Homilía pronunciada por el Arzobispo don Florencio Roselló, el pasado 23 de julio, en la Catedral de Santa María la Real de Pamplona, con motivo del Encuentro Misionero de verano
Queridos misioneros, misioneras. Nos reunimos en esta tierra de Navarra, rica en historia, fe y entrega, de hondas raíces cristianas y misioneras, para renovar nuestra vocación misionera. Una renovación que en algún caso nos sitúa de vacaciones, y en otros ya jubilados, después de toda una vida de entrega. Nos encontramos no sólo como amigos y compañeros, sino que sobre todo como enviados del Señor, peregrinos del Evangelio que caminan con los pies en la tierra y el corazón puesto en el Reino.
En la primera lectura el profeta Isaías pone en boca del Siervo una verdad que se cumple plenamente en Cristo, y también en nosotros, sus discípulos, “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres…”. Hemos sido ungidos, no para quedarnos, sino para salir. Cada uno de nosotros ha sido llamado por su nombre, como los primeros discípulos. No fuimos nosotros quienes elegimos la misión; fue Dios quien nos eligió y nos envió. Y ese envío no es una carga, sino una gracia. Desde fuera puede parecer una carga, un gran sacrificio, pero visto personalmente es un regalo. No hemos podido resistirnos, pues es un fuego que arde en nuestro interior. Ser misionero es dejarse alcanzar por el amor de Dios y querer que ese amor llegue a todos.
Navarra ha sido tierra de grandes testigos del Evangelio: San Francisco Javier, patrono de las misiones, paisano como la mayoría de nosotros, nos recuerda que la misión no conoce fronteras, que el corazón de Cristo es inmenso, que nadie queda fuera de su mirada. Siguiendo su ejemplo, también nosotros somos llamados a salir, a ir más allá, a no acomodarnos.
Hoy más que nunca, ser misioneros no es simplemente enseñar, no es hablar de la teoría del evangelio, es hablar del evangelio hecho vida, y de la vida que regala el evangelio. Es acercarse con ternura al sufrimiento humano, acompañar procesos, sembrar esperanza donde hay desesperanza. Como el Buen Pastor, estamos llamados a buscar a la oveja perdida, a curar al herido, a levantar al caído, pero todo desde el evangelio que me envía.
No se trata de imponer, sino de proponer con la vida. La misión nace de la libertad y crea libertad. La misión nace del encuentro con Cristo y se realiza en el encuentro con el otro. El misionero es puente, no muro, algo de lo que nos han hablado tanto el papa Francisco como el papa León XIV de “crear puentes y derribar muros”. El misionero es experto en crear cauces de diálogo, de crear puentes. La misión es abrazo, no juicio; es presencia, no espectáculo. Es buena noticia para los pobres, consuelo para los afligidos. La misión no se improvisa. Nace del corazón de un Dios que escucha el clamor de su pueblo, que ve a los pobres, que abraza a los rotos. El misionero se acerca a creyentes y no creyentes.
Nuestros pueblos, nuestras parroquias, nuestras tierras de misión –en África, en América, en Asia, aquí mismo en Europa– están llenas de pobreza espiritual, soledad, desarraigo. Nosotros no llevamos soluciones técnicas. Llevamos algo más profundo: el rostro compasivo de Dios, el anuncio de un Reino que consuela, que cura, que libera.
Bastantes misioneros y misioneras de los que estáis aquí, habéis entregado vuestra vida a la misión, y seguís con el “gusanillo” de la misión, pero los años, las fuerzas, no dan para ir a la otra parte del mundo. Pero también se puede ser misionero aquí. En el evangelio vemos que Jesús comienza “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oir”” (Lc. 4, 21). Jesús no se queda en lo alto del templo de Jerusalén. Se planta en su pueblo, en su sinagoga, en medio de su gente. La misión no comienza lejos. Comienza donde uno está. Con los ojos puestos en quienes nos rodean, con el corazón atento al dolor cercano. Vuestro testimonio de misioneros, misioneras, puede hacer mucho bien a jóvenes que tengan inquietud por anunciar el evangelio lejos de aquí. Hace pocos días he presidido dos funerales de dos sacerdotes del IEME, que estando ya retirados en Pamplona colaboraban con la Delegación de Misiones. Eran misioneros aquí y ahora. Vuestra espiritualidad, vuestro compromiso durante tantos años os lleva a seguir siendo misioneros en vuestra vida de cada día. Navarra también necesita misioneros. Las familias, los jóvenes, los ancianos solos, las periferias rurales… todos ellos son los Nazaret de hoy.
Hoy el Señor nos vuelve a enviar. Hoy renovamos nuevamente nuestra vocación misionera, unos cruzando los mares a vuestros lugares de misión, otros aquí y ahora. Tal vez cansados. Tal vez con heridas. Seguramente con más años, con enfermedades y limitaciones. Tal vez también con muchas preguntas. Pero siempre con el Espíritu sobre nosotros. Navarra ha sido tierra de envío, y lo sigue siendo. Pero también tierra que necesita volver a escuchar la Buena Noticia. Donde estés, donde vayas, recuerda:
- No vas solo: el Espíritu está contigo.
- No llevas solo palabras: llevas a Cristo.
- No siembras en vano: la tierra ya está bendecida.
Gracias por vuestra entrega, por vuestro testimonio y gracias por el mucho bien que habéis regalado en la misión. Que María, la gran misionera, nos acompañe. Que nuestros santos misioneros intercedan. Y que nosotros, como Isaías, podamos decir cada día: “Aquí estoy, Señor. Envíame.”
+ Florencio Roselló Avellanas O de M
Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela