Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 26 de julio, en la Catedral de Tudela, con motivo de la fiesta de Santa Ana
Celebramos con gozo la fiesta de Santa Ana, Madre de la Virgen, y por tanto, abuela de Jesucristo. Pero también es símbolo de una fe profunda y silenciosa que se transmite de generación en generación. Es la imagen de tantas abuelas que nos han hablado en casa de Jesús, de la Virgen. Eran la reserva espiritual de la fe en las familias. Su figura es entrañable, cercana y protectora.
Una figura que llena la vida de nuestra ciudad de Tudela a quien veneramos como nuestra patrona. Decir Santa Ana es decir Tudela, y viceversa. Es parte de nuestra historia, es el centro de nuestra vida. Es la imagen de esas mujeres entregadas, protectora de las familias. Madre que educa a su hija para ser la madre del Salvador, que nos enseña que la verdadera educación comienza en las familias. Necesitamos recuperar a las familias como primeras educadoras de nuestros hijos y no dejar esa educación solo en mano de las instituciones, o de la calle. En las familias se aprende a amar, se aprende a compartir, se aprende a perdonar, se aprende a rezar. Nada ni nadie puede suplir la responsabilidad de la educación de las familias. Estoy convencido que detrás del “fiat” de María a Dios, está seguramente la educación que recibió en casa de sus padres, de San Joaquín y Santa Ana.
El actual papa León XIV, cuando era el cardenal Prevost, presidió el pasado año la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, en la parroquia de Santa Ana, del Vaticano, y vino a decir, «debemos considerar la importancia de los abuelos y de los ancianos en nuestras vidas y en la vida de la familia. Dios quiso que la que daría a luz al Salvador naciera en una familia de fe, y que María, llamada por el Señor a ser Madre del Salvador, conociera el amor de Dios también a través de las enseñanzas de sus padres«. Y añadió, «muestra no sólo la importancia de la familia, sino en particular el papel fundamental de los padres y de los abuelos en la educación y la formación cristiana de los niños«. Esta reflexión nos lleva a pensar en nuestros abuelos, nos debe de llevar a pensar en el trato que les damos. La soledad es la gran cruz de los abuelos, en algunos casos, también el abandono. Santa Ana enciende todas las alarmas para revisar cómo tratamos a nuestros mayores. En muchos casos, pobres y marginados. Que Santa Ana nos descubra la figura de los abuelos, no como meros sustitutos de los padres en la educación de nuestros hijos, sino por lo que son, personas mayores, que han gastado y desgastado su vida por nosotros, y seguramente ahora son ellos los que necesitan nuestra atención.
A su vez el papa Francisco nos hablaba de los santos de la puerta de al lado, y la primera lectura del libro del Eclesiástico nos invita a recordad a los hombres y mujeres justos, sencillos como Santa Ana, y que su huella permanece en la vida de sus descendientes. Santa Ana es una de esas mujeres sencillas, santas de la puerta de al lado, sin hacer ruido, que no buscó protagonismo, pero cuya fe silenciosa y firme fue piedra angular del plan de salvación. No fue reina ni profetisa, pero fue madre y abuela. Y como nos ha dicho también la primera lectura “su recuerdo no se borrará” (Eclo. 40, 13), ¿quién no se acuerda de nuestros abuelos?
Pero también a Santa Ana la recordamos con cariño, porque protegió a nuestra ciudad de Tudela de la peste que asolaba la ribera. En el año 1530 los pueblos de la merindad estaban siendo asolados por la peste. La gente desesperada se acogió y pidió amparo a Santa Ana. Hicieron una misa llamada de la “Salud”, y luego hicieron voto a la santa de celebrar perpetuamente su fiesta y llevarla en procesión si libraba a Tudela de la peste. Al ver escuchadas sus peticiones, el ayuntamiento de Tudela en 1531 pidió al virrey que nombrase a Santa Ana patrona de Tudela por librarla de la peste. Y desde entonces Santa Ana ha pasado a formar parte de nuestras familias de Tudela. Hoy en nuestra sociedad hay otras pestes que necesitan la intervención de Santa Ana: la soledad de los mayores, la pobreza, la inmigración, la corrupción, la vida del no nacido. Necesitan que nuestra patrona nos salve como lo hizo en el año 1530.
La segunda lectura nos dice “Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer” (Gal. 4, 4). Dios pudo haber elegido cualquier modo para hacerse hombre, pero eligió el seno de una mujer, a María. Y con ello, dignificó y puso en valor la maternidad, la familia, la transmisión de la fe de generación en generación. Lo que Ana vivió con María, lo que enseñó con su ejemplo, lo que cuidó con amor, llega a nosotros en forma de herencia espiritual a través de la maternidad de María. Celebrar a Santa Ana es celebrar la fiesta de la vida, la fiesta del no nacido como valor trascendental. Santa Ana nos hace defensores de la vida al principio y al final de nuestra existencia.
En el evangelio que hemos escuchado Jesús nos regala una bienaventuranza al decir “felices vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen” (Mt, 13, 16). Hoy estamos viendo la acción de Dios a través de Santa Ana, reconociéndola como madre de la Virgen y abuela de Jesús. Estar esta mañana aquí supone aceptar esta verdad de fe y la importancia de Santa Ana en nuestra vida, en la de nuestras familias y en mi vida de fe.
Pidamos a Santa Ana que interceda por nuestras familias, especialmente por los abuelos y abuelas, por los que educan con amor, por los que transmiten fe con el ejemplo. Que nuestra ciudad de Tudela siga siendo un lugar donde los ojos vean y los oídos escuchen la presencia de Dios entre nosotros.
+ Florencio Roselló Avellanas O de M
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela