Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, en la Basílica del Pilar de Zaragoza, el pasado 12 de octubre, con motivo de la festividad del Pilar
Querido hermano Carlos, Arzobispo de esta iglesia de Zaragoza, obispos, cabildo, vicarios y sacerdotes concelebrantes. Sra. Alcaldesa, General de la Guardia Civil en el día de su patrona, autoridades civiles y militares.
Como aragonés, de Alcorisa (Teruel), agradezco la invitación a presidir esta eucaristía que tanta significación tiene para todos aragoneses.
Bendita y alabada sea la hora, en que María Santísima vino en carne mortal a Zaragoza. Gracias, Señor, por esta hora que nos regalaste a la Virgen del Pilar. Esa alabada hora nos dejó como guía la columna que nunca ha faltado a las gentes de Zaragoza, de Aragón, de España y de la Hispanidad, ni de día ni de noche “No se apartaba de delante del pueblo ni la columna de nube, de día, ni la columna de fuego, de noche” (Ex 13, 21-22). Esa es la inscripción que pisamos en el suelo de la plaza del Pilar, convertida en el salón mayor de Zaragoza. Y lo que es más importante, vino para quedarse, por eso está con nosotros. Y eligió este lugar y esta Basílica. Una antigua y venerada tradición nos dice que María reconforta y fortalece a orillas del Ebro en Zaragoza al Apóstol Santiago, cansado y desalentado en la difícil tarea de anunciar el Evangelio. Su primer contacto con Zaragoza es para enjugar, para animar y acariciar al apóstol Santiago. María, en su pilar, anima y reconforta a predicador hundido, como buena Madre a su hijo. María no abandona y se hizo presente a Santiago en el momento de mayor debilidad, y en el momento en que Santiago la necesitaba. Pero además de consolar al apóstol triste, la Virgen del Pilar se quedó entre nosotros. Bendita la hora y bendito Santiago que nos han traído a la Virgen.
Entrar en la Basílica del Pilar es como entrar en casa de la madre. He visitado muchas veces Zaragoza, unas por responsabilidad y otras por devoción, en todas he intentado visitar la Basílica del Pilar, y allí a la Virgen. Siempre encuentras gente, unos de visita, pero también muchos otros rezando ante la imagen de Nuestra Madre en la Santa Capilla o escuchando misa. Otros me los cruzo en una fila para besar el pilar o esperando para la confesión. Me siento en un banco de la Santa Capilla y tengo el sentimiento que me estaba esperando. Percibo que se alegra de mi llegada. Miro a la Virgen, veo que ella me mira, no aparta la mirada de mí, como solo lo hace una madre. Estoy convencido que me espera y se alegra de mi llegada…creo que me sonríe. Besar el pilar de la Virgen, es besar a la madre. Un pilar gastado de tanto besarlo, de tanto tocarlo, acariciarlo, pero ¡cuánto amor y cariño contenido hay en ese pilar! ¡cuántas oraciones y lágrimas de petición recogen ese pilar desgastado! Es un pilar vivo, que, a pesar de su dureza, es humano, porque recoge los sueños, peticiones y anhelos de sus hijos.
La Virgen del Pilar, como María en la segunda lectura, es la que congrega, la que reúne. En la segunda lectura hemos escuchado cómo María es el centro del encuentro de los apóstoles después de la muerte y resurrección de Jesús. En la muerte, los discípulos huyen, desaparecen, tienen miedo, y es María la que los vuelve a congregar, a reunir. La Virgen del Pilar obra el milagro de reunir a sus hijos en torno a ella, en esta Basílica. Reúne a los iguales, a los diferentes, a los que piensan distinto, inclusive de ideologías políticas diferentes, de aficiones diversas, pero ante la Virgen del Pilar, no hay diferencias, ella une, está por encima de todo lo que nos pudiera separar, para predominar lo que nos une, que es la madre, la Virgen del Pilar. El milagro de la unión, por encima de las diferencias. Ella ejerce de madre.
Hoy todos somos un poco como el apóstol Santiago, que, cansados de las situaciones difíciles que afrontamos, de los problemas de la vida, venimos a visitar a la Madre. También hoy, la Virgen del Pilar viene a nuestro encuentro, a orillas del Ebro, para alentarnos, para animarnos. María nos recibe y abraza como lo hizo con el apóstol Santiago. Ella es la mujer creyente, mujer una fe ciega en el Señor, manifestada en la aceptación de la voluntad de Dios en su vida “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. La mujer que se fía de Dios.
En el salmo hemos cantado, “el Señor me ha coronado, sobre la columna me ha exaltado”. La Virgen del Pilar nos ofrece una columna, que es símbolo de firmeza, de seguridad. Un pilar que nos sostiene ante situaciones de problemas, de dificultades, ante situaciones de hundimiento. El pilar de la Virgen es la seguridad de que no estamos solos. Es nuestra fortaleza, nuestro consuelo. El pilar sobre el que descansa la Virgen es el (pilar) de la fe, de la superación, de la lucha, de la resistencia ante las dificultades que nos va generando la vida. Por eso se entiende muy bien la oración propia del día del Pilar cuando pedimos a Dios, por intercesión de la Virgen, “fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor”. Abrazar el pilar es descubrir que María es la roca para refugiarse ante el mal de los caminos.
Este pilar, además de sostenernos ante las dificultades de la vida, como a Santiago nos levanta el ánimo y nos empuja a evangelizar, a anunciar el evangelio, a hacer realidad la voluntad del Papa Francisco de construir una iglesia en salida. Hoy saldremos de esta Basílica como lo hizo Santiago, con el ánimo renovado y el espíritu levantado, cuando fue animado por la Virgen del Pilar. La visita a la madre, a la Virgen, el apoyarnos en el pilar nos empuja a salir de esta Basílica con orgullo y valentía, sin complejos, y a presentarnos ante el mundo, ante la sociedad, como creyentes, como devotos de la Virgen del Pilar. Necesitamos cristianos valientes, fuera de esta Basílica, con fuerte presencia pública de su fe, que anunciemos y contemos lo que esta mañana hemos vivido aquí. Que la Iglesia está viva, que Cristo vive, que la Virgen del Pilar es la columna que me sostiene y empuja, que es mi madre. Que quiero construir una Iglesia comprometida con el mundo, con la sociedad y con los pobres. La Iglesia y la Virgen del Pilar necesita cristianos valientes, necesita testigos, no palabras. Los pobres forman parte de mi vida. El pasado año, en este mismo día estaba celebrando la fiesta de la Virgen del Pilar en una cárcel, en Castellón, lo hacía con las mujeres presas. Ellas cantaban y besaban a la Virgen que presidía la capilla. Ellas le lloraban y le pedían. La Virgen del Pilar es madre de todos, también de los pobres, también de los presos.
Un sentimiento que me invade cada vez que visito el Pilar, son las banderas de la mayoría de países latinoamericanos que penden de la pared de su Basílica. Son países hermanos a los que la Virgen del Pilar ha acogido bajo su manto. Son países, que, en su momento, la Virgen del Pilar, fue su madre, su protectora. En muchos casos se acercaron a Dios a través de la Virgen del Pilar, ella fue la primera palabra de la iglesia que escucharon, ella fue la puerta de abrazar la fe, la puerta de entrada a la Iglesia. La madre mira con especial cariño a todos estos hombres y mujeres que han tenido que dejar su tierra, su vida. María, sabe mucho de emigración. Ella, que también tuvo que huir a Egipto, abre las puertas de su casa para acoger a inmigrantes, que por necesidades económicas, sociales, consecuencias de situaciones políticas o de guerra, han tenido que abandonar su casa y su tierra. La Virgen del Pilar es modelo de acogida, de apertura al inmigrante, al diferente “fui extranjero y me acogisteis” (Mt. 25, 35). La Virgen de Pilar es la madre de las oportunidades, la madre de brazos abiertos, la madre de los derrotados, ante necesidades de acogida y desesperación. En este tiempo en que tanto se cuestiona la inmigración, en que se cierran tantas puertas, la Virgen del Pilar es la gran valedora de los inmigrantes que dejando su tierra vienen a nuestra tierra por un futuro mejor, es la de puertas abiertas. La Virgen del Pilar nos da lecciones de acogida, de tolerancia, de respeto, de amor al inmigrante, al diferente, porque todos son hijos de Dios. Saben que la Virgen del Pilar es también su madre, es su pilar.
Hermanos, hoy sentimos el abrazo de la Virgen del Pilar, porque vino en carne mortal a Zaragoza para quedarse, para vivir entre nosotros y para ser nuestro pilar y nuestro consuelo como lo fue con el apóstol Santiago.
+ Florencio Roselló Avellanas O de M
Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela