Fiesta de San Saturnino

Homilía del Arzobispo don Florencio Roselló, pronunciada el 29 de noviembre, en la parroquia de San Saturnino de Pamplona, con motivo de la fiesta de San saturnino, patrón de Pamplona


San Saturnino nos ha sacado a la calle, ha unido a mucha gente que somos diferentes, que pensamos diferente. Hoy todos hemos sido uno en torno a San Saturnino, nuestro patrón. Ha unido lo religioso y lo folclórico, la cultura y la religión, la fe y la política. Nos podrá gustar más, nos podrá gustar menos, pero hoy Pamplona es una en torno a nuestro patrón. Muchas veces acentuamos las diferencias en vez de destacar las coincidencias. Este salir a la calle nos empuja a no escondernos. Vivimos la fe de puertas hacia dentro, a veces con temor. San Saturnino nos invita a lo contrario: a no disimular nuestra fe, a vivirla en público, con normalidad, sin miedo ni temor.

Un santo que dejó su tierra, su seguridad, su ambiente en la Galia, la ciudad de Toulouse, de la que era obispo, y se fijó en Pamplona, se fijó en nosotros. Nos trajo lo que más quería, su fe, para enseñarnos lo que más destacó, su coherencia, y para compartir su fidelidad a Cristo por el que entregó la propia vida. Pamplona no se puede entender ni separar de la figura y de la evangelización de San Saturnino, patrón de Pamplona, sembrador del evangelio y pastor de los primeros cristianos de esta tierra. Es nuestro padre en la fe y nuestro modelo de creyente. Sin la presencia de San Saturnino en nuestra ciudad seguramente hoy no estaríamos aquí. No estaríamos de fiesta.

La tradición nos dice que San Saturnino, siendo obispo de Toulouse en el siglo III, llegó a Pamplona para evangelizar la ciudad. Nuestro patrón nos deja un mensaje muy claro: la fe crece, no por imposición, sino por atracción, como nos dijo el papa Francisco en Evangelii Gaudium: “La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción” (14). No se extiende por estrategias humanas, sino por el testimonio claro y valiente de quienes han encontrado a Cristo, les ha cambiado su vida y se convierten en nuevos evangelizadores, como es el caso de San Saturnino. Un ejemplo de esta conversión por atracción es su discípulo Honesto que, atraído por la fama de santidad y virtudes de nuestro patrón, quiso conocerlo y, una vez lo descubrió, se quedó con él, su vida le cautivó. De hecho, Honesto llegó primero a Pamplona para luego pedir a nuestro patrón su venida a Pamplona, donde evangelizó y bautizó a Firmo, para luego hacer lo propio con su hijo San Fermín.

Vivió con coherencia, así nos ha dicho San Pablo en la segunda lectura: “Deseábamos entregaros no solo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas” (1Tes. 2, 8). San Saturnino no temió enfrentarse a las dificultades ni a los peligros, tampoco a las autoridades. La tradición cuenta que fue arrestado en Toulouse, donde predicaba, y condenado a muerte por negarse a rendir culto a los dioses paganos. En un acto de brutalidad, fue atado a un toro que lo arrastró hasta causarle la muerte. No temió a los poderes humanos ni a la violencia, porque confiaba plenamente en el Señor. Vivió en una época en la que ser cristiano implicaba un riesgo constante de persecución y martirio. Su misión no se limitó a palabras, sino que se expresó en acciones concretas de servicio, predicación y entrega. La fidelidad al evangelio le costó la vida. Nuestra Iglesia y nuestra sociedad necesita coherencia de vida, compromiso social y entrega generosa. Necesita perder el miedo a salir de nuestros templos y vivir la fe en la calle, con la cabeza bien alta y sin temor a nadie. La calle es de todos, y en ella, la Iglesia debe estar y quiere estar. Nuestras calles necesitan del amor de Dios.

San Saturnino fue modelo de respeto, de tolerancia. Él respetó y a él no le respetaron. Nuestra sociedad necesita actitudes y valores como los de San Saturnino, donde nos respetemos y nos aceptemos en nuestras diferencias. Donde la palabra sea el vehículo de comunicación, pero también de respeto. Nuestra sociedad necesita bajar los decibelios y escuchar voces melodiosas y respetuosas, aunque piensen diferente. San Saturnino pasaba todas las mañanas por delante del templo pagano, donde se adoraban a dioses paganos. San Saturnino respetaba la libertad de credo. Respetaba que adorasen a dioses distintos al Dios cristiano. Pero no así los paganos, que un día le obligaron a adorar a dioses paganos y a ofrecer sacrificios a dichos dioses. San Saturnino no aceptó, a pesar de que le obligaron y le condenaron a morir. Le ataron al cuello del toro que le había propuesto sacrificar a los dioses y lo pasearon por la ciudad.

El martirio de San Saturnino nos recuerda que la persona, una creación de Dios, es sagrada. Las ideas, las creencias, no están por encima de las personas, sino a su servicio. Una idea, una religión o una corriente política no puede anular a la persona. Su identidad es inviolable, no podemos despreciar a las personas por pensar diferente. Eso le ocurrió a San Saturnino: pensaba diferente, adoraba al único Dios, respetaba que otros adorasen a dioses paganos, pero a él no le respetaron y lo mataron. La persona es sagrada, la palabra, las ideas, están al servicio de la persona para dialogar, para entenderse y no al revés.

San Saturnino, un extranjero que evangelizó nuestra ciudad, un extranjero que trajo la fe a Pamplona, un extranjero que bautizó al primer obispo de Pamplona, San Fermín. Un extranjero nos hablaba de Dios, de amor, de coherencia. San Saturnino hace realidad la universalidad de la Iglesia y de nuestra sociedad. ¿Sería posible hoy algo así?

Hoy, hermanos, no sufrimos persecuciones como las que él vivió. Pero sí nos toca vivir la fe en un contexto de indiferencia, de relativismo, de cansancio espiritual. Muchas veces los cristianos experimentamos la tentación de

escondernos, de vivir la fe de puertas hacia dentro, de no llamar la atención. San Saturnino nos invita a lo contrario: a no disimular nuestra fe, a salir a la calle, sino a vivirla con sencillez, con normalidad, pero también con perseverancia y valentía.

 

+ Florencio Roselló Avellanas O de M

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

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