Primer dolor de la la Virgen: «Una espada te atravesará el alma»

Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 5 de abril, en la parroquia de San Lorenzo de Pamplona, con motivo de la primera predicación del Septenario de la Dolorosa

 

Me decía un día una mujer, “lo natural es que un hijo entierre a una madre, y no al revés, como me ha pasado a mí”, lo mismo le pasó a María, tuvo que enterrar a su hijo Jesús. Comenzamos hoy el septenario de la Virgen, y lo hacemos con el primer dolor para María, aquel que la acompañó desde el momento en que su hijo, Jesús, fue presentado en el templo. Hace referencia a la profecía de Simeón, quien, al tomar al niño Jesús en sus brazos, pronunció las siguientes palabras: «Este niño está puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel, y para señal de contradicción; y una espada atravesará tu alma» (Lucas 2,34-35). Me pregunto ¿qué pudo sentir María en este momento?, dolor y solo dolor. No hay más explicación humana y trascendental, todo son sentimientos de dolor.

Esta situación en el templo, genera en María un sentimiento contradictorio, por un lado, alegría por el nacimiento de Jesús, pero por otro tristeza y dolor, por la profecía de Simeón. María es la madre de Dios, pero también la madre del sufrimiento. Este primer dolor, la espada que atraviesa su alma, es un presagio de los muchos dolores que María vivirá a lo largo de su vida, especialmente al pie de la cruz, donde su hijo será entregado por la salvación del mundo. Esto es lo que le permite a María mantenerse fiel al plan de Dios en su vida. Ver más allá del momento puntual, y ver el sentido de las cosas que vienen de Dios. María se podría preguntar ¿Qué quiere Dios de mí’ ¿por qué me pide Dios esto?, siempre hay una razón para que Dios actúe así.

En este primer dolor, María experimenta el sufrimiento físico y emocional de una madre que ve el futuro incierto de su hijo, y también la aceptación del designio divino. Ella, la «llena de gracia», acepta con fe y valentía el sufrimiento que le es anunciado. Su dolor no es un dolor sin sentido, sino el dolor de quien ve en el sufrimiento de su hijo la voluntad de Dios para la salvación de la humanidad.

A lo largo de la vida de María, este dolor se profundiza. La espada que atraviesa su alma, en el templo, es la misma que la atravesará a Jesús en la cruz, pero también el sentimiento de María al pie de la cruz, como es ver a su hijo crucificado, entregando su vida por nosotros. El primer dolor es solo el inicio de una serie de dolores que María experimentará, pues a la Virgen le tocó experimentar otros dolores como madre, duros y difíciles.

Dolores y sufrimientos que María llevó siempre con una confianza absoluta en la providencia de Dios. Le hicieron sufrir, pero que no por ello perdió la confianza en Dios. María, modelo de fe, Dios la puso a prueba varias veces a lo largo de su vida, y ella siempre reaccionó como en la anunciación “hágase en mí, según tu palabra” (Lc. 1, 38)

En la primera lectura de Isaías, hemos escuchado que se nos invita a dejar atrás lo antiguo y a abrirnos a lo nuevo: “No os acordéis de lo de antaño, ni penséis en lo antiguo. He aquí que yo hago algo nuevo, que ya está surgiendo.” (Isaías 43, 18-19). El dolor de María, lejos de ser un final, es una puerta a un nuevo comienzo. Ella, como la nueva Eva, es la madre que da a luz no solo a Jesús, sino a una nueva humanidad. María en el templo no se viene abajo, no renuncia a la maternidad, sino que abraza con esperanza la responsabilidad que Dios le ha encomendado. María, sigue confiando en Dios, a pesar de ese dolor. Y esta decisión de María nos abre a un mundo nuevo, tal como nos ha dicho Isaías en la primera lectura.

En el evangelio vemos cómo la mujer adúltera es rechazada, marginada, con el deseo y voluntad de ser apedreada para castigarla según la ley. María también experimentó el rechazo de su hijo Jesús, al igual que lo sufrió la adúltera, María    experimentó ese primer dolor de ver a su Hijo ser incomprendido y despreciado.  Inclusive, a diferencia de la adúltera, a Jesús siempre le faltaron defensores, gente que creyese en su causa y le defendiese. El pueblo prefirió antes a un ladrón, Barrabás, antes que a Jesús. El mesías estaba trayendo un mensaje de amor y perdón, pero el mundo, representado por los fariseos, se cerraba a esa invitación. María, como madre, comienza a entender más profundamente el sacrificio que su Hijo debía hacer por toda la humanidad.

Este pasaje del evangelio que hemos leído nos invita a reflexionar sobre el lugar de la misericordia en nuestra propia vida. María, llena de gracia, nos enseña que la misericordia de Dios no es algo abstracto, sino una realidad viva que se muestra en la vida de su Hijo. Ella nos invita a seguir el ejemplo de Jesús: no condenar, no juzgar, sino ofrecer el perdón y la paz a los demás. María no entendía este dolor, pero ella aceptó este primer dolor como quien acepta la presencia de Dios en su vida. Como la mujer adúltera aceptó la presencia de Jesús en su vida y fue redimida.

Al meditar sobre el primer dolor de la Virgen María, seamos conscientes de que en nuestras propias vidas también experimentamos momentos de sufrimiento y dolor. Sin embargo, al igual que María, podemos ofrecer esos momentos a Dios, confiando en que Él tiene un propósito para nosotros. María, nuestra madre, está cerca de nosotros acompañándonos con su ternura y fortaleza.

 

+ Florencio Roselló Avellanas O de M

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

 

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