Clausura de curso de los profesores de los colegios diocesanos

Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 27 de junio, en Bera, con motivo del cierre de curso de los profesores de los colegios Diocesanos


En la vida para todo tiene que haber vocación. Compromiso sin vocación es un compromiso vacío. Educador y profesor sin vocación es un trabajo rutinario. Y en todo, para realizar un trabajo, una acción, un voluntariado hace falta poner corazón, y un corazón cargado de amor, de generosidad. Y esto es lo que venimos a celebrar esta mañana, o por lo menos a pedírselo al Señor, que seamos profesores de nuestros colegios diocesanos de Navarra con vocación, y con un corazón cargado de amor generoso. Porque donde hay vocación, corazón, hay entrega, hay cercanía, hay amor.

Queridos profesores, vosotros tenéis una vocación muy especial en nuestra diócesis. En vuestras manos, a través de vuestro trabajo, se forman el corazón, la inteligencia, la fe y la libertad de muchos niños y jóvenes que pueblan nuestras aulas. Para conectar con ellos hace falta poner corazón, pero no un corazón cualquiera, sino un corazón como el de Jesús, sin límites, generoso, empático. Hoy nuestra actividad, nuestra fiesta final de curso ha querido coincidir con la fiesta del Sagrado Corazón, no solo para celebrarla, sino también para revisar nuestro corazón, o mejor dicho para preguntarnos si en nuestro trabajo de profesores ponemos corazón.

La segunda lectura nos presenta el Corazón de Jesús como el centro de la vida del cristiano. También el de los profesores de colegios diocesanos. Lo presenta de esta manera porque el amor de Cristo es la consecuencia del amor generoso para con todos nosotros. “Dios nos amó cuando todavía éramos débiles, pecadores, incluso enemigos” (Rm. 5, 10). Es decir, el corazón de Cristo ama primero, ama siempre y ama sin condiciones. Este corazón es el que necesitan muchos niños y jóvenes de nuestros colegios, que son frágiles, inseguros, necesitados de orientación y sobre todo de amor verdadero. Y ahí entráis vosotros, queridos profesores de nuestros colegios diocesanos, para que seáis corazón cercano, sobre todo con los niños lejanos, corazón amable, con los niños desconfiados, corazón misericordioso, con los niños complicados.

San Pablo, también nos ha recordado que “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Rm. 5, 5). Nos indica que el mismo amor que movió a Cristo a dar su vida por nosotros, ahora está en nosotros, y debemos ser nosotros quienes demos nuestra vida (tiempo, interés, generosidad) por nuestros alumnos. Educar desde el Corazón de Jesús es, amar a cada alumno, no por lo que logra, sino por lo que es; a saber mirar más allá de los errores, y no olvidar su ser de persona creada a imagen de Dios; es tener paciencia con los alumnos que van más lentos, que llevan distintos procesos, de la misma manera que Dios tiene paciencia con nosotros; confiar en el bien que aunque no se ve, está o estará, hemos de ser instrumentos de esperanza para nuestros alumnos; abriles espacios de futuro por una educación mejor.

El evangelio pone el dedo en la llaga de nuestra condición de profesores y educadores en colegios católicos y diocesanos. Jesús deja las noventa y nueve ovejas y sale en busca de la oveja perdida. ¿Quién de vosotros no ha tenido en su aula una oveja perdida? Un alumno, prototipo de oveja perdida, que nos saca de nuestras casillas, ¿cómo actuamos? No olvidemos que Dios ama uno por uno, y los quiere a todos. Un Dios Buen Pastor que no quiere que se pierda ni una sola oveja de su rebaño y deja al resto para salir en busca de la perdida. Ese corazón que busca, que carga en sus hombros, que se alegra más por uno solo que regresa que por noventa y nueve que no se han ido, es el Corazón de Jesús. Un Corazón que no calcula y que no se olvida de nadie.

El Buen Pastor es el corazón del verdadero maestro, y modelo para todos vosotros/as queridos educadores de nuestros colegios diocesanos. Su labor, más que transmitir conocimientos, es ser imagen viva de ese corazón que no se cansa de buscar al que se aleja, de sostener al que cae, de alegrarse cuando uno vuelve. Para Dios cada persona vale por sí misma. Cada alumno que entra en nuestros colegios diocesanos, en nuestros colegios católicos, tiene un nombre, una historia y una dignidad sagrada. Y lo más importante debe saber y hemos de hacer saber a sus familias, que si un día esa oveja, ese alumno, es una oveja perdida, saldremos a buscarla, y no pararemos hasta encontrarla. Como decía el papa Francisco en la JMJ de Portugal, “en la Iglesia caben todos, todos, todos”, y en nuestros colegios diocesanos también caben todos. No sería evangélico hacer acepción de personas. Permitidme y perdonarme que me haga pesado siempre que hablo a catequistas, profesores de religión y profesores de colegios diocesanos, no hay alumno imposible, hay alumnos difíciles y complicados, pero nunca alumnos imposibles. Manifestar esto es cerrar el futuro a niños y jóvenes en edad de formación y crecimiento. Todos tenemos derecho a soñar, hasta la oveja perdida.

Queridos profesores, que el Sagrado Corazón de Jesús sea vuestro descanso cuando estéis cansados, sea vuestra fortaleza cuando sintáis que ya no podéis más, y su alegría cuando vais que el amor sembrado comienza a dar fruto. Sois privilegiados de ayudar a niños y jóvenes a realizar sus sueños en la vida.

 

+ Florencio Roselló Avellanas O de M

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

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