Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 23 de julio, en Javier, con motivo del encuentro misionero de verano
Queridos misioneros y misioneras de Navarra.
¿Qué os puedo decir hoy?, en este día y en este ambiente del Castillo Javier, cuna de la misión. Vuestra vida y vuestro compromiso me imponen.
Pero puestos a hablar sí quiero compartir mi primer sentimiento: os admiro y os aplaudo. Porque vosotros /as un día dijisteis sí a Dios. Dijisteis sí al plan de Dios en vuestra vida, sin saber cuál iba a ser ese plan. Soy religioso, mercedario, y he tenido hermanos en la Merced, compañeros de curso, que han estado en la misión, no un año, ni dos, sino 24 y 27 años, concretamente en Venezuela. Ellos y yo dijimos el mismo día SÍ a Dios, nos ordenamos juntos, pero siempre he considerado que su sí era con mayúsculas y el mío con minúsculas. Seguramente me diréis que no, pero yo lo percibo así.
Para mí, queridos misioneros y misioneras, vuestro sí es doble que el resto de los consagrados. Porque dijisteis sí a Dios y además a seguirlo en un ambiente de mayor exigencia que otros que también dijimos sí. Porque muchos de vosotros, en aquel tiempo dijisteis si de ir a la misión, a un lugar que ni conocíais y seguramente vuestras familias tampoco sabían de qué lugar les hablabais. No conocían el país, la tierra ni su cultura. La comunicación era escasa, las vacaciones más espaciadas. Los medios rudimentarios y más limitados. Hoy todo es distinto, hay mayor información, las redes sociales acortan distancias, se viene con más frecuencia de vacaciones, pero en vuestra época, la gente que os quería no sabía dónde ibais a desembarcar. Y creedme, tenía y tiene mucho mérito. Por eso siempre digo que los misioneros dicen dos veces SI a Dios. SI a la llamada, pero también SI a otros lugares desconocidos para vosotros y para vuestras familias. Era una aventura en todo el sentido amplio de la palabra. Vosotros sí que habéis vivido y hecho realidad lo que Jesús nos dice el evangelio, “todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos o tierras por Mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.”. (Mt. 19, 29). Espero y deseo que el Señor os de el ciento por uno, porque os lo merecéis.
Vuestros pies son hermosos, que nos ha cantado la primera lectura del profeta Isaías. Pero no son hermosos en el sentido literal de la palabra, no pueden serlo si son misioneros. Los pies hermosos de la misión son los pies gastados. Son hermosos no por su belleza, sino porque traen buena noticia, porque lleváis paz a vuestras gentes y a vuestras tierras de misión. Son pies hermosos en forma de mulas-caballerías, en forma de coche, otras veces con zapatillas, zapatos gastados o sandalias viejas. Sobre todo, son pies hermosos que siempre llegan, que nunca fallan. Son pies cansados y entregados por el evangelio. Son pies hermosos que escriben la Palabra de Dios, son pies que bautizan, que llevan la comunión, pies que construyen iglesias, escuelas y centros de salud. Vuestros pies hermosos, aunque cansados, arrugados y encallecidos, son buena noticia. Y toda buena noticia genera paz. En la misión donde hay cultura, palabra de Dios, formación, salud y trabajo, siempre hay paz. Y vosotros sois rostro de paz. Y lo hacéis con vuestros pies hermosos y cansados.
Vuestros pies también son hermosos porque han hecho una opción muy clara, por los pobres de los pobres. Habéis optado por los que menos tienen en la misión, por los que menos cuentan, y os admiro y os reconozco con una pasta especial. Porque además de ir a lugares pobres, elegís a los más pobres, a los anawin de la misión. Y os aseguro que eso no quedará sin recompensa. Ese ciento por uno que nos dice Jesús, lo tenéis ganado con creces, os lo merecéis más que ninguno.
Vuestra palabra es rostro de evangelio. Vuestra presencia es palabra de evangelio. Y seguramente sois el único evangelio que van a leer, la única Palabra de Dios que van a escuchar. Vuestra persona es rostro de Dios, amable, cercano y paterno que ellos descifran con gran claridad. En los misioneros la gente a la que acompañáis ven al padre que les ha fallado, la madre que no está y la abuela que ya se fue. Todo esto humaniza vuestra misión. Sois Palabra de Dios humanizada y encarnada en la misión. Sois palabra liberadora.
Sois el reflejo de un evangelio integral. Vuestra predicación engloba todas las dimensiones de la persona, la parte espiritual y la parte humana, la parte social. No hay evangelio sin humanidad. Porque el evangelio se hace vida. No hay misión sin evangelio, pero no hay evangelio sin comida, “Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma. Al terminar le dijeron sus discípulos ‘despídelos y que se compren algo de comer’, Jesús les dijo “Dadles vosotros de comer’” (Mc. 6, 34.35-37). No hay evangelio sin trabajo, no hay evangelio sin respeto. El evangelio de la misión es un evangelio integral que aborda todas las dimensiones de la persona. Por eso el evangelio del misionero transforma la realidad, transforma las estructuras sociales. Vuestro evangelio igual bautiza, que cura enfermedades. Igual celebra la misa, que construye una escuela. Vosotros/as humanizáis el evangelio.
El evangelio que hemos escuchado nos recuerda nuestra llamada, nuestra vocación. Que no es otra que salir, que acercarnos a la gente. Es recordar nuestro envío, recordar que hemos sido llamados para salir. Nos envía a hacer discípulos, pero yo me pregunto ¿qué tipo de discípulos nos pide que hagamos? Discípulos a imagen de Jesús. Discípulos que luchen por la justicia, por los derechos humanos, por la libertad de las personas, por el respeto a las mujeres. Discípulos que se rebelen contra las injusticias. Algo de lo que todos/as vosotros/as ya estáis haciendo. Hoy todos renovamos nuestra vocación de misioneros. Y a la vez le damos gracias por esta vocación.
Queridos misioneros. Posiblemente en la sociedad tan convulsa que vivimos, vosotros sois la parte más creíble y más fiable de la Iglesia. Sois nuestro rostro más amable. En nuestra sociedad, en España, la gente os reconoce fiable, con crédito, sin duda, ante una realidad que nos toca vivir a la Iglesia de dudas, de acusaciones, creo que muchas infundadas. El tema de los abusos está ahí, como una espada que amenza. Y en cambio vosotros sois una especie aparte, porque vuestra entrega, vuestra generosidad y vuestro testimonio os han hecho creíbles y fiables. Pero seguís siendo Iglesia, que tiene de todo, pecadora, pero también sanadora. Y por lo tanto os necesitamos para que nos ayudéis a ser más testigos y más auténticos.
Queridos hermanos y hermanas misioneros. Termino recordando lo que decía a los frailes mercedarios misioneros en mi época de Provincial, cuando les visitaba (Guatemala, El Salvador, Panamá, Venezuela y Mozambique). Debería besar el suelo que pisáis, porque sois trabajadores de la primera hora, aunque sin reloj, porque vuestros pies son hermosos como los pies del mensajero que anuncia la paz. Debería besar donde pisáis porque vuestras pisadas convierten en sagrada la tierra por la que andáis, y porque cada piedra, cada pisada que dejáis en tierra de misión es evangelio hecho vida en las gentes de vuestra misión. Beso vuestros pies hermosos del mensajero que anuncia la paz.
Que Dios os bendiga
+ Florencio Roselló Avellanas, O. de M.
Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela