Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 22 de abril, en el convento de las Clarisas de Lekumberri, con motivo de la despedida de las Clarisas.
Queridas hermanas de este monasterio de clarisas de Lekumberri, hermanos, obispos, sacerdotes, fieles todos.
Hoy nos reunimos en este templo, que tantas veces ha sido testigo del silencio orante, del canto sencillo y del amor escondido para rezar. Lo hacemos junto a unas mujeres que, desde hace décadas, concretamente desde 1895, han sido alma discreta de esta comunidad: nuestras queridas monjas clarisas. Los cantos y la liturgia hoy tienen sabor a despedida, y no siempre es agradable.
Os despedimos hermanas clarisas en este tiempo de Pascua, donde todo es vida, resurrección, tiempo nuevo, y parece un contrasentido, cuando hoy hablamos de final, de cierre, de terminar una etapa. Quizás en este momento Dios nos está indicando un tiempo nuevo para nuestra comunidad y para cada una de vosotras. Dios no abandona nunca a sus hijas, y hoy tampoco lo va a hacer. Sepamos leer los signos de los tiempos de este momento. Dios nos está pidiendo algo, aunque a veces nosotros, no lo veamos. Descubramos en estos acontecimientos la voluntad de Dios.
El pasado 4 de enero, sábado, visité por última vez este monasterio. Celebramos la eucaristía con gozo y alegría, luego nos reunimos toda la comunidad. Allí ya me expresasteis vuestra preocupación, y como los discípulos en la primera lectura vosotras también os preguntabais, ¿qué tenemos que hacer? Y sí, había que hacer algo, y ese algo no era agradable, pero era necesario. Inclusive, el lunes siguiente a mi visita, fallece una hermana. Como los apóstoles después de la Resurrección, vosotras buscabais un sentido de vuestra vida de consagradas contemplativas, y en esta situación no podíais seguir, y esta situación os ha llevado a tomar esta decisión, para que vuestra vida de monjas clarisas tenga sentido. Aunque con dolor, pero hay que tomar decisiones.
Hoy, con el corazón encogido pero lleno de gratitud, nos despedimos de ellas hermanos, nos despedimos de vosotras queridas clarisas. Y lo hacemos no como quien pierde, sino como quien reconoce un regalo que ha marcado generaciones de este valle. Quizás más que lamentos tengamos que entonar un canto de acción de gracias por todo lo que hemos podido disfrutar de nuestras hermanas clarisas, de sus oraciones, de su liturgia, de sus conversaciones, y ellas igualmente dar gracias a Dios por el tiempo que han podido rezar, vivir y resucitar en este monasterio de Lekumberri.
Un monasterio que, por estar en el mismo pueblo, respetando la vida de clausura, siempre ha tenido las puertas abiertas a la gente y a todo el que ha querido acercarse a esta casa de oración. Han sido muchos años 130 de presencia de las hijas de Santa Clara en Lekumberri. Una vida de oración, entrega y austeridad que ha querido también de este pueblo, y de esta zona. Como obispo me duele vuestra marcha, me duele el cierre de este monasterio. Como he dicho en alguna ocasión a los monasterios de vida contemplativa de nuestra diócesis, desde mi llegada a Navarra, he notado vuestra oración. Percibo vuestros rezos, vuestros cantos y salmos, por mi ministerio episcopal, siento que me sostienen y me fortalecen en la tarea que el Señor me ha encomendado en esta diócesis.
San Francisco y Santa Clara soñaron con una vida pobre, sencilla y radicalmente entregada a Dios. Aquí, en Lekumberri, ese sueño se ha hecho realidad, y ha tenido rostros serenos, manos encallecidas de trabajar, corazones consagrados a la oración, al trabajo y al servicio. Durante años, estas hermanas han sostenido al pueblo y a la diócesis con su plegaria constante, con su presencia humilde, con su ejemplo de vida evangélica. Pero es verdad que se llegó a un momento donde esa vida que os pedía Santa Clara, en las condiciones en que estabais, ya no se podía sostener, y había que tomar decisiones y mirar hacia adelante.
El evangelio que hemos escuchado tiene como protagonista a una mujer, a María Magdalena. Una mujer que está en actitud de búsqueda. Va a buscar a Jesús al sepulcro, pero no está. No se conforma y pregunta. Queridas hermanas clarisas de Lekumberri, vosotras también habéis estado un tiempo de búsqueda, de escuchar lo que Dios os pedía. Vuestra decisión es consecuencia de la búsqueda. Y una búsqueda de encontraros con el Señor en unas condiciones más favorables, en unas situaciones donde os podáis encontrar cada día con el Señor, en la oración, en la eucaristía y en el trabajo. Donde podáis vivir vuestra consagración con paz y serenidad.
Y aunque hoy se cierre una etapa, el amor sembrado permanece. Las oraciones dichas en esta iglesia no se pierden: quedan en la tierra como semilla. Cada rosario rezado, cada salmo entonado en la madrugada, cada eucaristía vivida con fe… todo eso ha sido un hilo invisible que ha sostenido a muchas personas, incluso sin que lo supieran.
Como Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela, GRACIAS. Por vuestros 130 años de presencia, porque sé que mucha de vuestra oración era por nuestra diócesis y por el obispo. GRACIAS por todas las hermanas que han llenado estos claustros de oración y que ya están gozando de la gloria del Señor. GRACIAS por el trato y atención que habéis tenido con los sacerdotes y seminaristas que os han visitado. GRACIAS por vuestra entrega, estabais abiertas a la gente a participar en vuestra liturgia. GRACIAS por vuestros consejos y palabras de luz que habéis regalado a tanta gente que se ha acercado a estos muros y a vuestra iglesia. GRACIAS también a los tres sacerdotes que os han atendido como capellanes, aquí presentes.
La resurrección es un acto de fe que nos acerca a Dios. Vuestra decisión del cierre de este monasterio también está impregnada de fe que quiere ayudaros a vivir con más plenitud vuestra vida de consagradas contemplativas.
Hermanas clarisas, que Dios os bendiga en este nuevo caminar.
+ Florencio Roselló Avellanas O de M
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela