
Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 6 de marzo, en el auditorio de Javier, con motivo de la Javierada Sacerdotal
En muchas de nuestras iglesias de Navarra aparece San Francisco Javier con una cruz en su mano izquierda. Es la cruz del evangelio, la cruz de la libertad. Para nada refleja una cruz pesada, para nada supone una carga. San Francisco Javier la lleva como quien entrega lo mejor que tiene. La muestra como un pequeño tesoro y como un gran regalo. Es una cruz pequeña, manejable, visible, y con mucho significado. Es la cruz de la evangelización, del primer anuncio en tierras paganas. Lo mejor que tenía San Francisco Javier era la cruz, con ella se abría camino, con ella evangelizaba, con ella se acercaba a la gente.
San Francisco Javier vivió en primera persona las palabras del evangelio que hemos escuchado, «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lc. 9, 23). Nuestro santo patrón dejó estas tierras de Navarra, este castillo de Javier, las seguridades que le aseguraba su pudiente familia, para abrazar la cruz de Cristo. Lo dejó todo, y se fio de la cruz que llevaba en su mano como identidad, como reflejo de su fe, como la mejor oferta que tenía a los pueblos que iba a evangelizar.
La cruz de Cristo es bálsamo, la cruz es paz, la cruz es no violencia. “La cruz manifiesta a un Dios, que en lugar de responder con violencia, absorbe el mal y ofrece perdón. Esta revelación llama a la Iglesia a encarnar las mismas actitudes: abrazar la vulnerabilidad y confiar en el poder reconciliador del perdón” (Carta obispos vascos y navarra. 95 -5 marzo 2025-). La cruz es amor, perdón, reconciliación, no violencia. Según vemos en el panorama político, la violencia genera violencia. La cruz es una renovación de las relaciones humanas. Jesús, en vez de responder con violencia, con venganza, termina diciendo en la cruz, “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34). La cruz de San Francisco Javier era la instauración de un tiempo nuevo, donde el centro era el Dios amor y el Dios liberador.
Hermanos sacerdotes, en esta Javierada sacerdotal permitidme que os diga, felicidades por peregrinar hasta Javier, por coger la cruz, por abrazar la vida que nos regala la cruz. Os voy conociendo poco a poco, y voy conociendo vuestras cruces, a unos os cuesta llevarlas más, a otros menos, pero a todos, o a la mayoría os veo felices de haber abrazado la cruz de Cristo, y esto me llena de felicidad. Cada día aprendo de vuestra entrega, de vuestra generosidad, de la forma en cómo lleváis la cruz. Estoy seguro, convencido, que como nos ha dicho el evangelio, salvaréis vuestra alma, “quien pierda su vida por mí, ése la salvará”(Lc. 9, 24), estoy convencido que Dios os dirá, “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo” (Mt. 25, 34). En esta cruz sois testigos de vuestra consagración, modelos de vida cristiana que interrogan a cristianos a plantearse su fe, porque como nos decía Benedicto XVI y Francisco “La Iglesia no hace proselitismo. Crece mucho más por atracción” (Francisco. Catequesis en la A. General. 11 enero 2023). Posiblemente la forma de vivir vuestro ministerio sacerdotal, la forma de llevar la cruz atrae más a la gente que todas las homilías que podamos proclamar.
Una cruz que me lleva a la felicidad. Todavía me sigue impresionando cuando visito el Cristo sonriente de Javier. Siempre me pregunto, cómo puede una persona sonreír después de toda la pasión, humillación y ultraje que padeció Jesús. Repito, sigue impresionándome. La respuesta es sencilla, Jesús se puso en manos de Dios y dijo «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». (Lc. 22, 42). Aceptar la voluntad de Dios en mi vida me da la felicidad.
San Francisco Javier renuncia a la felicidad humana. En este Castillo, no le faltaba de nada, pero no le llenaba. Se enfrentó a la familia, imagino que decepcionó a otros por los planes que habían depositado en él y lo dejó todo por aceptar la voluntad de Dios en su vida, como fue la evangelización de los pueblos. Y Javier fue plenamente feliz, tanto a nivel humano, como a nivel espiritual. Se agarró a la cruz de Cristo y fue la libertad para muchos pueblos. Javier vio la cruz como liberación, como humanización, como dignidad humana. Se acercó a los pobres, siendo Javier inmigrante, extranjero. Esa cruz evangelizaba tanto a nivel espiritual como a nivel humano.
Queridos sacerdotes, en esta Javierada sacerdotal renovemos nuestra consagración, renovemos nuestro ministerio sacerdotal. Abracemos la cruz de Cristo, la cruz que abrazó Javier, la que da sentido a nuestra consagración, la que nos da felicidad. No hay ministerio sin cruz, no hay evangelización sin cruz, nos da la felicidad, por la liberación que regala para quien la ve, la recibe y la abraza.
Este año Javier nos recibe como “Peregrinos de esperanza”, que es el lema que el Papa Francisco ha propuesto para este año jubilar. Como sacerdotes seamos portadores de esperanza, de ilusión, de futuro y de alegría. Que nuestra evangelización esté cargada de esperanza. Nuestra sociedad, nuestro mundo está decepcionado, en muchos casos sin esperanza, y Cristo, su cruz nos trae un tiempo nuevo, una etapa nueva cargada de esperanza que renovamos hoy en Javier. Que como el Cristo de Javier regresemos a nuestras casas con su sonrisa, pero sobre todo de felicidad por haber cumplido la voluntad del Padre.
+ Florencio Roselló Avellanas
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela