Centenario de la Adoración Nocturna Femenina

Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 26 de julio, en la catedral de Santa María la Real de Pamplona, con motivo del centenario de la Adoración Nocturna Femenina


Queridas adoradoras y adoradores, felicidades por vuestro compromiso de oración y fidelidad. Celebramos hoy con alegría y gratitud este Centenario de la Adoración Nocturna Femenina. Son cien años de fidelidad, de silencio contemplativo, de oración perseverante en la noche. Cien años donde las mujeres han sabido estar, como María, a los pies del Señor, a los pies de la cruz, acompañando en la oscuridad, en la soledad, en la noche a Jesús.

El lema de la Adoración Nocturna, “Adoradoras de noche, testigos de día”, refleja que no es una oración aislada, alejada de la realidad, sino que desemboca en un compromiso con el mundo que nos ha tocado vivir. Vuestra oración no se agota en la capilla, ante el santísimo, en la custodia, no se agota en una noche. La auténtica oración nos lleva al compromiso. Al mirar y contemplar la custodia estamos viendo y contemplando a los pobres, a los descartados de nuestra sociedad, que nos llaman desde la periferia. La oración que no me lleva a un compromiso se convierte en oración vacía, la que me lleva a la vida, es la que da fruto, y como dijo Jesús “por sus frutos los conoceréis” (Mt, 7, 20).  Sois signo de silencio y entrega nocturna y testimonio diurno.

En la primera lectura del Génesis hemos escuchado cómo Abrahán, en su oración, intercede ante el Señor para que perdone a Sodoma y Gomorra. Dios se dispone a juzgar a estas ciudades, y Abrahán en una actitud profundamente humana y creyente pide misericordia. Es una oración de petición e intercesión. Es una oración que no se basa en méritos propios, sino en el deseo de salvación para Sodoma y Gomorra. Abraham es imagen del orante que se atreve a creer que el bien, aunque sea pequeño, puede salvar. Que una pequeña llama puede alumbrar la noche entera.

Estoy convencido que también vuestra oración ha sido como la de Abrahán. Las mujeres adoradoras durante cien años habéis permanecido en vela cuando otros dormían. Habéis confiado, noche tras noche, que la oración puede tocar corazones, sostener familias, proteger a la Iglesia y al mundo. Estoy seguro que también habéis hablado con Dios como lo hizo Abrahán, confiando en el poder de la oración. Y tendréis testimonios de que Dios no abandona, que escucha y toca los corazones de las personas por las cuales adoramos al Señor.

San Pablo en la segunda lectura nos habla de que “hemos resucitado por la fe en el poder de Dios” (Col. 2, 12) Estoy seguro que para las adoradoras la oración en la noche es una nueva resurrección, es volver a empezar. La oración de adoración es tan profunda que os hace mujeres nuevas, mujeres con fuerza y pasión para luchar por un mundo mejor. Cada oración de adoración en la noche es ser testigos de la resurrección. Las adoradoras sois como las mujeres del alba, las que corrieron al sepulcro cuando aún estaba oscuro… y encontraron la Vida. Ser testigos de la resurrección es llevar la luz y la vida a nuestras familias y al mundo que nos toca vivir.

Y el evangelio que hemos escuchado esta noche nos sitúa en la escuela de la oración. Los discípulos, ven a Jesús orar y le piden: “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). No le piden que les enseñe a predicar, ni a hacer milagros, ni a sanar. Tampoco le piden sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda. Le piden algo más esencial: aprender a estar con Dios, aprender a rezar. Le hacen esta petición porque le han visto rezar. El testimonio de la oración no deja indiferente a nadie, primero por la fuerza del propio testimonio, pero también por la fuerza de la oración. Es bueno orar con la puerta abierta, que nos vean, que puedan entrar y unirse a la oración.

Jesús responde con el Padre Nuestro. Esta oración sencilla y humilde resume nuestra vida espiritual: nos enseña a mirar a Dios como Padre, a desear su Reino, a confiar en su providencia diaria, a pedir perdón y a perdonar, a resistir en la prueba. A veces nos complicamos en elaborar oraciones complicadas, rebuscadas, Dios quiere lo sencillo, lo pequeño, quiere oraciones como el Padre Nuestro. Adoradoras, vuestra vida de oración nocturna es una prolongación del Padrenuestro en la noche del mundo. Sois como las vírgenes prudentes del Evangelio, que, con la lámpara encendida, veláis por todos. Mientras muchos duermen, vosotras intercedéis. Mientras otros callan, vosotras habláis con Dios. En un mundo que se olvida de orar, vosotras recordáis que sin oración no hay salvación.

Hoy quiero dar gracias a Dios por Anita Adrien Mur, que junto con Monseñor Manuel Irurita iniciaron la Adoración Nocturna Femenina Española. Deseamos que desde el cielo puedan disfrutar también de este centenario y puedan unirse esta noche con nosotros a esta oración. Gracias a cada mujer que, con discreción y amor, ha sostenido esta obra. Gracias a aquellas que ya han partido y que ahora adoran en la eternidad. Gracias a las que siguen fieles y a las jóvenes que se acercan a tomar el relevo.

Que María, Mujer orante y adoradora, os acompañe siempre. Que el Espíritu Santo renueve en vosotras el fuego de la vocación. Y que nunca falte en Navarra una lámpara encendida junto al Sagrario.

 

+ Florencio Roselló Avellanas O de M

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

 

 

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