Jubileo de los Adoradores

Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 21 de junio, en la Catedral de Santa María la Real de Pamplona, con motivo de la Misa del Jubileo de los Adoradores


Nos reunimos esta noche, en este Jubileo de la Esperanza, como centinelas del Señor, como aquellos que velan en la noche con la lámpara encendida, esperando al Esposo. En una sociedad marcada por la incertidumbre, el cansancio espiritual y tantas noches oscuras, vuestra misión adquiere un valor profético: adorar en la noche para sostener en el día, la esperanza del mundo.

Nuestra celebración coincide con la solemnidad del Corpus Christi, en este año jubilar dedicado a la Esperanza, para celebrar con fe y devoción al Señor presente en la Eucaristía. Y lo hacemos, como es propio de vosotros, de noche, en silencio, en adoración. La noche no es ausencia de Dios, sino tiempo de espera y de esperanza, tiempo de vigilancia amorosa. Así es la vida del adorador nocturno: vela con Cristo, como la Iglesia vela por el mundo, mientras otros duermen, mientras otros desesperan.

Esta noche, mañana, el centro de la fiesta es Jesús Eucaristía. Y este día hay una certeza, Cristo se queda con nosotros. No como recuerdo, sino realmente presente en la humildad de un pedazo de pan. ¿Puede haber mayor esperanza que esta? No caminamos solos, el Señor camina con nosotros, está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20). Cada vez que nos postramos ante el Santísimo, estamos confesando que la Esperanza es una Persona: Jesucristo, que nos alimenta y nos acompaña. Y su presencia nos transforma: de la duda al amor, del cansancio a la fidelidad, del miedo a la misión.

Vosotros, con vuestra presencia, con vuestra oración, sois custodios de la esperanza. La Adoración Nocturna no es un acto de piedad aislado, sino una profecía silenciosa: el mundo necesita pan, sí, pero también necesita sentido, consuelo, presencia de Dios. Sois custodios de una oración que da fortaleza, custodios de una oración que da luz. El mismo San Juan Pablo II decía “La Eucaristía es un rayo de gloria del cielo en la tierra”. Y es precisamente ese rayo de luz que vosotros, los adoradores, hacéis brillar en una noche como esta, en la noche de la vigilia del Corpus Cristi, donde Jesús se entrega y se parte por cada uno de nosotros.

En este Jubileo de la Esperanza, el querido difunto papa Francisco nos invitaba a ser testigos del Resucitado en medio del mundo, no con grandes discursos, sino con la fuerza humilde de la adoración constante. La Iglesia necesita adoradores que sostengan, en la noche del mundo, la lámpara encendida del amor. Necesita ser luz en un mundo oscuro, necesita ser luz en un mundo de tinieblas. ¡No dejéis de rezar, de adorar, por tanta gente que va ciega por el mundo, perdida y desorientada! Vosotros en la noche encontráis la luz verdadera a través de la adoración, en cambio muchos van ciegos y perdidos sin rumbo, porque no han encontrado la verdadera luz, que es Jesucristo, hecho eucaristía, hecho ofrenda, hecho entrega por todos nosotros.

La sociedad muchas veces vive como esas multitudes hambrientas y dispersas. Pero vosotros sois testigos de que Cristo sigue partiendo el Pan. Desde la soledad de un templo, vuestra oración sostiene al mundo. Este Jubileo de la Esperanza nos recuerda que la Eucaristía es la fuente de toda esperanza, en ella Cristo mismo se nos entrega. Cuando el mundo se cierra al futuro, Cristo en la Eucaristía nos dice: «Estoy con vosotros todos los días».

En esta vigilia del Corpus Cristi, en el día de la caridad, la Adoración Nocturna también está llamada al compromiso, está llamada a la caridad. No hay eucaristía sin caridad, no hay eucaristía sin pobres. Por eso la Eucaristía no se queda en el sagrario, ni en la custodia. Nos impulsa a salir: «Dadles vosotros de comer» (Lc 9,13), dice Jesús. Y nosotros le respondemos: “Señor, solo tenemos cinco panes y dos peces…” (Lc. 9, 13b). Pero En la adoración descubrimos que el verdadero milagro es dejarse partir y repartir por amor.

Por eso, la adoración nos lleva a la caridad, a la entrega, a vivir con esperanza incluso en medio del dolor. El adorador no es un espectador del mundo: es un enviado del amor de Dios, un sembrador de luz. El adorador nocturno es aquel que hace caridad su oración, que hace compromiso su contemplación. Nuestra custodia, nuestro Cristo en el sagrario, debe de estar llena de nombres, de rostros y de necesidades de los pobres, porque es el mismo Cristo quien está pobres en esa custodia. No hay adoración sin compromiso, como tampoco puede haber compromiso sin oración, sin adoración.

En esta vigilia del Corpus Christi y en este Jubileo de la Esperanza, renovemos nuestro amor a la Eucaristía. Pidamos al Señor que cada vigilia, cada minuto de silencio, cada turno ante el sagrario, sea una semilla de esperanza para nuestra Iglesia y nuestro mundo. Este año que nuestra oración tenga nombres, nuestra contemplación intenciones, que llenemos el altar de la catedral con las intenciones de los pobres, de los hambrientos de pan que nos ha relatado el evangelio.

En este camino no estamos solos. María, Madre de la Esperanza, está con nosotros. Pidámosle hoy a la Virgen que nos enseñe a adorar como ella: en silencio, en humildad y en confianza total. Que nos enseñe a esperar incluso cuando no entendemos.

 

+ Florencio Roselló Avellanas O de M

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

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