50 años de la parroquia de Santa María de Ermitagaña

Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 20 de diciembre, en la parroquia de Santa María de Ermitagaña, con motivo de los 50 años de la creación de dicha parroquia.


Felicidades. Esta quiere ser la primera palabra de mi reflexión. No es solo por los cincuenta años de vida de la parroquia Santa María de Ermitagaña, sino por llegar con buena salud, con ilusión, con vigor y con fuerza. Esta tarde flota en el ambiente un sentimiento de alegría contenida llena de gratitud, memoria y esperanza.

Cincuenta años no es solo una cifra ni una meta a la que llegar. Es una historia que recoge lo divino y lo humano. Una historia de fe, de oración, de eucaristías profundas, vividas y compartidas. Pero también es una historia humana. Hecha de nombres propios, de alegrías y sufrimientos, de silencios y cantos, de lágrimas y sonrisas. Hoy no celebramos los cincuenta años de un edificio, que tampoco sería exacto, pues en este agradecimiento hay que tener presente los diez años iniciales en los que la parroquia estuvo “viviendo” en el colegio de nuestras Hermanas Teresianas, aquí enfrente.

Celebramos los cincuenta años de una comunidad viva, celebramos la fidelidad de Dios y la respuesta, siempre frágil pero sincera, de un pueblo creyente que ha tratado de caminar a la luz del evangelio. Por eso, esta eucaristía es, ante todo, acción de gracias, memoria agradecida y mirada confiada hacia el futuro.

Esta celebración nos lleva a hacer memoria, no a contar “batallitas”. Cuántas historias han pasado por esta parroquia desde sus comienzos. Aquí se han celebrado bautismos que iniciaron vidas cristianas; aquí muchos niños y niñas recibieron por primera vez la comunión; aquí jóvenes y adultos fueron confirmados en la fe, yo mismo he confirmado a un numeroso grupo de jóvenes; aquí matrimonios se prometieron amor ante Dios; aquí hemos despedido a seres queridos, amigos a la casa del Padre. Pero, aun siendo importante lo anterior, nuestra parroquia, es más, pues alguno podría catalogarla como dispensadora de sacramentos.

Nuestra parroquia es una comunidad de fe, una familia en la que nadie debería sentirse extraño. En estos cincuenta años, Santa María de Ermitagaña ha sido iglesia cercana, iglesia encarnada en la vida del barrio, sensible a sus necesidades, atenta a los signos de los tiempos. Quiero pensar que muchas personas han encontrado aquí un espacio de acogida, una palabra oportuna, una mano acogedora. ¡Cuántas han sido escuchadas sin ser juzgadas! ¡Cuántas han recibido ayuda material y espiritual! ¡Cuántas personas han podido sanar heridas y comenzar de nuevo!

He leído que esta semana habéis tenido algunas conferencias y actos para celebrar este aniversario, pero el centro de todas celebraciones es la eucaristía. Aquí está el corazón de la parroquia. De aquí brota todo y hacia aquí todo converge. La comunidad se construye alrededor de la mesa del Señor, donde nadie es más que otro, donde todos somos hermanos. La eucaristía nos iguala a todos. Y eso quiere ser la parroquia de Santa María de Ermitagaña: una comunidad donde todos seamos iguales, donde nadie esté por encima de nadie y donde recordamos el amor más grande, que Cristo se entrega por nosotros. Que esta eucaristía sea acción de gracias por el pasado, compromiso para el presente y esperanza para el futuro. Que al recibir el cuerpo de Cristo renovemos nuestro compromiso de seguir construyendo comunidad, de seguir creando familia de fe en Ermitagaña y en Pamplona.

La primera lectura de Isaías habla de una señal: “El Señor mismo os dará una señal” (Is. 7, 11). Durante estos cincuenta años la parroquia ha sido una señal de la presencia de Dios en el barrio, en Pamplona. Ver esta parroquia, pasar por delante de la parroquia, nos lleva a Dios, a encontrarnos con el Señor. Gente que pasa por delante y se santigua, otros rezan, otros se paran y reflexionan. Es un signo de vida y de fe. Un signo de fortaleza y esperanza. Es mucho más que un edificio, es Dios mismo que ha querido quedarse entre nosotros en la parroquia. Es nuestro portal de Ermitagaña.

El evangelio nos presenta la figura de José, un hombre silencioso, discreto, pero sobre todo un hombre creyente y fiel. Se encuentra ante una situación que no entiende, como tampoco la entenderíamos nosotros. Sus planes y proyectos se rompen, sus seguridades se tambalean y, sin embargo, confía en Dios: “José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado” (Mt. 1, 24). La historia de esta parroquia se ha construido con personas como José, que desde el silencio, desde el anonimato, sin buscar protagonismo han sostenido la parroquia con su fidelidad, con su compromiso.

En este día especial damos gracias a Dios por los sacerdotes que han servido en esta parroquia con entrega. Bastantes estáis aquí, se os ve felices -¡cómo queréis a esta parroquia!-; por los religiosos y religiosas que han colaborado en la catequesis y la pastoral -como ya he recordado antes, las hermanas Teresianas que nos dejaron vivir la fe diez años en su casa-; gracias por los laicos y laicas que, muchas veces de manera silenciosa, han sostenido la vida parroquial: catequistas, voluntarios de Cáritas, lectores, coro y músicos, grupos pastorales, personas que cuidan el templo, que visitan enfermos.

En la vida todo tiene un “pero”, y es que el futuro de esta parroquia no está escrito. Hay que seguir construyendo comunidad, construyendo familia. Hay que seguir siendo signo en medio del barrio, de Pamplona. La parroquia del futuro será lo que estemos dispuestos a sembrar, a regalar, a compartir.

Nuestra parroquia está puesta bajo la advocación de Santa María. Ella ha acompañado estos cincuenta años como madre discreta y fiel, como mujer creyente que nos enseña a escuchar la Palabra y a ponerla en práctica. Pedimos a María que acompañe nuestro caminar. Como ella, esta parroquia ha sido llamada a decir sí a Dios en cada momento de su historia. Celebremos con alegría estos cincuenta años.

Demos gracias a Dios por lo vivido, pidamos perdón por lo que no supimos hacer mejor y pongamos con confianza el futuro en sus manos. Que Santa María de Ermitagaña siga siendo durante muchos años más un lugar de encuentro con Dios, una casa abierta, una comunidad fraterna y misionera.

 

+ Florencio Roselló Avellanas O de M

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

 

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