Jubileo de los abogados

Homilía pronunciada el pasado 21 de diciembre, en la Catedral de Pamplona, por el Arzobispo don Florencio Roselló, con motivo del Jubileo de los abogados


Queridos abogados, jueces, magistrados, fiscales y trabajadores de la justicia.

Celebramos el Jubileo de la Justicia. Lo hacemos en esta Santa Iglesia Catedral de Pamplona, la madre de todas las iglesias. Desde la tradición bíblica, el jubileo es un tiempo de liberación y de reconciliación, de restablecimiento de la dignidad. Es la inauguración de una etapa nueva, de mirar hacia adelante. Es una llamada de Dios dirigida a vuestra conciencia personal y profesional, a vuestra vocación, a vuestra responsabilidad ante la sociedad y ante Él. Es un tiempo nuevo que el Señor nos regala para comenzar una vida nueva. Es una oportunidad que ya quisiera para sí mucha gente pobre, humilde y sencilla a la que la vida les ha cerrado la puerta de volver a empezar.

Todo servicio público que afecta a las personas debe tener un gran componente vocacional. Ser abogado, juez o fiscal no es solo una profesión, es una vocación. Es una forma concreta de servir al bien común, a la sociedad. En una sociedad marcada por la polarización, por la judicialización de nuestra vida ordinaria, vuestra responsabilidad es extraordinaria. Toda la vida de la sociedad pasa por vuestras manos: políticos, empresarios, profesionales de diferentes disciplinas, ciudadanos de a pie… Creo que en la actualidad encontraríamos pocos ciudadanos que no hayan visitado nunca un juzgado. Y para afrontar esta situación necesitáis mucha dosis de vocación, de lo contrario no se podría aguantar tanta presión ni responder con humanidad.

¡Cómo me gustaría que todos los que estáis aquí esta mañana estuvieseis en el mundo de la justicia por vocación! Este componente vocacional como juristas llevará a ver personas y no expedientes, descubriréis necesidades y no irregularidades; Cada expediente, cada sentencia, cada informe, cada defensa toca vidas reales: familias, víctimas, acusados, personas frágiles, inmigrantes, presos, pobres, ancianos, menores. Me gustaría que este Jubileo de la Esperanza os ayudase a purificar la mirada, a revisar vuestras motivaciones y por qué estáis en la justicia y, sobre todo, os llevase a renovar vuestro compromiso ético y cristiano.

Todo buen jurista debería mirar con frecuencia la Sagrada Escritura, pues en ella encontramos situaciones plagadas de justicia, pero con amor. “Practica la justicia, ama la misericordia y camina humildemente con tu Dios” (Mi 6,8). Dios es capaz de administrar justicia con misericordia. Creo que todavía nuestra justicia no ha llegado o no ha sabido combinar justicia con misericordia, parecen irreconciliables y en cambio la Biblia, y el magisterio, nos hablan de otra cosa. San Juan Pablo II recordaba a los juristas: «La justicia es la primera vía de la caridad» (Dives in misericordia, 12). El mismo papa Francisco nos ha dicho: “La justicia, si se limita a la aplicación de la ley, corre el riesgo de olvidar a la persona concreta” (M.V. 20). El riesgo de la justicia es mirar solo la legislación sin levantar la cabeza para mirar a la persona.  En el evangelio hemos escuchado cómo San José, que el texto dice “era un hombre justo”, en vez de denunciar a María en público por estar embarazada sin estar casada, como podía hacerlo según la ley, prefirió “repudiarla” en secreto, para no manchar su imagen, aunque al final no hizo falta porque San José dijo sí a Dios, para ser padre de Jesús.  El papa Francisco nos recuerda con frecuencia que la misericordia no es la negación de la justicia, sino su plenitud. Una justicia sin misericordia se vuelve cruel, una misericordia sin justicia se vuelve vacía. Quiero pensar que en el mundo jurídico esta tensión es cotidiana, de lo contrario sería preocupante. Estas palabras resuenan hoy con fuerza también para nosotros. Porque el peligro está en la legalidad sin humanidad, en la aplicación mecánica de la norma que olvida a la persona concreta.

El mismo papa León XIV, en la Exhortación Apostólica Dilexi Te, hace también una crítica a esta disputa entre justicia y misericordia. La exhortación recuerda que para la fe cristiana la justicia nace del amor y no puede sostenerse sin él. Cuando la justicia se ejerce sin compasión ni cercanía puede cumplir normas, pero no sanar personas ni restaurar dignidades (DT 8). La exhortación crítica la no implicación afectiva con quienes sufren. Siempre me ha gustado citar a Dostoievski que, en esta misma línea, decía: “No tenéis misericordia, solo tenéis justiciapor eso sois injustos”. A veces tenemos el riesgo de ser tan duros, por ser justos, que nos olvidamos de la caridad y del amor.

Quiero introducir un tercer punto de reflexión, que viene a reflejar el papa León XIV en la exhortación antes mencionada y que yo he sido testigo en casos que he tratado en mi etapa como capellán de prisiones. Y es que el pobre acentúa su pobreza porque no tiene voz. Dilexi Te afirma con claridad que no se puede hablar de justicia para los pobres sin contar con su voz (9). Cuando se ignora su experiencia, sus razones, se generan decisiones que no responden a la realidad. No sé cómo hacen ustedes los interrogatorios, no sé cómo elaboran o confeccionan los expedientes, pero he conocido a pobres, a gente a la que solo le han pedido firmar y le han llevado a la cárcel. ¡Qué gran pobreza no tener voz o no ser escuchados! Escuchen, miren a los ojos, valoren los sentimientos de los pobres que acuden a sus despachos.

Para completar la reflexión anterior quiero invocar a vuestro patrón, San Ivo. De él se decía que defendía a los pobres gratuitamente, que no aceptaba causas injustas y que prefería perder un pleito antes que traicionar la verdad. Una frase atribuida a él resume su espíritu: «El abogado debe ser más justo que hábil». San Ivo entendió que el derecho no es un fin en sí mismo, sino un servicio a la dignidad de la persona. En él se armonizan fe y razón, técnica jurídica y caridad cristiana. Su ejemplo recuerda al mundo jurídico que la excelencia profesional no basta sin integridad moral. Exigente, ¿no?

En este Jubileo de la Esperanza que está llegando a su fin, el próximo domingo 28 diciembre se clausura en todas las diócesis del mundo, me gustaría que el mundo de la justicia fuese esperanza para los ciudadanos El mundo de la justicia tiene un enorme poder transformador en la sociedad. Cuando funciona bien genera confianza, paz social, cohesión. Cuando se corrompe hiere profundamente el alma de un pueblo. Por vuestras manos, por vuestros despachos, pasan muchos capítulos de nuestra vida, en vuestras decisiones está el rumbo de muchas vidas. ¡Cuánto me gustaría que fueseis esperanza para nuestra sociedad, especialmente para los pobres y también para nuestra Iglesia! Ya al mismo tiempo os animo a que no tengáis miedo de ser justos de verdad. No tengáis miedo de unir competencia profesional y fe cristiana, unir justicia y misericordia.

Hoy pedimos a la Inmaculada Concepción, como patrona de los abogados de Pamplona, que interceda para que el ejercicio del derecho sea siempre búsqueda sincera de la justicia, defensa de la verdad y servicio responsable a la sociedad, especialmente a los más pobres, con la serenidad de quien actúa con la conciencia limpia y el corazón recto.

 

+ Florencio Roselló Avellanas O de M

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

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