Homilía pronunciada el pasado 16 de noviembre, por el Arzobispo don Florencio Roselló, en la catedral de Santa María la Real de Pamplona, con motivo del Jubileo de los Pobres.
Queridos sacerdotes, diáconos, miembros de las diferentes delegaciones de la Pastoral Social de la diócesis, hermanos y hermanas.
Celebramos el Jubileo de la Pastoral Social en la Jornada Mundial de los Pobres, que instituyó el papa Francisco en el año 2017. Un día en el que, por un lado, queremos dar gracias al Señor por todos los que, a lo largo de los años, han hecho posible esta misión de servicio y amor en favor de los pobres y necesitados de nuestra diócesis. Estoy pensando en sacerdotes, consagrados, laicos como voluntarios de Cáritas, de pastoral penitenciaria, de pastoral de la salud, de migraciones, de pastoral del trabajo, de Manos Unidas, de ecología integral, de pastoral gitana, de pastoral de la trata…Cada uno, con su entrega, es el rostro de la Iglesia que sale al encuentro de los más frágiles. Pero también, por otro lado, queremos renovar nuestro compromiso de estar al lado de los pobres.
La Pastoral Social es el rostro visible del amor a los pobres de la Iglesia, del amor de Dios en la diócesis. Allí donde un voluntario escucha, acompaña, regala consuelo, acoge, o defiende los derechos de los vulnerables, allí está la Iglesia y allí se hace realidad el evangelio. El pobre se convierte en lugar teológico de encuentro con Dios. En el pobre se da un misterio: Dios se encarna allí. Así lo ha querido el mismo Cristo. En ellos, en los pobres, se hace realidad la presencia de Jesús que sufre, espera, ama. En el desnudo, hambriento, sediento, enfermo, inmigrante, preso, está Jesús (Cf. 25, 31-44).
Celebramos este Jubileo de la Pastoral Social en la Jornada de los Pobres, dos realidades que van íntimamente unidas. No hay Pastoral Social sin la centralidad de los pobres, porque como nos dice Jesús: “A los pobres los tendréis siempre con vosotros” (Mt. 26, 11). Y no podemos encontrar a Dios si no encontramos antes a los pobres, como nos ha dicho el papa León XIV en la Dilexi Te: “El afecto por el Señor se une por el afecto por los pobres” (DT. 5). Amar a Dios es amar a los pobres, porque en ellos encontramos el rostro herido de Cristo “En el rostro herido de los pobres encontramos impreso el sufrimiento de los inocentes y, por tanto, el mismo sufrimiento de Cristo” (DT, 9).
La Iglesia, nos propone mirar el mundo con los ojos de los pobres. No se trata de hablar de ellos, sino de hablar con ellos. No de observarlos desde la distancia, sino de caminar juntos. Porque en cada pobre está Cristo mismo: el rostro sufriente del Señor que nos dice, una vez más: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt. 25, 40). Esto nos lleva a mirar a los pobres desde abajo, sin superioridad, sin paternalismo, sin juzgar. Significa reconocer que el pobre no es objeto de mi compasión ni de mi lástima, sino hermano y compañero de camino. El pobre me evangeliza, me enseña, me saca de mi comodidad. Mirar desde arriba, en cambio, es la tentación de quien se siente “bueno”, superior, de quien da sin implicarse, de quien ayuda pero no se deja tocar. Esa mirada humilla, aunque sea sin querer. La mirada de Cristo, en cambio, eleva. El verdadero discípulo de Jesús no mira desde su pedestal, sino desde la tierra. Porque solo quien se arrodilla ante el pobre puede reconocer a Cristo en él. Mirar desde abajo al pobre es darse cuenta de que no habla, no se le escucha, no tiene voz. Por eso el papa León XIV manifiesta que a la pobreza material y social se añade la pobreza de falta de voz: “El pobre no tiene instrumentos para dar voz a su dignidad y a sus capacidades” (Dilexit Te, 9). Nunca me ha gustado la expresión que en la Pastoral Social se ha repetido muchas veces: “Somos la voz de los sin voz”. No, el pobre tiene su propia voz, pero no se le deja hablar, y cuando lo hace no se le escucha. Luchemos para que seamos canal de que se escuche la voz de los pobres, trabajemos para que el pobre tenga su propia voz. Siempre deciden por el pobre, nadie le consulta ni pregunta. El pobre vive su pobreza entre el silencio y la vergüenza y la Iglesia debe trabajar porque la voz de los pobres se escuche.
El pobre es experto de esperanza. Este año el papa León XIV ha propuesto el lema de esta jornada: «Tú, Señor, eres mi esperanza» (cf. Sal 71, 5). El pobre se pasa toda su vida esperando, dependiendo de los otros. El pobre nos evangeliza con su fe sencilla, con su paciencia, con su esperanza. Convivir con el fracaso le hace ser más fuerte en la adversidad, en la contrariedad. En su vida siempre ha recibido muchos “noes” y la negativa por respuesta ha sido la tónica. Pero también es experto en fidelidad, cada día sigue llamando y buscando una solución a su situación. El pobre necesita de la Pastoral Social que le ayudemos a ser protagonista de su solución, de su salida de la pobreza.
La Pastoral Social no debe quedarse en la limosna, debe ir más allá. Servir a los pobres implica denunciar las injusticias que los generan, promover estructuras justas, defender la vida y la dignidad de cada ser humano. Significa trabajar por una sociedad más fraterna y más solidaria. Como nos dice el papa Francisco en Evangelii Gaudium, “no podemos permanecer indiferentes ante las enormes desigualdades del mundo actual. El mismo papa León XIV dirá en Dilexi Te: “Es necesario remover las causas sociales y estructuras de pobreza” (10). El gran peligro de nuestra sociedad es que nos acostumbremos a los pobres y al dolor de los pobres.
El amor a los pobres es el termómetro de nuestra fe. Si decimos amar a Dios, pero no miramos al pobre, nuestra fe estará vacía. Si acogemos al pobre, si nos dejamos transformar por él, entonces Cristo vive realmente en nosotros. Pidamos al Señor que nos conceda su mirada compasiva, su corazón humilde y sus manos generosas. Que nuestra diócesis, nuestras comunidades y nuestras familias sean signo de esperanza para los más necesitados.
+ Florencio Roselló Avellanas
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

