Fiesta de San Agustín

Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 28 de agosto, en el Convento de las Agustinas recoletas de Pamplona, con motivo de la fiesta de San Agustín.


Celebramos con alegría la fiesta de San Agustín en esta casa donde se vive el carisma agustiniano con hondura, donde se busca a Dios “con un solo corazón y una sola alma”, como decía el mismo San Agustín. Hermanas agustinas, esta fiesta es para vosotras un día especial, es una fiesta de identidad, de pertenencia y de renovación de vuestra consagración religiosa en la familia agustiniana. Hoy, de alguna manera, renováis vuestros votos y vuestro compromiso religioso.

Con el nuevo papa León XIV estamos aprendiendo mucho de San Agustín, lo cita constantemente. Y hoy S. Agustín nos habla desde su propia vida y lo hace desde la aspiración de centrarse solo en Dios, cuando nos dice “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.” Vosotras hermanas agustinas, estáis llamadas a reafirmar hoy que el centro de vuestra consagración religiosa es el Señor, es quien da sentido a vuestro ser de agustinas. Es un momento especial de renovación y hacerlo ante todos los que hemos acudido llamados por S. Agustín.

En una sociedad y en un momento como el que vivimos, ruidoso, disperso, donde parece que no tiene cabida Dios, S. Agustín nos recuerda que el centro de nuestra vida debe de ser Dios. Él, cuando lo descubrió su vida cambió, se transformó. Cuando se convirtió fue un hombre transformado. Su conversión no fue solo un cambio moral, sino un encuentro con la gracia. Fue la gracia de Dios, esa que nos busca antes de que la busquemos, la que le abrió los ojos y le cambió el corazón.

En la primera lectura de los Hechos de los apóstoles se nos presenta como modelo la primera comunidad cristiana. Pero ¡cuidado!, no significa que fuese literalmente como describe el texto, pues allí estaban Pedro, que negó tres veces a Jesús, estaban Santiago y Juan, que querían sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda, estaban el resto de los discípulos que desaparecieron todos en la cruz. Aunque no eran un modelo, al final dieron la vida por Jesús. Entonces podemos pensar que aquí tampoco serían perfectos para configurar esta comunidad. Pero esta descripción sí que era el ideal, el modelo que querían construir después de la muerte y resurrección de Jesús.

Agustín, después de su conversión no quería vivir solo, no quería seguir a Jesús solo. Desde el principio buscó formar una comunidad: una vida común, una fraternidad donde la búsqueda de Dios no se hiciera en soledad, sino juntos, como los primeros cristianos. Sabiendo que eran humanos, que tendrían fallos y defectos, luchó para construir la familia agustiniana y vivir en comunidad. Porque la comunidad nos permite encontrar a Dios en el hermano y hermana de comunidad. Permite encontrarnos en la vida compartida, en la corrección fraterna, en la alegría de amar y ser amadas en Cristo, a pesar de las diferencias. S. Agustín lo decía con fuerza “Tened una sola alma y un solo corazón dirigidos hacia Dios”. Eso no es uniformidad. Agustín conocía bien las tensiones humanas, los choques del carácter, las diferencias legítimas. Pero sabía que el Espíritu Santo puede hacer de muchos una sola cosa, si todos caminan hacia el mismo centro: Dios.

El evangelio se nos presenta la imagen más tierna y firme de Jesús: el Buen Pastor. Dice el Señor: “Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas… Yo conozco a las mías y las mías me conocen, como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre.” (Jn 10, 11.14-15) San Agustín vivó de todo, antes de convertirse fue una oveja perdida. Aunque también es cierto que durante un tiempo buscó sin descanso, que cayó, que dudó, que se enredó en caminos torcidos. Y fue precisamente allí, en esa confusión, donde el Buen Pastor salió a su encuentro. S. Agustín fue rescatado por el Buen Pastor.

Dios no lo esperó en un trono, sino que fue en su busca. Le habló a través de su madre, Santa Mónica. Le susurró en la lectura de la Palabra. Le inquietó el corazón hasta que se rindió a la gracia. Y así, Agustín, el hombre orgulloso, se convirtió en oveja amada. Descubrió que su alma solo podía descansar en Dios. Por eso, cuando más adelante fue llamado a ser obispo de Hipona, no lo hizo como un líder arrogante, sino como un Pastor que nunca olvidó que él también fue rescatado.

Queridas hermanas agustinas, queridos hermanos y hermanas que participamos en esta eucaristía, cada uno/a de vosotros/as también ha sido buscada, conocida, amada. Vuestra vocación religiosa, y cristiana, no nace del mérito, sino del amor gratuito del Buen Pastor. Y hoy, siguiendo a San Agustín, todos somos pastores del alma, las religiosas, los laicos. Todos hemos sido invitados a volver al rebaño, porque todos alguna vez hemos caído y nos hemos ido del rebaño. Pero el Señor siempre está dispuesto a devolvernos al rebaño..

Celebrar hoy a San Agustín desde el evangelio del Buen Pastor es contemplar una vida marcada por el amor que busca, que conoce, que encuentra, que me carga en sus hombros y que da la vida. Que el Buen Pastor siga conduciendo vuestros pasos. Que las agustinas sigáis siendo ovejas dóciles a su voz y cuidemos unas de otras, como lo fue con Agustín.

+ Florencio Roselló Avellanas O de M

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

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