Invitados a cuidar de la casa común

Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio, el pasado 28 de mayo, en la iglesia de los Escolapios de Pamplona, con motivo del X aniversario de la encíclica Laudato Si´


Hoy nos reunimos con gratitud para conmemorar el décimo aniversario de la encíclica Laudato Si’, que el Papa Francisco nos regaló un 24 de mayo de 2015.  Diez años han pasado desde que el Santo Padre nos invitó a todos —creyentes y no creyentes, hombres y mujeres de toda nación— a “cuidar de la casa común”. Una invitación a “escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (LS 49). Y lo hacemos a la luz de las primeras palabras de la Sagrada Escritura, donde todo comenzó: “En el principio creó Dios el cielo y la tierra” (Gn, 1, 1). Una encíclica que, aunque quiere ser una llamada de atención, le pone un título en sentido positivo “Alabado seas mi Señor”, porque quiere resaltar lo bello y bonito de la obra de Dios con la creación del mundo. El papa Francisco, siempre fue positivo, hasta cuando denunciaba. El punto de partida no es el miedo, sino la alabanza a Dios Creador. El cristiano cuida la creación no sólo por responsabilidad ecológica, sino porque reconoce en ella una obra de amor, un don divino. Nuestra fe nos lleva a un compromiso responsable con la madre naturaleza.

Francisco nos ha recordado en la encíclica, algo que quizás antes no habíamos reparado, y es que los desequilibrios ecológicos, siempre afectan en primer lugar, a los pobres. Nos recordó con fuerza que el grito de la tierra es inseparable del grito de los pobres. Hoy, muchas comunidades, países, sufren las consecuencias del cambio climático, de la contaminación, de la deforestación y la pérdida de biodiversidad. Y suelen ser los más vulnerables quienes padecen las peores consecuencias, aunque hayan contribuido muy poco al daño ecológico. La encíclica “Laudato Sí” nos empuja a escuchar. Escuchar este clamor es parte de nuestra fidelidad al Evangelio. Jesús se hizo pobre, caminó entre los marginados y nos enseñó que lo que hagamos a uno de estos hermanos pequeños, a Él se lo hacemos (cf. Mt 25,40).

En la primera lectura del libro del Génesis vemos que el relato no es una simple narración poética; es una declaración teológica poderosa: todo lo que existe viene de Dios, y todo lo creado por Él es bueno. En la narración del Génesis repetidas veces escuchamos: “Y vio Dios que era bueno”. La tierra, el mar, la luz, los árboles, los animales… reflejan la bondad del Creador, todo era bueno.

Dios no solo crea, sino que confía. Al crear al ser humano “a su imagen y semejanza” (Gn. 1, 27) y darle el mandato de “dominar” la tierra y someterla, nos encomienda una misión: cuidar, cultivar y preservar este jardín que es el mundo. Pero como bien nos recuerda Laudato Si’, ese mandato no es una licencia para explotar. “Dominar” debe entenderse desde la responsabilidad del pastor, no del tirano. No somos amos absolutos, sino administradores; no dueños, sino siervos del Señor de la vida. Una responsabilidad que debe de buscar el bien común. El sentido positivo del título “Laudato Si” (Alabado seas mi Señor) nos dice que Dios no destruye: crea. Dios no contamina: da vida. Dios no acumula: comparte. Ser imagen suya significa actuar como Él. Cuidar la creación no es algo accesorio a la fe: es parte esencial de nuestra vocación cristiana y de nuestra responsabilidad humana, que no pueden ir separadas. Cuidar la creación es parte de nuestro ser humanos y de nuestra fe.

El evangelio que hemos escuchado, casi sin proponérselo es un canto ecológico, nos ofrece una espiritualidad de desprendimiento, de fiarnos de la madre naturaleza, como nos relata el evangelio “Mirad las aves del cielo… Observad los lirios del campo” (Mt. 6, 26.27). Si realmente hubiese una conciencia responsable del cuidado de la casa común, no necesitaríamos nada, seríamos como las aves del cielo y los lirios del campo, no tendríamos que preocuparnos de nada y tendríamos de todo.

Jesús nos invita a no vivir atrapados por la ansiedad del tener, del consumir, del acaparar. Las aves, los lirios del campo, se fían de Dios, y nos les falta de nada. Nos dice con claridad: “No se inquieten por su vida, qué comerán o con qué se vestirán” (Mt. 6, 28). Esta no es una llamada a la irresponsabilidad, sino una exhortación a cambiar nuestra mirada: de una lógica de dominio y acumulación, a una lógica de confianza, cuidado y sencillez.

Estamos inmersos en el Jubileo de la esperanza, anunciado por el Papa Francisco para el año 2025. El Santo Padre nos invita a ser signos tangibles de esperanza, especialmente para la gente pobre y necesitada. Denuncia en la Bula de convocación “Spes non confundit” la deuda ecológica entre ricos y pobres, «Porque hay una verdadera “deuda ecológica”, particularmente entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado de los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos países» (nº 16). En la misma bula nos recuerda “Como enseña la Sagrada Escritura, la tierra pertenece a Dios y todos nosotros habitamos en ella como «extranjeros y huéspedes» ( Lv 25,23) (Spes non confundit” (nº 16). Vivir el Jubileo de la esperanza es cuidar la casa común es apostar por un compromiso con el cuidado ecológico que evite los desequilibrios entre ricos y pobres.

En este día que recordamos el décimo aniversario de la “Laudato Si”, quiero poner en valor los nueve meses de la creación en nuestra diócesis de Pamplona y Tudela la creación de la delegación diocesana de ecología integral. Un compromiso de nuestra Iglesia de Navarra con el medio ambiente y con la casa común. Valorar y agradecer todo el esfuerzo que están haciendo de formar, sensibilizar y orientar a nuestra diócesis en este proyecto iniciado por el papa Francisco, al que nos adherimos como Iglesia que peregrina en Navarra.

Como Iglesia es bueno reconocer que la encíclica Laudato Si’ nos ha enseñado que la crisis ecológica es también una crisis espiritual. La raíz del problema no está solo en los sistemas económicos, sino en nuestros corazones. Desde nuestra fe, desde el reconocimiento de la creación como una obra buena de Dios, queremos iniciar una conversión profunda: pasar del egoísmo a la comunión, de la indiferencia al compromiso, del consumo irresponsable a una vida sobria y agradecida. Asumimos como Iglesia responsable y comprometida el mandato del Génesis, “llenad la tierra y sometedla; dominad” Gn. 1, 28), nos comprometemos a dejar una tierra, una casa común, mejor de la que hemos recibido.

 

+ Florencio Roselló Avellanas O de M

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

 

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