Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 8 de septiembre, en la colegiata de Roncesvalles, con motivo de la fiesta de la Virgen de Orreaga
Nos reunimos con alegría en este santuario, en esta colegiata de Roncesvalles, al abrigo de la Virgen de Orreaga, Madre y Señora para celebrar su nacimiento. Desde hace más de ocho siglos, esta imagen de la Virgen de Roncesvalles ha acogido a quienes comienzan el Camino de Santiago. Orreaga es más que un punto geográfico: es puerta de fe, símbolo de acogida y casa de la Virgen María. Celebramos hoy el nacimiento de la Virgen María. Ella nace para ser la Madre del Salvador, pero también para ser peregrina, caminante y Madre de todos nosotros.
Aquí, en las montañas de Navarra, los caminantes se sienten acompañados por la Virgen de Orreaga. Muchos no lo saben, pero María está ahí, cerca de todo el que se acerca a este santuario. Muchos llegan cansados, con mochilas cargadas no solo de provisiones, sino también de heridas, preguntas y deseos profundos. Y al entrar en este santuario, encuentran a María que les mira con ternura y les dice: «No tengas miedo, yo camino contigo». El Papa Francisco dice que María es «la Madre de la esperanza». Aquí, en Roncesvalles, lo comprendemos de manera especial. Porque, para los habitantes de esta zona, mirar a la Virgen es aprender a vivir con los ojos puestos en Jesús, con el corazón abierto a los demás y con los pies firmes en el camino de la fe.
La primera lectura nos habla de lo pequeño, de lo humilde y sencillo. Miqueas anuncia: «De ti, Belén de Efrata, pequeña entre los clanes de Judá, de ti saldrá el que ha de gobernar a Israel» (Mi. 5, 1). Dios no escoge lo grande y poderoso, sino lo humilde y sencillo. No fue Jerusalén, la ciudad fortificada, sino Belén, un pueblo pequeño, el lugar elegido para que naciera el Salvador. Así obra siempre el Señor: se sirve de lo pequeño para realizar lo grande. Se sirvió de una joven humilde y sencilla, de María para que naciese el Salvador.
Esta profecía de Belén encuentra su plenitud en María de Nazaret. Ella, joven sencilla, desconocida en la historia, es la que con su “sí” humilde se convierte en la tierra fecunda donde germina la promesa. María es la “Belén” viva, el lugar donde Dios se hace carne, donde el Mesías toma nuestra humanidad.
En la tradición de este lugar, María es la Virgen del Camino, aquella que fortalece al peregrino y que, al mismo tiempo, nos enseña que toda la vida es una peregrinación: desde nuestro nacimiento hasta el encuentro definitivo con Dios. María también fue peregrina, tuvo que huir a Egipto ante la matanza de Herodes, luego dejó todo y peregrinó para visitar a su prima Isabel embarazada. En el evangelio nos dice san Lucas: «En aquellos días, María se levantó y se fue de prisa a la montaña, a un pueblo de Judá» (Lc. 1, 39). María no se encierra en sí misma después de recibir el anuncio del ángel. La primera reacción de la Madre del Señor es ponerse en camino para servir, dejando de lado sus preocupaciones y necesidades.
Aquí hay una imagen que nos habla directamente: María, mujer de camino, subiendo a la montaña, llevando en su seno al Salvador. Ella es la primera peregrina del Evangelio. ¿No es providencial que la veneremos precisamente aquí, en Roncesvalles, a la Virgen de Orreaga, en la puerta de tantos peregrinos hacia Santiago? Así como acompañó a Isabel con prontitud y alegría, María acompaña también a cada caminante que pasa por este santuario, y nos acompaña a nosotros en la peregrinación de la vida.
Hoy todos somos peregrinos como María. En nuestros pueblos, pequeños y sencillos necesitamos también ponernos en camino y visitarnos y atendernos unos a otros. Necesitamos mirar a María, la primera peregrina, que visita a su prima. En estos pueblos, no de mucha gente, necesitamos profundizar en nuestras relaciones, en nuestras visitas fraternales y cercanas. La visita da vida, la vida da alegría, la visita da esperanza, la visita fortalece lazos de humanidad y cercanía. Así como acompañó a Isabel con prontitud y alegría, María acompaña también a cada caminante que pasa por este santuario, y nos acompaña a nosotros ciudadanos de la tierra de Roncesvalles a una vida más plena, humana y feliz. Porque María con su visita hace feliz a María.
Y en este peregrinar de María, se fija especialmente en los pobres y sencillos, en los humildes. Seguramente en nuestros pueblos, hay vecinos pobres, solos, sencillos, necesitados de visita, de compañía, de una palabra amable. Hoy la Virgen de Orreaga nos invita a ponernos en camino, a peregrinar por estas tierras, por estas montañas e ir al encuentro de paisanos nuestros necesitados de visita, de palabra cercana y amable. Aquí, en Roncesvalles, sentimos que la Virgen de Orreaga nos invita a ser peregrinos de la fe, de la esperanza y de la caridad, llevando a Cristo allí donde vivimos.
Queridos hermanos, celebremos hoy a la Virgen de Orreaga como la Madre que camina con nosotros. Al mirarla, recordamos que la fe no es quedarse quietos, sino levantarse, ponerse en marcha y compartir la alegría del Evangelio. Que la Virgen de Roncesvalles siga siendo estrella y guía de todos los peregrinos y de cada uno de nosotros, hasta encontrarnos un día con su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor.
+ Florencio Roselló Avellanas O de M
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela