San Fermín nos enseña que la fe no puede quedarse encerrada

Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el 7 de julio, en la capilla de San Fermín, de la parroquia de San Lorenzo de Pamplona, con motivo de la Misa en honor a San Fermín, copatrón de Navarra.

 


Hoy Pamplona de viste de gala, se viste de blanco y rojo, se viste de música y llena las calles para recibir a San Fermín. Esta mañana hemos venido a su capilla, a venerar esta imagen tan querida y que tantos visitantes recibe, de casa y de fuera. Con un corazón desbordante de alegría, y aunque el bullicio de las fiestas a veces pueda parecer que lo oculta, el sentimiento de este día es tan grande, que no se puede ocultar la dimensión espiritual, religiosa y cristiana de la fiesta de San Fermín.

San Fermín fue el primer obispo de Pamplona, según la tradición. Fue mi antecesor, y por esto hablo con cariño y respeto de nuestro santo. Me identifico con él, y cada día aprendo de él, especialmente en cuanto a la entrega y compromiso por los demás a través del evangelio. Nacido aquí, en Pamplona, en Navarra, en una familia noble romanizada, fue bautizado por San Honesto, discípulo de San Saturnino, patrón de Pamplona. Unas fiestas que se remontan al siglo XII cuando comenzaron con celebraciones religiosas en honor al santo, motivado todo por la llegada a nuestra ciudad de las reliquias de Amiens en 1186.

Unas fiestas que tienen su origen en nuestro patrón y santo más internacional, San Fermín. A partir de ahí fueron surgiendo añadidos a la fiesta original, que siempre estaba centrada en nuestro santo. Es a partir del siglo XIV cuando van apareciendo otro tipo de actos festeros, como son los traslados de toros de lidia, conducidos por pastores y caballistas cuando desembocarían en los famosos encierros y corridas de toros. Pero ¡que no se nos olvide!, las fiestas de San Fermín tienen su origen en el santo y todo lo que su vida y martirio ha representado. San Fermín no se puede encerrar en esta capilla, es tan fuerte su eco, su explosión de fe y gozo, que resuena en todo Pamplona y en toda Navarra. La procesión que hemos vivido hace unos momentos, nos dice que San Fermín
trasciende casas, calles, pueblos, fronteras, San Fermín es patrimonio de la Iglesia y patrimonio de la humanidad. Por eso no entiendo cómo podemos dudar del origen de esta fiesta que está en nuestro patrón. La procesión de hoy quita las dudas, las reflexiones vacías. Que vea, escuche, y acompañe al santo y se dará cuenta que San Fermín es único, y sin él, no hay fiesta, sin él nos quedamos huérfanos, que es lo peor que le puede pasar a un pueblo, ir a la deriva.

Como hemos escuchado en la primera lectura de Isaías, San Fermín nos enseña que la fe no puede quedarse encerrada aquí, en esta capilla. Fue ungido y enviado, pero además fue consagrado como obispo y pastor de su pueblo, y desde esa vocación salió de su querida Pamplona. Fue emigrante, salió de nuestra ciudad y fue, primero hasta Beauvauis, zona peligros, y luego hasta Amiens, al sur de Francia, para anunciar el evangelio y con él un estilo de vida.

San Fermín, no huyó del mundo, no se retiró, sino que se implicó en él, se comprometió, de palabra y de obra, con la sociedad que le tocaba vivir. Nos cuenta la tradición que además de predicar, de anunciar el evangelio, su palabra se apoyó en varios milagros: devolvió la vista a Casto, hijo del noble Andrés, sanó a dos leprosos, curó a varios paralíticos, liberó a algunos endemoniados.

S. Fermín vivió en su vida lo que anunciaba de palabra. Esta actitud también nos interpela a nosotros, como creyentes no podemos vivir de espaldas a la realidad, como no vivió San Fermín, que por no mirar hacia otro lado le costó la vida. En nuestra querida Pamplona tenemos situaciones que nos interpelan, y nos llega de cerca el conflicto de BSH, donde 660 trabajadores van a perder su empleo, y en total mil familias, entre empleos directos e indirectos, se pueden quedar en la calle. No es buena noticia para Navarra que muchos vecinos nuestros se queden sin empleo, muchas familias pierdan su medio de vida. ¿No se puede hacer algo más? ¿se ha hecho todo lo posible? ¿Puede la Iglesia hacer algo en esta situación?

Últimamente he escuchado varias noticias del desmantelamiento de redes de trata de personas, de trata de mujeres en Navarra, muchas obligadas a ejercer la prostitución. Nuestra iglesia diocesana ha hecho una apuesta por combatir esta lacra moderna de esclavitud. Ya está abierto el piso que acogerá mujeres que quieran salir de este infierno. La Iglesia no mira hacia otro lado, mira de frente a la pobreza y marginación, también al de la trata.

Y tampoco quiero callar ante las situaciones de guerra que vive nuestro mundo. Necesitamos artesanos de la paz, en nuestros ambientes diarios. Y me uno a la denuncia que hace el Papa León XIV ante las situaciones de guerra que vive nuestro mundo: “Queridos hermanos y hermanas, el corazón de la Iglesia se desgarra al escuchar los gritos que llegan desde las zonas de guerra: Ucrania, Irán, Israel, Gaza… No podemos resignarnos a la guerra. Debemos rechazar el atractivo —tan sutil como peligroso— de las armas poderosas y sofisticadas. Es una tentación que nos empuja hacia el abismo. Es cada vez más preocupante y dolorosa la situación en la Franja de Gaza. Repito mi llamamiento para que se deje pasar la ayuda humanitaria y se ponga fin a las hostilidades, cuyo precio
desgarrador lo pagan los niños, los ancianos y las personas enfermas” (León XIV. 21 mayo 2025)
El Evangelio que hemos escuchado hoy nos dice que Jesús recorría pueblos y aldeas, enseñando, curando, viendo el sufrimiento de la gente y movido por la compasión. Cuando Jesús dice esto, está pensando en hombres como San Fermín. Hombres que, al ver el dolor y la necesidad de su tiempo, no se cruzaron de brazos, sino que respondieron con generosidad. Fue pastor de su pueblo, y misionero en tierras difíciles. Llevó el Evangelio con palabra, con ejemplo, y finalmente, con su sangre. Por dos veces estuvo en la cárcel, por ser fiel a su ministerio y por el anuncio del evangelio. Su martirio en Amiens es la confirmación de una vida totalmente entregada a la predicación. Su martirio es la prueba de la coherencia, la prueba del testimonio. Pudo haberse liberado del martirio si hubiese renunciado a su fe, si hubiese dejado de predicar. Hombre valiente, coherente, que con su vida ejemplifica un estilo diferente de ser fiel al evangelio, como es el martirio. La coherencia es un mensaje para todos,
creyentes y no creyentes. Una llamada a la honestidad y a la limpieza en la vida, no solo en la política, sino en nuestros ambientes diarios y personales. Quiso servir siempre a los demás, pero de manera ejemplar, limpia y transparente. Lamfe le llevó a encarnarse en favor de una sociedad, la de Amiens, que no conocía el evangelio, y eso supuso la muerte.

Fue un pastor que no se alejó del rebaño. Que vivió con el pueblo, que se dejó tocar por el dolor, que llevó esperanza. En este año del Jubileo de la esperanza, convocado por nuestro querido papa Francisco, Fermín se nos presenta como esperanza de todo un pueblo, de Navarra, de Pamplona, de España y del mundo, que vienen a esta capilla a visitar y a pedir al santo con fe y esperanza. La Iglesia de hoy necesita pastores y laicos con esperanza y compromiso por una sociedad mejor. No una fe indiferente, ni ideológica, ni encerrada. Una fe que se acerca, que escucha, que acompaña. Como Jesús. Como San Fermín.

Hoy Pamplona necesita testigos como Fermín: personas que vivan su fe sin vergüenza, con valentía, con alegría. Padres que eduquen en la fe. Jóvenes que no tengan miedo de ser cristianos. Comunidades que acojan, acompañen y sirvan. Una Iglesia que no se encierre, sino que salga al encuentro de todos. A un encuentro como la procesión que acabamos de vivir.

Felices fiestas de San Fermín en paz, convivencia, respeto y tolerancia.

+ Florencio Roselló Avellanas O de M
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

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