Santa Juana Jugan, una vida como respuesta radical al amor de Dios

Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 17 de octubre, con motivo de la visita de la Madre General a la casa de las Hermanitas de los Pobres de Pamplona


Nos hemos reunido en esta capilla para celebrar la fe, en torno al altar, donde queremos poner a Santa Juana Jugan, que nos hizo el regalo de fundar las Hermanitas de los Pobres, quienes se dedican a servir a los más pobres y olvidados de nuestra sociedad, como vemos en sus residencias. Santa Juana Jugan vivió, como respuesta radical al amor de Dios, el servicio a los ancianos necesitados. Me llama la atención que para estos ancianos siempre han reconocido la dignidad de hijos e hijas de Dios; la dignidad de personas, algo que se pierde con frecuencia en nuestra sociedad actual.

No es la primera vez que celebro y predico sobre Santa Juana Jugan, Y sigue sorprendiéndome la valentía y atrevimiento de nuestra santa. No tenía recursos económicos ni apoyo social, pero su fe en Dios era más grande que cualquier obstáculo. Esta confianza plena en la Providencia le llevó a aventurarse en este proyecto de la fundación de las Hermanitas de los Pobres. Es la misma respuesta de la Madre Rosa cuando le pregunto: “¿Y esto cómo lo hacen? Y me responde: “Confiamos en la providencia del Señor”. ¡Y se queda tan tranquila!, pero es que luego veo que sí, que la providencia les ha asistido, les ha ayudado en un proyecto. La vida de las Hermanitas de los Pobres en una catequesis de fe y de confianza en el Señor.

Santa Juana y las Hermanitas de los Pobres son mujeres de oración, de contemplación, pero también de acción. Juana nos muestra que la verdadera fe se traduce en un compromiso activo: no basta con sentir compasión; es necesario actuar con generosidad, sacrificio y amor concreto. Cada gesto de cuidado hacia un anciano, cada sonrisa, cada palabra de consuelo es una manifestación de Cristo vivo en medio de nosotros. Los ancianos, en los que se encarna el mismo Cristo, nos demandan oración, pero también acción. Juana decía: “Veo a Jesús en los ancianos y los amo con todo mi corazón”. Esta frase encierra su secreto: reconocer a Cristo en cada persona, especialmente en los más débiles y olvidados. Juana nos recuerda que el amor cristiano no es abstracto ni anónimo ni invisible, se vive en la vida asistida de los ancianos que necesitan una palabra y una acción solidaria. El mismo papa León XIV, en la Exhortación Apostólica Dilexi Te, que nos ha regalado el pasado 9 de octubre, decía: “En el rostro herido de los pobres encontramos impreso el sufrimiento de los inocentes y, por tanto, el mismo sufrimiento de Cristo” (9).

La primera lectura del profeta Isaías nos presenta una enseñanza profunda y actual: el verdadero culto a Dios no se mide por los ritos ni por las palabras, sino por el amor concreto al hermano. Dice el Señor por medio del profeta: “Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, compartir el pan con el hambriento, albergar a los pobres sin techo” (Is. 58, 6-7). Isaías nos invita a descubrir que el amor a Dios, al que no vemos, se demuestra en el servicio al hermano que tenemos cerca, al que sí vemos. Nuestra fe no puede quedarse encerrada en el templo. Como nos decía el papa Francisco, hay que trabajar por “una Iglesia en salida” que salga al encuentro del necesitado. También Santa Juana Jugan salió de su casa y sintió en su corazón la llamada de Dios a servir a los pobres. Un día, al encontrarse con una anciana ciega y sola en la calle, la llevó a su propia casa, le ofreció su cama y cuidó de ella con ternura. Esa decisión sencilla, nacida del amor, fue la semilla que más tarde daría origen a la congregación de las Hermanitas de los Pobres. Un compromiso que expresó en vida cuando decía: “Nunca rechaces a los pobres; son tus amos y señores. Cuídalos con ternura y humildad”. Para ella, cada anciano era Cristo mismo. En un tiempo en que los ancianos pobres eran olvidados, ella proclamó con su vida que la vejez tiene un valor sagrado, que cada persona conserva su dignidad hasta el último día de su existencia.

En la segunda lectura San Juan hace un canto al amor centrado en las obras, en el compromiso y la opción por los pobres. El cristiano se reconoce no por las palabras, sino por su capacidad de amar concretamente, de servir, de entregarse. La entrega y el amor son signos de vida. Es cierto, uno ve a las Hermanitas de los Pobres y las ve vivas, alegres, entregadas y generosas. ¿Por qué? Porque aman a Cristo en las personas de los ancianos que atienden. Su vida es una encarnación del amor de Dios.

Y el evangelio es un cántico precioso de las bienaventuranzas, que proclama dichosos a los que aman como Cristo amó. Santa Juana Jugan es un testimonio de que las bienaventuranzas no son un ideal lejano, sino un camino posible. En su vida sencilla, Jesús mostró al mundo que la verdadera felicidad nace del amor, de la entrega, de la pobreza, de la paz. Es verdad que las bienaventuranzas no prometen una vida fácil, pero sí una vida plena. Juana fue pobre, humillada, olvidada…, pero profundamente feliz. Santa Juana Jugan se hizo pobre para que los pobres fuesen ricos, se hizo humilde para que los pobres fuesen elevados, que nos dice el magníficat.

Santa Juana Jugan nos enseña que el amor verdadero da vida.
Quien ama con obras y de verdad pasa de la muerte a la vida, porque el amor es el rostro mismo de Dios. Pidamos hoy su intercesión para que, en medio del mundo, seamos testigos de ese amor concreto que consuela, que sirve y que transforma. Quiero terminar con una frase de Santa Juana Jugan: “Pequeñas obras, pero hechas con gran amor, son lo que agrada a Dios”.

 

+ Florencio Roselló Avellanas O de M

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

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