Imposición del Palio Arzobispal

Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio, el pasado 6 de octubre, en la Catedral de Pamplona, con motivo de la imposición del Palio Arzobispal

 

Querido Excmo y Rvdmo. Sr. Nuncio Mons. Bernardito Auza; queridos hermanos obispos de la Provincia Eclesiástica de Pamplona: Mons. Fernando Prado, obispo de S. Sebastián; Mons. Santos Montoya, obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño; D. Fernando Jarne, Vicario General de Jaca, representando a D. Vicente Jiménez, Administrador Apostólico de Huesca y Jaca, en este momento en Roma participando del sínodo de los obispos. Queridos Mons. Juan Carlos Elizalde, obispo de Vitoria; Mons. Mikel Garciandía, obispo de Palencia; Mons. Alberto Vera, obispo mercedario en Nacala, Mozambique; P. Javier Urós, Abad del Monasterio de la Oliva; P José Juan Galve. Provincial de la Merced de Aragón, que habéis querido acompañarme en este momento. Queridos vicario general y vicarios episcopales, cabildo de la catedral, sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos/as y laicos.

Querida familia, queridas autoridades políticas, judiciales, militares, académicas y sociales, gracias por vuestra presencia en esta ceremonia.

Primeramente, quiero agradecer al Santo Padre el nombramiento de arzobispo para esta Provincia Eclesiástica de Pamplona, muchas emociones en un mismo año, y no me siento merecedor de este Palio, aunque si es para servir, aquí estoy. En esta celebración renuevo mi comunión con el obispo de Roma, y la comunión de toda la Provincia Eclesiástica, y que a través de su persona Sr. Nuncio, le pido que se la transmita al Santo Padre.

El pasado 29 de junio recibí el Palio, de manos de Su Santidad el Papa Francisco, después de haberlo bendecido, en la basílica de San Pedro en Roma. Lo acepté como símbolo de la misión y responsabilidad de arzobispo metropolitano en la Iglesia de Jesucristo. Lo recibí en un pequeño cofre que el Papa me entregó con mucho mimo y cariño. Guardado con emoción el cofre del Palio, hasta hoy, para ser recibido de manos del Sr. Nuncio.

Este Palio que llevo sobre mis hombros ha sido tejido con la lana de los corderos que el obispo de Roma bendice todos los años el día de la fiesta de Santa Inés. Esta lana que lleva el Palio nos recuerda a los corderos y ovejas de Cristo, que el Señor resucitado encomendó apacentar a Pedro y que a nosotros nos encarga seguir apacentando “dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos» (Jn. 21, 15).

La presencia de todos vosotros en esta celebración recoge el significado de esta imposición, que es un sentido de comunión y de rebaño. El Palio expresa la comunión y la colegialidad de los obispos. Es vínculo de unión y caridad entre las iglesias particulares que forman nuestra Provincia Eclesiástica (San Sebastián, Calahorra y La Calzada-Logroño, Jaca, Tudela y finalmente Pamplona) y de éstas con el obispo de Roma, el Santo Padre.

Pero no solo expresa la comunión de los obispos de la Provincia Eclesiástica, también quiere manifestar la comunión entre todos los bautizados de las diócesis de dicha Provincia Eclesiástica. Esta configuración nos hace más hermanos, más cercanos. Por eso el Papa Francisco ha querido que esta celebración sea en la propia Provincia Eclesiástica, antes se hacía en Roma, como signo de comunión de todos los cristianos. Pues todos formamos la iglesia de Jesús. Es la primera vez que una entrega de Palio se realiza en esta Catedral. En un tiempo sinodal, esta celebración recoge el espíritu que el Papa Francisco quiere transmitir a la Iglesia. Al comienzo del sínodo, a primeros de octubre, el Papa nos regaló una reflexión que recoge este sentimiento “Todos cristianos somos responsables de la misión de la iglesia…Somos comunidad. Por eso debemos caminar juntos, recorriendo el camino de la sinodalidad” (Papa Francisco. Roma. 1 octubre 2024).

Este Palio que llevo sobre mis hombros, que pesa en su significado, me sugiere varias reflexiones que me gustaría compartir con vosotros:

1.- Llevo el Palio sobre mis hombros. El obispo recibe varias insignias: mitra, solideo, cruz pectoral, anillo y báculo. Al arzobispo metropolitano se le añade una insignia más, el Palio, pero es la única insignia que lleva sobre sus hombros. Es la imagen del Buen Pastor (Jn 10, 11) que carga sobre sus hombros a la oveja perdida para llevarla junto al rebaño. Esta insignia representa la oveja que el Buen Pastor carga sobre sus hombros. Esta insignia sois cada uno de vosotros que me acompañáis hoy, y de los que no han venido, de Navarra y de las diócesis sufragáneas.

 El Buen Pastor tiene que cargar la oveja perdida porque por sí misma no encuentra la casa, el rebaño. Este Palio asegura que mi vida va a pesar, que sobre mis hombros debo de cargar el rebaño que me ha sido confiado, y ayudar a los obispos sufragáneos a llevar también su rebaño. Este Palio tiene nombres, tiene rostro, tiene historias duras y complicadas, en este Palio están recogidos los pobres, los perdidos, los alejados, los vulnerables, son las ovejas perdidas, para traerlas de nuevo al redil. El pasado sábado 28 septiembre anuncié que, en el año del Jubileo de la Esperanza 2025, la diócesis quiere realizar un proyecto social que ayude a los pobres y vulnerables de nuestra sociedad e iglesia de Navarra. Quiero que la oveja perdida tenga un proyecto social dedicado a ella. No hay Palio sin pobres, no hay servicio sin vulnerables, no habrá pleno jubileo sin un gesto social. Queremos desde la diócesis que los pobres tengan protagonismo en este Jubileo de la Esperanza, pues muchos pobres han perdido toda esperanza. Algunos la han perdido en nuestra Iglesia, y hay que devolverlos al redil para que la recuperen.

2.- El Palio lleva seis cruces negras. El Señor fue como cordero llevado al matadero, herido por nuestros pecados, en sus llagas fuimos curados (Cf. Is 53,5-7).

Las seis cruces negras que se bordan en el palio, representan las seis heridas de Cristo (dos manos, dos pies, costado y cabeza por la corona de espinas). Estas cruces del Palio me recuerdan que debo cargar con mi propia cruz, y de alguna manera ser cirineo para esta diócesis y para la Provincia Eclesiástica. Estas seis cruces que veré siempre que me ponga el Palio, me recordarán que ser arzobispo no es una dignidad, a veces puede confundir, sino sobre todo un servicio. Estoy aquí para servir, como ya dije el pasado 27 de enero en mi ordenación episcopal. Estas cruces me lo recordarán. Las llagas de hermanos obispos, sacerdotes, seminaristas, diáconos religiosos/as y laicos, serán mis llagas. Sus cruces serán mis cruces.

3.- ¿Qué me dicen los tres clavos del Palio? Los tres clavos cosieron al Cordero, a Jesucristo, al madero, por lo tanto, se suelen colocar los tres clavos en el Palio. Cada vez que me ponga el palio me recordarán que también estoy llamado a vivir la pasión del Buen Pastor. Ser capaz de sufrir con mi pueblo y por mi pueblo. La vida tiene clavos, no es fácil, y a veces tienen nombre y rostro de pasión. Por eso recibir el Palio es estar dispuesto a beber el cáliz de Jesús, a ser testigo con mi vida de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Un día estos clavos vendrán con cuestionamientos pastorales, o por diferencia en mis decisiones, otros con el tema de abusos. Hay muchos clavos que nos llevan a estar en profunda comunión con el Buen Pastor, para decir como Jesús en el Huerto de los Olivos «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». (Lc 22, 42).

Al principio de esta ceremonia he jurado fidelidad a la Iglesia y al Romano Pontífice. Pero hoy en día, ¿qué valor tiene la fidelidad? En el evangelio vemos que se habla de divorcio, de repudio, de separación. No se habla ni de fidelidad ni de compromiso.  En nuestra sociedad la fidelidad tiene las patas muy cortas. Se cuestiona todo, nada es para siempre. Mucha gente se compromete por un tiempo, no demasiado largo. Fidelidad cortoplacista.

 No gustan de compromisos duraderos, la palabra tiene poco valor, o rápidamente “cambiamos de opinión”. La fidelidad a Dios, la que yo juré en mi ordenación episcopal y hoy para recibir el Palio es para toda la vida. Esta ceremonia pone en valor la fidelidad, el cumplir la promesa. Y lo pone en valor porque es un servicio, porque en ese servicio están los pobres, y con eso no se juega. En la escena del evangelio la mujer sale perdiendo, por eso este texto nos anima a saber valorarla, a trabajar para darle el lugar que le corresponde en la Iglesia, cuando todos aceptamos que las mujeres son mayoría en nuestras celebraciones y en los grupos de colaboración. El sínodo que está celebrando la Iglesia está poniendo en valor la presencia de la mujer. En nuestro Consejo de Pastoral Diocesano, la mitad de los laicos del consejo son mujeres, algo se va caminando.

El evangelio que hemos leído termina diciendo “Dejad que los niños se acerquen a mí. Quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (10, 14). Ellos son lo más precioso para Dios. Por este motivo el Palio que recibo hoy sobre mis hombros pesa un poco más, porque en ese palio están las cruces y caídas de la Iglesia. Su parte humana nos confronta con nuestra realidad. En estos tiempos la Iglesia está arrastrando, más que llevando, una cruz muy pesada, es la cruz, convertida en lacra que son los abusos de la Iglesia. En ocasiones parte de nuestra Iglesia no ha recibido a los niños como parte del Reino de Dios, y hemos cometido pecado. Como pastor de esta diócesis he pedido perdón a las víctimas en los medios de comunicación, en encuentros con las asociaciones de víctimas, y hoy lo hago desde esta Santa Iglesia Catedral. La Iglesia quiere asumir su responsabilidad y pide perdón a las víctimas de abusos de menores o personas vulnerables. Porque sueño con una Iglesia segura y responsable donde asumamos la responsabilidad de nuestros pecados. Aceptar este Palio es aceptar los gozos y las sombras de nuestra Iglesia, es cargar sobre mis hombros todas las caídas que hemos podido cometer y trabajar por restaurar situaciones heridas.

Recibir este Palio en mis hombros no es una distinción, no es un premio, es un servicio y una entrega por una Iglesia pecadora, pero perdonada, una Iglesia caída pero levantada, una Iglesia herida pero curada. Hago mías las palabras de Jesús “no he venido a ser servido, sino a servir”. (Mt. 20, 28)

 Que nuestra Madre del Cielo, en esta advocación de Santa María la Real, nos ayude, a todos los que formamos esta Provincia Eclesiástica de Pamplona, pastores y pueblo fiel, a seguir a Jesucristo convencidos de que El es el Camino, la Verdad y la Vida y a caminar en comunión con el Papa y con la iglesia universal.

Gracias, que Dios os bendiga.

 

+ Florencio Roselló Avellanas O de M

Arzobispo de Pamplona y Tudela

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