
Homilía pronunciada, en la Catedral de Pamplona, por el Arzobispo don Florencio, el pasado 8 de diciembre, con motivo de la fiesta de la Inmaculada Concepción de María
Hoy celebramos una de las grandes solemnidades de la Iglesia: la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Una fiesta que nos invita a contemplar el misterio de María, elegida por Dios desde el principio de los tiempos, para ser la madre de Jesús y, por ello, preservada del pecado original, para que fuese la morada del Hijo de Dios. Una fiesta que este año cumple 170 años de su institución. Fue creada por Pío IX en el año 1854, cuando proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción de María.
María, la Inmaculada fue la elegida de Dios, porque es especial. Dios se fijó en una joven de Nazaret para ser la Madre del Redentor. Se pudo haber fijado en otra joven, en otra mujer, pero fue en María. Ella misma duda, manifiesta temores “Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel” (Lc. 1, 29). María no entiende que entre tanta gente Dios se fije en ella. Pero el ángel Gabriel trata de tranquilizarla, y le dice “¡Alégrate, llena de gracia! El Señor está contigo” (Lc. 1, 28). Decir que el Señor está contigo es decir que Dios no falla, que Dios no abandona. Dios nos da seguridad cuando nos pide algo. Este saludo nos revela la verdad profunda de la elección divina de María: ella es completamente receptiva a la gracia de Dios, sin ningún obstáculo interior que la aparte de Él. María, desde su concepción, es guardada y preservada por la gracia de Dios para ser la madre del Salvador.
Dios se fija en María, porque escucha, porque está atenta a la Palabra de Dios. María es, ante todo, la mujer de la escucha. Cuando el ángel Gabriel le anunció que sería la madre del Salvador, María no comprendió plenamente el misterio que se le estaba revelando. Ella no sabía cómo se realizaría, ni cuál sería el futuro de su vida. Sin embargo, lo que María nos enseña es que la voluntad de Dios no siempre tiene que ser comprendida de inmediato, sino aceptada con fe. Ella escuchó atentamente la palabra de Dios, la acogió en su corazón y respondió con generosidad.
En esta fiesta de la Inmaculada hemos escuchado en el evangelio que María es elegida para ser Madre de Dios, y María dijo sí. Con este Sí, María se abre a la vida, es la mujer que engendra vida. En un mundo en que nuestra sociedad se muestra remisa a la transmisión de nueva vida, cada vez nacen menos niños, España es de los que tiene la tasa más baja de natalidad de Europa. El Papa Francisco así lo pone de manifiesto en la Bula del Jubileo sobre la Esperanza, y avisa de esta realidad, ”Hay una pérdida del deseo de transmitir la vida…se asiste en varios países a una disminución preocupante de la natalidad” (Spes non confundit 9a). El Papa anima a estar abiertos a nuevas vidas “La apertura a la vida con una maternidad y paternidad responsables es el proyecto que el Creador ha inscrito en el corazón…una misión que el Señor confía a los esposos y a su amor” (Spes non confundit 9b)”.
María es la mujer del SI, con mayúsculas:
- Le dice a Dios que SI a ser Madre de Dios, sin tener certezas y seguridades.
- Le dice SÍ a la vida, a traer una nueva vida al mundo, en su situación, nada fácil, pero María está abierta a la vida, a ser madre.
- Le dice Sí a que José sea el padre de Jesús, una aventura más que se apoya en la confianza de María en Dios. En la propia anunciación María dice «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» (Lc. 1, 34).
- Al pie de la cruz María dice Sí. Ante la muerte de su hijo, María es modelo de esperanza y confianza en el Señor. “Mientras veía a Jesús inocente sufrir y morir, aun atravesada por un dolor desgarrador, repetía su “sí”, sin perder la esperanza y la confianza en el Señor” (Spes non confundit 24). María ante el dolor de una madre viendo perder a su hijo dice Sí. María es modelo de esperanza, sabiendo que Dios nunca abandona. María vió morir a su hijo, pero al final resucitó.
- En la cruz dice Sí a recibirnos como hijos, “«Mujer, ahí tienes a tu hijo». 27Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.” (Jn. 19, 26-27)
María es la que acepta la voluntad de Dios no siempre es fácil. María no puso condiciones, no preguntó al ángel por contraprestaciones, y ni se planteó si su vida iba a ser fácil, que no lo fue, sino que María respondió “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1, 38). Estas palabras son el final de la anunciación. Cuando María acepta la voluntad de Dios en su vida, Dios se retira y nos deja a nosotros, nos toca asumir la realidad. Muchas veces nos vemos enfrentados a situaciones que desafían nuestros planes y deseos, y podemos sentir miedo, incertidumbre o incluso resistencia. ¡Cuántas veces nos hemos rebelado contra los planes de Dios si van contra nuestros planes! ¿Estamos dispuestos a abrirnos a los planes de Dios, incluso cuando no los comprendemos completamente? ¿Estamos dispuestos a confiar en Él, incluso cuando nos lleve por caminos inesperados? Pero en María encontramos la paz que viene de confiar plenamente en el plan divino. Ella no temió, porque su fe estaba firmemente cimentada en la confianza en Dios. Ella sabía que, si Dios lo pedía, Él también proporcionaría todo lo necesario para cumplir su voluntad. Dios no abandona nunca.
María dice sí a los pobres. Los primeros que acuden a ver a su hijo son los pastores. María no les pone ningún reparo, ninguna dificultad. Los pastores son los pobres de la época, los marginados, los que vivían siempre fuera de la ciudad cuidando el rebaño. Y María les deja acercarse a ver a su hijo, habían recibido también el anuncio del ángel. Dios no envía su ángel a cualquiera, y los pastores fueron avisados por el ángel de Dios del nacimiento del Mesías. María les acoge y les muestra al niño recién nacido.
María es la mujer nueva. Es la que responde con un “sí” incondicional al plan divino. María, pasa de ser la joven de Nazaret a ser la Madre de Dios. Una nueva vida se origina en María. Dios da inicio a una nueva creación. Ella es la nueva Eva, que, sin mancha de pecado, se convierte en el canal a través del cual el Verbo de Dios se hace carne y habita entre nosotros. Marí, sin pretenderlo se transforma en una nueva mujer, en Madre de Jesús, el Hijo de Dios.
Hoy, al contemplar a la Virgen Inmaculada, somos invitados a confiar en el poder de la gracia divina. María es un signo de que Dios puede hacer maravillas en nuestras vidas, puede cambiarnos y transformarnos si nos abrimos completamente a Él. En el corazón de María, todo se orienta hacia Dios, y todo mira a Dios. Que al igual que ella, podamos siempre decir “sí” a Dios, confiando en que su voluntad es siempre el mejor camino hacia la paz, la salvación y la vida eterna.
+ Florencio Roselló Avellanas O de M
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela