Jubileo de los Teólogos

Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 15 de noviembre, en la Catedral de Santa María la Real de Pamplona, con motivo del Jubileo de los Teólogos.


Queridos estudiantes de Teología, de Derecho Canónico y de la Facultad Eclesiástica de Filosofía.

En el día de la fiesta de San Alberto Magno, nos reunimos en la catedral de Pamplona para conmemorar el Jubileo de la Esperanza al que nos convocó el papa Francisco el pasado año.  Es un momento de renovación y de esperanza para todos los que han dedicado, y están dedicando, su vida al estudio, la reflexión y la enseñanza de la Teología. En este día, queremos dar gracias a Dios por el don de la Palabra, que a través de la teología se hace pensamiento y acción en nuestra Iglesia. Gracias también por vuestra vocación bien sea como teólogos en reflexión e investigación, como profesores, como estudiantes y como bautizados que también colaboran en la misión.

La vida del teólogo es una constante búsqueda de la verdad y la sabiduría, tal como hemos leído en la primera lectura. En ella hemos escuchado que ante la disyuntiva de elegir, el protagonista de esta elección, se cree que fue el rey Salomón, eligió la sabiduría y la prudencia por encima de cetros, tronos y riquezas, porque estas llevan a la perdición y a la superficialidad y la sabiduría nos lleva a Dios. Y Salomón siempre quiso confiar en Dios a pesar de las aparentes posibilidades que tenía, en contra de lo que muchas veces pensamos, que todo lo podemos con nuestras fuerzas, con nuestras cualidades y talentos, dejando a Dios en segundo plano.

La primera lectura comienza: “Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría” (Sab 7,7). La teología, antes que un saber, es una súplica. Es, sobre todo, fruto de una gracia recibida. El sabio bíblico no presume de su inteligencia, sino que reconoce que toda comprensión nace del Espíritu cuando dice: “Que Dios me conceda hablar con conocimiento y tener pensamientos dignos de sus dones” (Sab. 7, 15). Por eso, el teólogo auténtico no se erige en dueño del misterio, sino en servidor de la Palabra, agradeciendo los dones recibidos de Dios. Vivimos en una cultura que valora el conocimiento técnico, la información, la productividad. Pero el teólogo es llamado a cultivar una sabiduría distinta, la que “vale más que los cetros y los tronos, más que la salud y la hermosura” (Sab. 7, 8). Quien estudia a Dios no lo hace para dominar, sino para dejarse transformar. La teología, si es verdadera, ensancha el corazón, purifica la mirada, hace más humana la vida.

La Palabra, la teología, sin oración es palabra vacía, sin encarnación no puede anunciar el evangelio, sin misión es estéril.  Y Palabra, con mayúsculas solo hay una: la de Dios. En ocasiones podemos tener la tentación de elevar nuestra palabra a la categoría de Dios. La Palabra revelada solo es una, la de Dios, nosotros somos instrumentos al servicio del evangelio. Nos formamos, estudiamos, profundizamos en el misterio para servir, nos formamos para acompañar a las comunidades cristianas. El fin último de la teología, de nuestra reflexión no es la suma de conocimientos, sino formarse para anunciar mejor la Palabra de Dios, formarse para acompañar mejor.

El pasado 28 de noviembre de 2024, hace casi un año, el papa Francisco recibió a la Comisión Teológica Internacional y les animó a “poner a Cristo en el centro, porque el Jubileo de la Esperanza nos invita a redescubrir el rostro de Cristo y a centrarnos en Él”. Ese es el principal objetivo de los teólogos: que vuestra reflexión nos lleve a Cristo, a nadie más. Pero, a su vez, el papa León XIV dijo, el pasado 13 de septiembre, a los 130 teólogos participantes en el seminario organizado por la Pontificia Academia de Teología, que la teología es una dimensión constitutiva de la acción misionera y evangelizadora de la Iglesia”. La Teología no es una reflexión de laboratorio que permanece encerrada, sino que está al servicio de la misión, la teología necesaria para cumplir esta misión debe ser, con una expresión acuñada por el papa Francisco, “en salida”; es decir, capaz de unir “el rigor científico con la pasión por la historia; una teología encarnada, impregnada de los dolores, las alegrías, las expectativas y las esperanzas de la humanidad”.

El evangelio que hemos escuchado nos advierte del riesgo de una teología, que no se pone al servicio de la misión. El saber no nos convierte en más importantes ni nos garantiza un mayor reconocimiento social. La tentación está en creernos “maestros” que nos habla el evangelio. El mismo papa Benedicto XVI nos decía: “La gente sigue antes a los testigos que a los maestros y si sigue a los maestros es porque antes son testigos”. El papa Francisco denunciaba el carrerismo que hay en algunos sectores de la Iglesia, lo dijo en el discurso a los diplomáticos del Vaticano. Manifestaba su contrariedad ante los eclesiásticos obsesionados por “hacer carrera”, les animaba a pasar del espíritu de egoísmo y vanidad al espíritu de servicio. En las palabras de Jesús: “El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido” (Mt 23, 12). Así se revela la inversión del orden del mundo; en el Reino de Dios, la verdadera grandeza se encuentra en la humildad y el servicio, no en la realidad humana, en el prestigio o el poder.

Pidamos al Espíritu Santo que renueve en nosotros el don de la teología, que nos haga sabios para comprender el misterio de Cristo, valientes para anunciarlo y humildes para servirlo.

 

+ Florencio Roselló Avellanas O de M

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

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