanael: “Verás el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre” (Jn. 1, 50). Es decir, verás la comunión entre el cielo y la tierra, verás la revelación plena de Dios en la persona de Cristo. Esa promesa también es para nosotros al iniciar este curso. El estudio de la filosofía nos ayuda a abrir la razón, a ejercitar la mente, a buscar los fundamentos. El estudio de la teología nos permite contemplar el misterio de Cristo, la “escalera” entre Dios y los hombres. No lo olvidemos: no solo estudiamos para aprobar asignaturas o para obtener títulos, sino también para contemplar “cosas mayores”, para descubrir cada día un poco más la belleza de la fe y para anunciarla con alegría.

Queridos hermanos, iniciamos con ilusión este nuevo curso en el Centro de Estudios Teológicos San Miguel de Pamplona. Quiero dedicar unas palabras especiales para los seminaristas de Bilbao. Os acogemos desde la fraternidad y la comunión. Sentíos en casa, sentíos libres. Formamos una gran familia de seminaristas, pero también la gran familia de comunión entre nuestras dos iglesias.

Escuchemos de nuevo a Jesús que nos dice, como a Natanael: “Te conozco… y cosas mayores verás”. Que esta promesa nos llene de alegría, de humildad y de esperanza. Y que nos anime porque “queremos ver cosas mayores”.

 

+ Florencio Roselló Avellanas O de M

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

 

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