Arquitectos y artesanos

Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

En la encíclica Fratelli Tutti encontramos un sugerente apartado dedicado a “la arquitectura y la artesanía de la paz” (nn. 228-232). Allí dice el papa Francisco que “los procesos efectivos de una paz duradera son ante todo transformaciones artesanales obradas por los pueblos, donde cada ser humano puede ser un fermento eficaz con su estilo de vida cotidiana. Las grandes transformaciones no son fabricadas en escritorios o despachos. Entonces, cada uno juega un papel fundamental en un único proyecto creador, para escribir una nueva página de la historia, una página llena de esperanza, llena de paz, llena de reconciliación. Hay una ‘arquitectura’ de la paz, donde intervienen las diversas instituciones de la sociedad, cada una desde su competencia, pero hay también una ‘artesanía’ de la paz que nos involucra a todos” (FT 231).

La paz es mucho más que la ausencia de guerras y, así, cuando la encíclica habla de paz se está refiriendo también a la lucha contra la injusticia, a la superación de la pobreza, a la erradicación del hambre. “La paz social es trabajosa, artesanal. Sería más fácil contener las libertades y las diferencias con un poco de astucia y de recursos. Pero esa paz sería superficial y frágil, no el fruto de una cultura del encuentro que la sostenga. Integrar a los diferentes es mucho más difícil y lento, aunque es la garantía de una paz real y sólida” (FT 217). Por eso, sigue diciendo Francisco, “hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia” (FT 225).

Inspirándose en Santo Tomás de Aquino, Fratelli Tutti recuerda que “hay un llamado amor ‘elícito’, que son los actos que proceden directamente de la virtud de la caridad, dirigidos a personas y a pueblos. Hay además un amor ‘imperado’: aquellos actos de la caridad que impulsan a crear instituciones más sanas, regulaciones más justas, estructuras más solidarias” (FT 186). Aunque la terminología nos pueda resultar extraña, el mensaje es claro. Necesitamos combinar lo cercano y lo lejano, lo personal y lo estructural, lo afectivo y lo efectivo, la caridad y la justicia, lo directo y lo indirecto, la artesanía y la arquitectura. Por eso, continúa el Santo Padre: “Es caridad acompañar a una persona que sufre, y también es caridad todo lo que se realiza, aun sin tener contacto directo con esa persona, para modificar las condiciones sociales que provocan su sufrimiento. Si alguien ayuda a un anciano a cruzar un río, y eso es exquisita caridad, el político le construye un puente, y eso también es caridad. Si alguien ayuda a otro con comida, el político le crea una fuente de trabajo, y ejercita un modo altísimo de la caridad que ennoblece su acción política” (FT 186).

Dicho de otro modo, “el amor no sólo se expresa en relaciones íntimas y cercanas, sino también en las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas” (FT 181). Por eso, “es necesario fomentar no únicamente una mística de la fraternidad sino al mismo tiempo una organización mundial más eficiente para ayudar a resolver los problemas acuciantes de los abandonados que sufren y mueren en los países pobres” (FT 165). A continuación, veamos algunos modos en los que se puede concretar esta llamada a ser arquitectos y artesanos de la paz, de la justicia, de la fraternidad.

En cuanto a la arquitectura, Su Santidad subraya la importancia de una política que busque el bien común y que esté al servicio de los pobres. “El político es un hacedor, un constructor con grandes objetivos, con mirada amplia, realista y pragmática, aún más allá de su propio país” (FT 188). Esto implica defender los derechos humanos fundamentales y, para ello, buscar las mediaciones más adecuadas; por ejemplo, dice Francisco “que es necesaria una reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones” (FT 173). Al mismo tiempo, “los políticos están llamados a preocuparse de la fragilidad, de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad” (FT 188). Por eso, “también en la política hay lugar para amar con ternura” (FT 194).

En cuanto a la artesanía, “cada uno de nosotros está llamado a ser un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, abriendo las sendas del diálogo y no levantando nuevos muros” (FT 284). En nosotros mismos, si dejamos que Dios actúe, puede aparecer “el milagro de una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia. Este esfuerzo, vivido cada día, es capaz de crear esa convivencia sana que vence las incomprensiones y previene los conflictos. El cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o burguesa” (FT 224). En este sentido, se pregunta el Papa: “¿Qué es la ternura? Es el amor que se hace cercano y concreto. Es un movimiento que procede del corazón y llega a los ojos, a los oídos, a las manos” (FT 194). Pero tampoco se queda en un plano íntimo: “Si vamos al caso, aun el buen samaritano necesitó de la existencia de una posada que le permitiera resolver lo que él solo en ese momento no estaba en condiciones de asegurar” (FT 165).

Así pues, todos estamos llamados a ser arquitectos y artesanos de la paz, de la justicia, de la fraternidad. ¿Estamos dispuestos a comprometernos en ello? Podemos empezar hoy mismo. Los necesitados no pueden esperar.

Artículo publicado en el Semanario La Verdad de la diócesis de Pamplona-Tudela
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