El próximo 8 de diciembre celebraremos la fiesta de la Inmaculada Concepción. María fue la elegida de Dios, fue mirada con especial cariño por Dios para ser Madre de Dios y Madre nuestra. Una fiesta en la que también celebramos la grandeza y ternura de una mujer cercana a los pobres y necesitados, que canta las bondades de Dios para con los pequeños, “enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes” (Lc. 1, 52.53).
María es “elegida de Dios” para ser “Madre”. Este es un título que resume toda la misión de María en la tierra: María “elegida de Dios” para ser Madre del Hijo de Dios, Madre de la Iglesia, Madre de cada creyente, Madre nuestra, tuya y mía. Su maternidad es don, vocación y misión. A través de ella, Dios muestra su ternura, su cercanía y su deseo de acompañar cada una de nuestras vidas. La elección de María por Dios para ser Madre es una llamada y una misión al mismo tiempo. Dios la convierte en la puerta de entrada de Jesús al mundo. Pero el amor de Dios hacia María es tan profundo que la dota de todas las cualidades que tienen las mujeres y las madres: amor, sensibilidad, ternura, maternidad, dudas sobre el futuro. ”María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc. 2, 19). El papa Francisco nos regala una definición de María como Madre cargada de humanidad y realismo: «María es la Madre que cuida incluso cuando nosotros nos alejamos; con paciencia maternal nos sigue para ayudarnos» (EG, 286). Su maternidad es cercana, humana, constante y misericordiosa. Una maternidad que acoge y perdona, que se alegra y celebra el regreso a la casa. Una maternidad donde los pobres encuentran consuelo y dignidad.
María es “elegida de Dios” para ser la “llena de gracia”. Este es el saludo que el ángel le hace a María en la anunciación: “Alégrate María, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc. 1, 28). No es simplemente un título, sino que es un nombre nuevo que Dios regala a María, mediante el cual va a definir su misión en la historia de la salvación. Es una forma de recibir el encargo de Dios, de ser Madre del Salvador. La “llena de gracia” nos habla de un corazón especial, limpio, transparente. Un corazón que es de fiar, abierto a todos, especialmente a los pobres. “La llena de gracia” nos habla de unos ojos limpios, transparentes, que miran la bondad y ternura de las personas. “Llena de gracia” no supone alejarla del mundo, sino prepararla para asumir la carga de este mundo, para ser más humana y más cercana al dolor, a la necesidad. La “llena de gracia” le hace ser fuerte en la prueba, en la duda -“¿cómo será eso, pues no conozco varón?”- (Lc. 1, 34), en el desconcierto, en la pobreza (cf. Lc. 2, 7), en la huida a Egipto (cf. Mt. 2, 13), en la incomprensión e incluso en el dolor a los pies de la cruz.
María es “elegida de Dios” para ser “esperanza de los pobres y descartados”. En María, Dios manifiesta que la historia no pertenece a los poderosos, a los soberbios, sino que su gracia se derrama primero en los últimos, en los pequeños, en los sencillos. María se siente humilde, pequeña, “porque (Dios) ha mirado la humildad de su esclava” (Lc. 1, 48). Quizá porque María se siente humilde entiende mejor a los pequeños, a los humildes, porque ella ha experimentado la vulnerabilidad y la debilidad humana. El papa Francisco recuerda: «María es la madre que cuida, que acompaña y que no abandona nunca a sus hijos, especialmente a los más frágiles» (E.G., 286). Ella es presencia de consuelo para quienes viven al margen de la sociedad, se muestra y se hace cercana en el dolor. Es la estrella de esperanza, nos recordará el papa Francisco, para muchos que caminan perdidos, desorientados y en caminos de oscuridad: «María es la estrella que nos guía hacia el encuentro con Jesús para los que caminan en medio de la oscuridad» (Lumen Fidei, 60). Siempre me gusta recordar cómo, en la cárcel, María es esperanza de los pobres y marginados. Ver cómo miran a la Virgen en prisión, cómo la tocan, cómo la besan, cómo se quedan extasiados ante su imagen, cómo rezan en silencio, allí, de manera sencilla, pero profunda, se ve cómo María es luz y estrella de los pobres, que los guía y los sostiene.
María ha sido “elegida de Dios” para decirnos que otro mundo es posible, que el mal no tiene la última palabra. Porque María nos regala los valores más altos y a la vez más profundos que puede encarnar el ser humano. En María encontramos maternidad, fidelidad, acogida, ternura, sensibilidad hacia los pobres y marginados. Hoy, de manera especial, quiero dar las gracias a Dios por haberse fijado en María y por haberla elegido para ser Madre de Dios y Madre nuestra.
+ Florencio Roselló Avellanas o de M
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

