Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 25 de julio, en Peralta, con motivo de la despedida de las Hijas de la caridad de esa localidad
Esta mañana nos reunimos en esta parroquia con sentimientos encontrados. En el corazón de nuestro pueblo de Peralta resuena el agradecimiento por los 163 años de presencia ininterrumpida de las Hijas de la Caridad en nuestro pueblo, por su entrega y compromiso con las gentes de Peralta. Y por otro, en el ambiente, hay un profundo sentimiento de tristeza por una despedida, nuestras hermanas, las paulas se despiden de nuestro pueblo, y esto provoca tristeza. Personalmente también me afecta, primero como obispo y también como alguien que dio sus primeros pasos junto a las Hijas de la Caridad en mi pueblo de Alcorisa, en Teruel.
Las Hijas de la Caridad no vinieron a Peralta buscando reconocimiento, ni honores, vinieron hace muchos años a servir, a comprometerse con la gente de nuestros pueblos. A servir a niños, jóvenes, mayores, enfermos, ancianos, sobre todo los muchos años que estuvieron en la residencia. No estamos solo agradeciendo una entrega, estamos reconociendo una historia de 163 años. Una historia de servicio humilde, de entrega callada, de amor hecho cotidiano, de caridad entendida como entrega amorosa. Queridas Hijas de la Caridad, la historia de Peralta tendrá que tener en cuenta vuestra presencia y la obra que habéis dejado en este pueblo. En Peralta habéis hecho vida lo que Santa Luisa de Marillac os decía, «Una verdadera hija de la caridad se da a Dios en el servicio a los pobres»
En la primera lectura de los Hechos de los apóstoles hemos escuchado una frase que resume la vida de las Hijas de la Caridad en nuestro pueblo, “Los apóstoles daban testimonio con gran fuerza de la resurrección del Señor Jesús” (Hch 4,33). Este versículo resume bien lo que ha sido la misión de las Hijas de la Caridad en Peralta. Durante 163 años, su vida ha sido un testimonio fuerte y visible de una entrega comprometida. Y lo han hecho a través de su cercanía a los pobres, a los enfermos, a los niños, a los ancianos, con los que las necesitaban. Han sido un rostro amable, una ayuda, una palabra oportuna.
La segunda lectura del apóstol San Pablo a los Corintios nos dice que todos “Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros” (2 Cor 4,7). ¿Cuál era ese tesoro?, era la vocación de consagradas dedicadas a la gente de Peralta, era el tesoro del amor hecho caridad y entrega. Regalaban amor, no para adquirir protagonismo, no para brillar, sino para servir, para que brillen los otros antes que las Hijas de la Caridad. Ellas han sido un gran tesoro para Peralta del que hemos podido disfrutar durante 163 años. Hemos sido muy afortunados de tener este tesoro, llamado Hijas de la Caridad.
En el evangelio hemos escuchado la disputa de los discípulos de sentarse cerca de Jesús, en los primeros puestos. En los discípulos se ve ambición, ansia de poder, lo contrario a lo que nos recuerda Jesús, “el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor” (Mt. 20, 26). Para Jesús el servicio es el sello de identidad del cristiano, y no todos los entienden. Las Hijas de la Caridad lo han entendido desde su fundación, desde su llegada a Peralta, porque si hay una palabra del evangelio que define a las Hijas de la Caridad es servidoras. Han vivido, con sencillez y constancia, lo que Jesús enseña hoy: no buscar el primer lugar, sino ponerse en el último; no buscar ser vistas, sino estar disponibles; no querer ser servidas, sino servir. Y con espíritu de sacrificio y entrega, cuando Jesús les pregunta a sus discípulos ¿Estáis dispuestos a beber el cáliz que yo he de beber? (Mt. 20, 22). Las Hijas de la Caridad han bebido el cáliz de Jesús, que es el cáliz del sacrificio, de la entrega, del anonimato, de los problemas y dificultades, para poder servir mejor a Peralta. Beber el cáliz es estar dispuestas a todo por servir, desde el evangelio.
Celebramos esta eucaristía de despedida de las Hijas de la Caridad en la fiesta de Santiago apóstol, que fue uno de los primeros en escuchar la llamada de Jesús junto al lago. Lo dejó todo —redes, barca, familia— para seguirle. Y, como todos los verdaderos discípulos, su vida se convirtió en misión. Anunció el Evangelio con ardor, cruzó fronteras, llegó hasta Zaragoza, hasta Santiago de Compostela, sembró esperanza en tierras lejanas, y, finalmente, dio su vida como testigo del amor de Dios. Hoy, al mirar su figura, vemos que las Hijas de la Caridad fueron llamadas, también dejaron su tierra, también se pusieron en camino. Y han sido, durante más de un siglo y medio, discípulas misioneras, como Santiago, en medio de nuestro pueblo.
Damos gracias al Señor por tantas hermanas que, a lo largo de más de siglo y medio, han entregado su vida aquí. Algunas fueron conocidas y queridas personalmente por muchos de nosotros; otras ya partieron al Padre; otras quedarán en los libros de historia, y en el corazón de este pueblo, pero, sobre todo, en el corazón de Dios. Gracias, queridas hermanas, por vuestra fidelidad, por sembrar con paciencia y confianza. Gracias por habernos enseñado que la caridad no es una idea, sino un modo de vivir. Hoy Peralta os despide, pero no os olvida. Vuestro paso ha dejado huella. Sois historia. Habéis tocado corazones. Habéis sido Evangelio vivo en medio de nosotros. Que Santiago Apóstol interceda por vosotras en este nuevo camino. Y que la Virgen de los Milagros, tan querida en esta tierra, os lleve siempre de la mano. Quisiera terminar esta reflexión con dos frases de S. Vicente de Paúl que reflejan la vida de las Hijas de la Caridad en Peralta, «la caridad no puede permanecer ociosa, sino que nos mueve a la salvación y al consuelo de los demás» (SV XII, 265 / ES XI, 555). «Es cierto que yo he sido enviado, no sólo para amar a Dios, sino para hacerlo amar» (SV XII, 262 / ES XI, 553)
+ Florencio Roselló Avellanas O de M
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela