El sí de María

Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 8 de diciembre, en la Catedral de Santa María la Real de Pamplona, con motivo de la fiesta de la Inmaculada Concepción de María.


Como hijos, hemos acudido a la llamada de la Madre, de María Inmaculada. Como buena madre, ella nos espera, levanta la mirada y se alegra cuando nos ve llegar. Esa es la madre, la que está pendiente, la que sufre con nosotros, la que se alegra con nosotros, la que nunca se cansa de esperar. Ella, la que da sentido a la historia de salvación ante la caída de Eva. María la fiel, que dice sí a Dios para ser madre del Redentor y la que es fiel al pie de la cruz, cuando todos han abandonado a Jesús.

San Agustín decía que, para comprender la grandeza de la salvación, primero hay que reconocer la profundidad de la caída. Esta primera desobediencia la vemos en Adán y Eva en la primera lectura. Esta caída nos lleva a experimentar la consecuencia del pecado: supone una ruptura con Dios, división interna, miedo, vergüenza. Romper con Dios porque entendía que les ataba, que les impedía ser libres. Cuando Dios llama a Adán, este se esconde: «Te escuché en el jardín y tuve miedo… y me escondí» (Gn 3,10). El pecado nos lleva siempre a ocultarnos, a romper la comunión. Nos lleva a echar las culpas a los otros, como Adán cuando responde a Dios: «La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí» (Gn. 3, 12). Por una mujer entró el pecado y nos alegramos de que por otra mujer entró la salvación en el mundo.

María es, ante todo, la mujer de la escucha. Por eso, Dios la preserva de pecado; al contrario de Eva, que no escuchó y por ella entró el pecado en el mundo. Cuando el ángel Gabriel le anunció que sería la madre del Salvador, María no comprendió plenamente el misterio que se le estaba revelando, manifiesta sus dudas: “Cómo será eso pues no conozco varón” (Lc. 1, 34). Ella no sabía cómo se realizaría, ni cuál sería el futuro de su vida. María pensaba y razonaba con esquemas humanos, que no son los esquemas de Dios. Sin embargo, lo que María nos enseña es que la voluntad de Dios no siempre tiene que ser comprendida de inmediato, sino aceptada con fe. Ella escuchó atentamente la palabra de Dios, la acogió en su corazón y respondió con generosidad cuando le dice: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1, 38).

El sí de María supone aceptar la maternidad. Dios le dice que va a ser madre. Que va a tener un hijo. Tiene dudas, titubeos, imagino que como muchas madres en la actualidad. Tenía todo en contra para ser madre, no tenía novio, estaba mal visto dar a luz en esas condiciones, y contra toda esa situación, decide ser madre, decide tener ese niño que Dios, a través del ángel, le anuncia. María, mujer de fe, se fía de Dios, pone su vida en manos del Padre para hacer su voluntad y no la suya.

El sí de María, no es un mero trámite, decir “hágase en mi según tu palabra”, no es cumplir un expediente. Es poner su vida en ese proyecto que Dios le pide. Es ser madre de un niño en unas circunstancias nada favorables. María, con su decisión, pone en el centro el valor de la vida. Siempre me he manifestado a favor de la vida, de toda vida: la del pobre, la del extranjero inmigrante, la del anciano; en contra de la pena de muerte, en el Vaticano el papa Francisco la abolió. La vida es un don de Dios y nadie puede quitar la vida de nadie. Y hoy que celebramos que María se compromete a ser Madre de Dios con la misma fuerza defiendo la vida del no nacido, porque es vida humana la que se elimina con el aborto, porque es vida creada por Dios. Los niños no nacidos son proyectos de Dios que las personas anulamos.

Esta fiesta destaca el valor de la vida de los niños, la de los que nacen y la de los que no verán nunca la luz. El mismo papa Francisco alertaba de las consecuencias de la baja natalidad en la Bula del Jubileo sobre la Esperanza: ”Hay una pérdida del deseo de transmitir la vida…, se asiste en varios países a una disminución preocupante de la natalidad” (Spes non confundit 9a). El papa anima a estar abiertos a la vida: “La apertura a la vida con una maternidad y paternidad responsables es el proyecto que el Creador ha inscrito en el corazón… una misión que el Señor confía a los esposos y a su amor” (Spes non confundit 9b)”. La vida es un don de Dios y no tenemos autoridad para eliminarla según nuestra conveniencia.

María dijo sí a la Maternidad, también a la cruz de su hijo. Su vida siempre fue SÍ:

  • Le dice a Dios que SÍ a ser Madre de Dios sin tener certezas y seguridades.
  • Le dice SÍ a la vida, a traer una nueva vida al mundo en su situación, nada fácil, pero María está abierta a la vida, a ser madre, y se fía de Dios.
  • Le dice Sí a que José sea el padre de Jesús, una aventura más que se apoya en la confianza de María en Dios. En la propia anunciación María dice: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» (Lc. 1, 34).
  • Al pie de la cruz María dice Sí. Ante la muerte de su hijo, María es modelo de esperanza en el Señor. En silencio acepta entregar la vida de su hijo. “Mientras veía a Jesús inocente sufrir y morir, aun atravesada por un dolor desgarrador, repetía su “sí”, sin perder la esperanza y la confianza en el Señor” (Spes non confundit 24). María es modelo de esperanza, pues Dios nunca abandona.
  • En la cruz dice Sí a recibirnos como hijos: “«Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio” (Jn. 19, 26-27). María acepta ser nuestra madre.

Pidamos a María que nos enseñe a decir Sí a Dios, a confiar más en el Padre, a responder con generosidad. Que María Inmaculada proteja a nuestras familias, ilumine nuestras decisiones, sane nuestras heridas, nos conduzca siempre a Cristo y, como María, digamos: “Hágase tu voluntad en mi vida”.

 

+ Florencio Roselló Avellanas O de M

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

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